Roberto Schneider
Roberto Schneider
Sostenía Hans Muller Eckhard que “sin duda, la fantasía del niño no tarda en chocar con el mundo sin ilusiones, ‘racional’, del entendimiento adulto. El intelecto frío y sin alma del adulto trae consigo la incapacidad de entender al niño en su naturaleza. Lo que puede rendir un chico en el campo de la fantasía rebasa aun la imaginación más experta del más preparado de los pedagogos. Sólo el artista adulto podrá entender al niño, estar cerca de él y vivir en su mundo”. Es cierto, el teatro para niños participa, junto con sus problemas específicos, de las mismas confusiones y carencias de la sociedad donde está inserto.
Pero también, y puede ser peligroso ignorarlo, de ciertas características propias del mundo infantil. Del mismo modo que el chico es vulnerable, desvalorizado, marginado de los “grandes” planes económicos, sociales o culturales y, también, como él, tiene la misma poderosa fuerza para generar consecuencias a largo plazo, positivas o negativas, según enriquezca o deforme a sus destinatarios.
Un aspecto importante de destacar es la búsqueda de una temática y de un lenguaje propios. A veces resulta difícil saber si se produce una comunicación o si los chicos necesitan una cosa distinta. Evidentemente, se vive una nueva época que conlleva a reacomodamientos en todos los órdenes: los chicos crecen en otro mundo, tienen pautas y comportamientos distintos. Una vez más, reiteramos que los temas del teatro son universales y tienen que ver básicamente con los sentimientos. Los chicos perciben sensorialmente todo junto, sin discernir causas subyacentes. Si va a ver un espectáculo y se aburre o lo disgusta pensará que el teatro es feo o aburrido y no querrá volver. Y eso otorga la gran responsabilidad. Seguir conquistando a “esos locos bajitos” tan difíciles es el gran desafío.
El espectáculo “Urda y el Brutopez” (subtitulado como “una monstruosa historia de porquerías”), con idea de Federico Toobe, estrenado en el Teatro Municipal, invita a detenernos, a escuchar, a imaginar en un breve lapso en el que la atención está concentrada. Con el arte de su contenido recuperamos el aliento y arrullo de una voz que nos habla sólo a nosotros, aunque estemos en el medio de una multitud. Nos sentimos elegidos para ser parte de un secreto a viva voz, que nutre nuestro mundo simbólico, nos hace felices “cómplices” de una melodía que sólo conocen dos. Urda es una ogra que sale a navegar con su amiga y juntas arrojan basura desaprensivamente durante la travesía. Esa circunstancia ocasionará serios problemas.
Hay en esta propuesta un claro tipo de belleza, que no se percibe en forma inmediata, pero que se va construyendo a medida que la obra va sucediendo. Está en la poesía de la totalidad, en algunos silencios intencionales, en un contenido que se va desenvolviendo paso a paso, sin tregua y a través de los incontables detalles que construyen cada acción y todo para construir el gran momento de la revelación. De tal modo, el espectador percibe ese uso clarísimo de los verdaderos códigos del teatro y se entrega con placer al juego propuesto desde el escenario, expone también sus emociones y se deja llevar por un camino que se transforma en una aventura. La aventura de la creación más contundente.
Los hacedores de “Urda y el Brutopez” saben que los chicos son espectadores abiertos, ingenuos, vulnerables, inteligentes, inquietos, creativos. Que no se los puede emocionar con golpes bajos. La obra tiene un ritmo propio estupendamente logrado; su historia va floreciendo desde la misma basura y la atención de la platea -no sólo los chicos sino también los adultos- no decae, se hace cada vez más intensa. La dramaturgia lleva la firma de Flavia Del Rosso y Federico Toobe que, por muchas razones, se transforma en una pareja creativa para tener muy en cuenta. Ahora los porqué.
Desde la dirección del espectáculo Del Rosso articula una propuesta de alta creatividad en todos los aspectos. Su pilar esencial es la interpretación de Federico Toobe: el actor es un clown delicioso, que invita a la fantasía desde el juego, el humor y toda su ingenua picardía. Su trabajo fascina a los espectadores, porque se anima a jugar en el escenario a partir de un equilibrado manejo del cuerpo que resulta regocijante. Aportan excelencia la iluminación y el sonido de Martín Muñoz; el preciso manejo de objetos, títeres y marionetas de Vanesa Haupt y Melisa Medina; la preciosa música de Manuel Schurjin; los certeros maquillajes de Lucas Ruscitti y la preciosa escenografía del mismo Toobe. En la totalidad surge con nitidez que el talento se impone cuando se reemplazan las palabras con bellas imágenes, pura acción, adecuados movimientos y música justa para construir un discurso de indiscutible vigencia que provoca emociones y dice muchas cosas.
Función
Comienza el 8 de febrero el ciclo Humores de verano, que presentará cuatro comedias los sábados a las 22 en la Sala Marechal del Teatro Municipal “1° de Mayo” (San Martín 2020). El sábado 8, se presenta “Ürda y el Brutopez”, escrita por Federico Toobe y dirigida por María Flavia Del Rosso.