Por Alejandro A. Damianovich
Esa guerra presentaba dos frentes: uno contra los portugueses y otro contra los porteños. El primero era atendido por el propio Artigas; el segundo frente era resistido por Santa Fe.
Por Alejandro A. Damianovich
Una tradición histórica muy arraigada enseña que en la batalla de Cepeda, ocurrida el 1º de febrero de 1820 en campos del sur santafesino, un ejército rebelde e irregular dirigido por caudillos se impuso a las tropas regulares del gobierno nacional dirigidas por auténticos generales. Es decir, unas provincias rebeldes contra un estado legítimo (Las Provincias Unidas del Río de la Plata) gobernado desde Buenos Aires por un Director Supremo y un Congreso que en esos días había dictado una constitución que los pueblos insurrectos se negaban a acatar, con el “ridículo argumento” de que instauraba un estado centralista y promonárquico (se estaba gestionando la coronación de un rey europeo mediante la misión de Valentín Gómez).
La realidad fue muy distinta: las mal llamadas “provincias rebeldes” se habían integrado, aunque inorgánicamente, en una Confederación o Liga que reconocía el liderazgo del General oriental José Gervasio Artigas, a quien sus seguidores llamaban “Protector de los Pueblos Libres”. No eran rebeldes enfrentados al gobierno de las Provincias Unidas, sino estados soberanos (Santa Fe había dictado su propia constitución en agosto de 1819) que libraban una resistencia encarnizada contra la no confesada coalición lusoporteña.
Dos frentes de la misma guerra
Efectivamente, esa guerra presentaba dos frentes: uno contra los portugueses y otro contra los porteños. El primero era atendido por el propio Artigas y sus comandantes, al mando de un ejército de criollos, guaraníes y abipones, y cuyo centro del poder residía en el campamento de “Purificación”. El segundo frente era resistido por Santa Fe, cuyo pequeño ejército de gauchos (el único cuerpo regular era el de Dragones de la Independencia) era ocasionalmente reforzado por tropas entrerrianas y correntinas. El comandante de este frente era el escurridizo General Estanislao López, quien instrumentó un tipo de guerra frente a la que Manuel Belgrano (que concurrió a enfrentarlo en 1819) se declaró impotente para ponerle término, “pues para esta guerra escribió- ni todo el ejército de Xerxes es suficiente”, y solo podría dominar el terreno que pisara.
La técnica guerrera de las tropas federales exasperaba a los generales porteños y portugueses. Les hubieran gritado: “¡quédense quietos y pónganse en orden de batalla que así no se puede hacer la guerra!”. Pero ni Artigas y sus comandantes, ni López y sus montoneros se quedaban quietos. Atacaban en pequeñas guerrillas y desaparecían en la espesura de los montes. Eran capaces de desplazarse de noche y trasponer distancias enormes para combatir contra dos ejércitos simultáneamente, como hizo López en 1818 al repelar las invasiones combinadas de Balcarce y de Bustos que llegaban desde el sur y desde el oeste.
Esta guerra contra la coalición lusoporteña produciría en 1820 dos acciones decisivas, de resultados opuestos. Mientras los portugueses sorprendían al grueso del ejército artiguista acampado en Tacuarembó y le producían una derrota aplastante el 22 de enero, las tropas entrerrianas, correntinas y santafesinas, vencían al menguado ejército de las Provincias Unidas en una breve batalla el 1º de febrero en los campos de Cepeda. San Martín se negó a concurrir en defensa de Buenos Aires y el ejército del Norte se sublevó en Arequito al mando del General Juan Bautista Bustos, cuando marchaba en apoyo del Directorio. Los pedidos de auxilio del Director Rondeau a los portugueses de Montevideo nada consiguieron.
La batalla
Como en todo planteo ortodoxo de batalla, los porteños colocaron sus tropas de tal manera que la infantería y la artillería ocupaban el centro de la línea flanqueada por dos cuerpos de caballería. Peligrosamente habían dejado tras de sí una importante cantidad de carretas.
Los federales en cambio no tenían infantería, eran pura caballería, de manera que su ala izquierda al mando de Estanislao López envolvió rápidamente al ejército porteño mientras Ramírez cargaba frontalmente al centro enemigo. De esta forma los porteños se encontraron con que también los atacaban por detrás y cuando reaccionaron se encontraron con sus propias carretas como obstáculo, por lo que la batalla duró apenas un cuarto de hora, aunque la infantería bajo el mando del General Juan Ramón Balcarce se retiró ordenadamente hasta San Nicolás.
El pánico cundió en la ciudad puerto y se esperaba por momentos el asalto de los montoneros. Contrariamente los generales vencedores invitaron al Cabildo porteño a nombrar autoridades locales con las cuales parlamentar. Estaban propiciando el surgimiento de un nuevo actor de decisiva influencia en las décadas siguientes: la Provincia de Buenos Aires.
Consecuencias de Tacuarembó y Cepeda
Los triunfadores indiscutidos de esta guerra fueron los portugueses que afianzaron su dominación sobre la Banda Oriental, mientras sus aliados porteños, vencidos en Cepeda, tuvieron que relacionarse con las otras provincias de otra manera, ya sin pretensiones de gobierno nacional, para lo cual se vieron obligados a firmar el Tratado del Pilar el 23 de febrero, día en que los caudillos ataron sus caballos en la reja de la Pirámide de Mayo para asistir a la celebración de la paz y a un convite en el Cabildo.
Pero Cepeda fue un triunfo parcial de los federales en la guerra lusuporteña que no pudo atenuar el impacto de la derrota de Tacuarembó ni evitar la disolución de la Liga de los Pueblos Libres. Desde la lógica de los caudillos Artigas había perdido su base territorial en manos de los portugueses y con ella el liderazgo mismo. En cambio, los generales que habían derrocado al Directorio, adquirieron suficientes títulos como para dejar de considerarse sus subalternos, especialmente cuando el caudillo oriental les recriminó desde Corrientes los términos del Tratado firmado que no obligaba a Buenos Aires a declarar la guerra a Portugal.
Los sucesivos enfrentamientos entre Artigas y Ramírez de 1820 y entre Ramírez y López de 1821, pusieron en manos del santafesino el liderazgo regional. Con él negociaría Buenos Aires las bases de la convivencia entre pueblos soberanos que aspiraban a definir la Nación que llegaría recién con las instancias constitucionales de 1853 y de 1860, que cerraron la etapa confederal acordada en el Pacto de 1831. La Banda Oriental nunca se recuperó.
La realidad fue muy distinta: las mal llamadas “provincias rebeldes” se habían integrado, aunque inorgánicamente, en una Confederación o Liga que reconocía el liderazgo del General oriental José Gervasio Artigas, a quien sus seguidores llamaban “Protector de los Pueblos Libres”.
No eran rebeldes enfrentados al gobierno de las Provincias Unidas, sino estados soberanos (Santa Fe había dictado su propia constitución en agosto de 1819) que libraban una resistencia encarnizada contra la no confesada coalición lusoporteña.
La técnica guerrera de las tropas federales exasperaba a los generales porteños y portugueses. Les hubieran gritado: “¡quédense quietos y pónganse en orden de batalla que así no se puede hacer la guerra!”. Pero ni Artigas y sus comandantes, ni López y sus montoneros se quedaban quietos.