Por Guillermo Appendino
La energía con la que contamos cada uno de nosotros durante nuestras vidas es finita y limitada. No se trata de tiempo, ya que a la energía se la puede administrar de otra manera, acumulándola o suministrándola según uno lo considere.
Por Guillermo Appendino
La tarde estaba realmente calurosa y en el aula la temperatura se sentía intensamente, pero esto no modificaba la atención de nosotros por aquella interesante clase de física clásica. El profesor, después de dar extensas explicaciones sobre la ley universal de conservación de la energía, sintetizó: “La energía no se crea ni se destruye, solo se transforma de unas formas en otras. Por lo tanto la cantidad total de energía (suma de los distintos tipos de energía) en cualquier sistema físico aislado permanece constante en el tiempo. Y será necesario saber utilizarla inteligentemente para el fin que se pretenda, tratando de que la fracción de energía que indefectiblemente se irá en otros efectos naturales al deseado sea la menor posible”, y se retiró así como si no hubiese anunciado gran cosa. Tan pocas palabras para tan colosal contenido pensé, relacionando esta misma virtud con algunos breves textos bíblicos donde solo un par de líneas son suficientes para analizar grandes profundidades del hombre. Inmediatamente la teoría escuchada disparó en mí el pensamiento de la aplicación de este concepto a la energía humana.
Si tomamos a cada una de las personas como aquel “sistema aislado”, la energía con la que contamos cada uno de nosotros durante nuestras vidas será una cantidad finita y limitada, y no estoy hablando de tiempo, ya que a la energía se la puede administrar de otra manera, acumulándola o suministrándola según uno lo considere, pudiendo distribuir la misma en muchos puntos en pequeñas porciones o concentrarla en pocos asuntos en mayores medidas, el tiempo simplemente transcurre, sin la posibilidad de acumulación. Y para poder administrar la energía lúcidamente uno deberá ser capaz de visualizar sus objetivos que considere sustanciales para su vida, para así lograr converger dicha energía hacia ellos, dejando la más pequeña porción posible para las demás tareas que habrá que ocuparse ineludiblemente.
Por ello propongo concentrar nuestra energía en las personas y no en las cosas, prestando la atención suficiente para no invertir este orden ya que resultará además de sencillo, muchas veces más cómodo. Terminemos de lavar nuestro coche más rápido, salgamos del trabajo puntualmente, dejemos que los platos los seque el mismo proceso natural de evaporación, dejemos de dedicar nuestra atención a las pantallas por largos tiempos, y dediquemos esta preciada energía a vivir genuinas experiencias de vida, tanto con los demás como con nosotros mismos.
Orientemos nuestra energía en hacer mejor nuestro espíritu y el de los demás, en intentar o mejor aún lograr ser felices. Claro está que una porción de energía se irá en otras cuestiones que habrá que atender, pero lo importante será nunca perder de vista que es lo verdaderamente importante. Las únicas experiencias superlativas serán las emocionales, ama, disfruta, enamórate, abraza, llora, respira profundo, recorre, juega, baila.
Visualicemos nuestros sueños, nuestras vocaciones y alegrías, y decidamos en dónde elegiremos volcar nuestra energía, definiendo con claridad ésto, luego cada paso de cada día estará colmado de sentido, pasión y amor.
Lo asombroso de esta teoría perteneciente al riguroso campo de la física, es que al aplicarla a las personas, aquel “sistema aislado” (dado que un individuo siempre influye a su entorno) finalmente termina siendo el conjunto de todos los seres humanos. Siendo así, la teoría de aquel acalorado profesor cobra aún una mayor dimensión, ya que la energía que uno decida orientar a mejorar la condición de uno mismo o de otra persona, (como así también de desmejorarla), no quedará limitada dentro de un mismo individuo haciendo eternas transformaciones cíclicas, sino que esta continuará transformándose y transmitiéndose afectando a las demás personas, para bien o para mal, en una cadena infinita.