Parados como estamos, en la tercera década del Siglo XXI, debemos plantearnos enfrentar situaciones que, larvadas y laterales, pero recurrentes y, finalmente, endémicas, están incidiendo en nuestras vidas como sociedades, grupos y tribus.
Hay una relación constante de droga y Estado. En la comuna, el municipio, la provincia y, también, en la administración de la nación, jurídicamente organizada, la droga existe.
Según los datos recogidos sobre Rosario, una ciudad Región con vías de acceso y salida muy fluídas, el último estimado que trascendía indicaba: movimiento de 100 a 150 mil dólares diarios por todo concepto. Reduzcamos a un número fácil para convencer con argumentos. Si hay 100.000 dólares diarios en transacciones la posibilidad de participación del Estado es muy alta, poco menos que innegable.
“To bet, or not to be” Ser o no ser... es la primera línea de un soliloquio de la obra de William Shakespeare, Hamlet, en el acto tercero, escena primera. La primera resolución es la verdadera bifurcación: liberamos o consideramos delito la tenencia y el uso de drogas. Su compra / venta como sustancia prohibida tiene ése número irreal de una sola Región, la de Rosario.
El alcohol y el tabaco, tan nocivos y mortales como los otros consumos considerados viciosos (nadie duda del alcohol y el tabaco / nicotina como vicios) aportan impuestos y fueron autorizados. Quitarle ocultamiento, clandestinidad, disminuiría sensiblemente el costo. Sucedió con el alcohol. Es uno de los extremos de ser o no ser.
Tal parece que buena parte de las sociedades occidentales se sostienen en la prohibición y recorren la zona gris de lo prohibido pero reconocido en existencia. El universo paralelo. La doble moral. El doble juicio. El uso del gris. No es posible escapar de este convencimiento. Sabemos. Decimos que no, pero es un lábil eslabón camino al sí. Una aceptación larvada que permite convivir con un límite confuso. Habría pruebas.
Sí todas, claramente todas las zonas de una ciudad tuviesen nombres en sus calles, pavimento, luces, la clandestinidad que oferta la miseria y el desorden como reaseguro (las villas de miserias y urbanizaciones precarias) no estarían. Entrarían las ambulancias, los vendedores, la policía. Es el municipio el que debe asegurar un damero real que traiga la civilización y sus servicios.
En ese gris de la miseria permitida y alentada, el comercio clandestino encuentra su territorio propio. El Estado lo sabe, sus “gestionantes” lo saben, nosotros lo sabemos. No se hace. El Estado acepta que ha perdido, por falta de resolución, la primera batalla. El comercio clandestino tiene un territorio propio.
Mencioné batalla. Si no aceptamos que puede comercializarse y pagar impuestos y sostenemos que no debe existir estamos frente a una guerra. Ellos tienen en claro esto, cuántos y quiénes son sus soldados. Nosotros no.
Puestos en la lucha real, el bien contra el mal, el asunto refiere a cómo cuidamos a los buenos.
Los policías no pueden vivir en el territorio enemigo. Las villas de miserias y sus pseudopodios no constituyen el sitio de encuentro casual entre los dos ejércitos. Es donde ellos mandan.
Otros hábitats, otra organización, los verdaderos servicios sociales, los sueldos, la protección al núcleo familiar, la expectativa de vida, de crecimiento, de solidez intelectual que requiere el ejército que combate el mal; si consideramos la droga un mal que destroza la sociedad es obligación del Estado combatirla, defendernos. Nuestro Estado.
Nadie puede negar el Narco estado, el Estado paralelo. Nadie que quiera ser medianamente realista y, ojalá, también honesto. No se trata de un sueldo, de solamente un sueldo. Decir eso es esconder el problema. Se trata de re incorporar a la policía como la parte necesaria y necesariamente buena de nuestra sociedad. Soldados del Bien contra el Mal y no pequeños e insignificantes, minúsculas e inútiles amenazas para tranquilizar el día a día y perder el mañana. Una policía instruida, bien paga, con perspectivas de futuro e integrada a la sociedad que defiende porque es suya, es su sociedad, es el verdadero camino que, como se advierte, no está ni cerca de existir. Empieza y termina en el tonto anhelo de esta nota.
