Conoce muchas canciones a medias. Si se olvida la letra, improvisa. Le gustan las de Valeria Lynch o las de Pimpinela. Sueña con cantar con Andrea Bocelli. La tengo en una piletita en el fondo de mi casa pero -¡pronto!- deberé devolverla a su mundo... Pero -¡pronto!- deberé liberarla y liberarme. Cerca del escondite del Pirata Pirado, al norte de la costa de un amor perdido, en el centro del Mar Chito, la encontré: varada su lindura, empetrolado su cariño, descamado su ánimo, coleteando su dolor sobre la arena. Alcé su cola de pececita, sentí su torso de lolita, me rozó su aleta dorsal, me tocó su mano derecha pidiéndome socorro que le salía desde muy adentro, desde más allá de su vejiga natatoria... Se había enamorado de un balsero que de Castro huía. El muy ingrato la conquistó, le pidió ayuda y al pisar la costa yanqui: “Si te he visto, no me acuerdo. See you, Baby!” Poseidón no le perdonó ese traspié -aunque no tenga pies-; no le perdonó que se dejara llevar por el lado humano de su corazón mestizo y le echó una maldición: “Cantarás desafinado toda tu vida”.