No es posible tal esquema de lucha sin las leyes que cubran las espaldas y vuelvan legales las acciones de defensa de nuestra sociedad. Si estamos en mitad de una guerra, en donde la legalidad es el marco inexcusable, las leyes deben proteger a los buenos y castigar a los malos. Lo contrario, que incluye lo confuso y lo permisivo, es una entrega del castigo como límite y es visible: no hay castigo al Narco Tráfico, sus leyes, sus contratos y sus acciones.
Ni uno solo de nosotros, los contemporáneos y paisanos del mismo “paese” ignoramos que las leyes, sus vericuetos, la inacción, cuando no la complicidad lisa y llana, pone a la justicia como aliada del mal.
El fútbol y su hipocresía. Los cuerpos de choque de los gremios. La policía que sabe todo y nada mientras aparenta distraída. Asusta que haya cuerpos enteros que no conocen el territorio donde pisan, las leyes que deben vigilar que se cumplan y conocen muy bien cómo encontrar y perdonar las transacciones fuera de la ley. Pareciera que no se sabe a tiempo y gana el verdadero contraespionaje del otro Ejército, que ha cooptado a los nuestros. Los policías, los miembros del poder judicial, los políticos de nuestra sociedad que, tengo de esto la íntima convicción, ya son parte de las dos banderas. Aquella y esta.
Después de la entrega definitiva en manos que no supieron cómo mantener la hipócrita fachada, después de la entrega que el socialismo realizó en la provincia y, básicamente en el sur, desentendiéndose, dejando al cuerpo policial a solas con sus amigos / enemigos, sus aliados que siempre fueron sus cómplices y asociados (insisto en sostener esto con mi mas íntima y profunda convicción) conviene empezar desde el pensamiento de los griegos que sostenían que, a partir de la realidad, se puede llegar a la verdad.
La realidad es un cuerpo dirigencial, deportivo, gremial, político dirigencial, que esquiva el bulto a este tema. Esquiva la pregunta de fondo. Liberación o prohibición.
Llega el momento que no se trata que la esquivaba, que la esquiva, que no quiere mencionar la pregunta de fondo; se trata de interrogarnos si no entramos en el “territorio Lampedusa”, cambiar algo para que nada cambie.
Los discursos infatuados, parciales, agónicos ante la propia impotencia cuando no comercialmente interesados, llevan a una conclusión que parte de ésa realidad.
Un hotel allanado, varias muertes y un misterio. Un tiroteo a un gobernador por alguna razón oscura, todos muertos y otro misterio. En todos los casos las muertes. En todos los casos el misterio. El misterio de la efedrina. El misterio de los tiroteos. El misterio más profundo, porqué en un sector de la ciudad sí que sí y en otro no, para nada, nunca. El misterio de los tiroteos al aire cerca de los símbolos arquitectónicos de la justicia. Los dirigentes y sus viajes con barras bravas. Los jueces y sus viajes con los capitalistas de la droga. Soldaditos policiales sin instrucción, conocimiento, preparación y destino. Nada. Los gastos de campañas que nadie cuenta, ni desmiente.
Droga y Estado conviven como universos paralelos pero integrantes de un paralelismo trucho: se cruzan, se entrecruzan. Me ha tocado entrar a comer en restaurantes donde los capos de la droga (según contaban los mozos de mesa) estaban “comiendo en la parte de atrás, cerca del baño, allá, ves...”.
El mismo Estado que lleva leche en polvo a los desnutridos que no tienen agua corriente, gas e instrucción para saber cómo usarla, es el mismo que dice que “combatirá al narcotráfico hasta sus últimas consecuencias”. ¿Sí? Bueno. Okey.
En la Región Rosario tengo la íntima convicción que la droga es un brillante negocio, la droga que entra y sale por aire, mar y tierra, custodiada por soldaditos de dos banderas y pavos reales que distraen a los bien intencionados para que todo siga igual. Droga y Estado tienen el mismo sitio y el mismo almanaque. Comparten una certeza: están jurídicamente organizados.
En ese gris de la miseria permitida y alentada, el comercio clandestino encuentra su territorio propio. El Estado lo sabe, sus “gestionantes” lo saben, nosotros lo sabemos. No se hace. El Estado acepta que ha perdido, por falta de resolución, la primera batalla. El comercio clandestino tiene un territorio propio.
Mencioné batalla. Si no aceptamos que puede comercializarse y pagar impuestos y sostenemos que no debe existir estamos frente a una guerra. Ellos tienen en claro esto, cuántos y quiénes son sus soldados. Nosotros no.