Por prof. Martín Duarte
Por prof. Martín Duarte
En la biblioteca, la Enciclopedia era la más bella. Tenía un cuerpo voluptuoso y una sapiencia asombrosa. Ella sabía casi, casi todo. Su figura cautivaba y tenía muchos pretendientes. Y aunque para casarse no tenía apuro, soñaba con hallar el verdadero amor. Entre muchos, con distinción y rigor, el Manual de Matemáticas coqueteaba a la Enciclopedia. A ella no le interesaba el afecto de aquel texto ataviado de guarismos porque le parecía frío como sus números y, a veces, andaba envuelto en mil problemas.
También la cortejaba un Atlas que le regalaba todos los días doce rosas de los vientos y que le había prometido ponerle el mundo a sus pies con tal de conseguir su corazón de papel. Sólo había una traba, él era un picaflor sin Norte que tenía una pretendiente en cada puerto. Era un aventurero, un vagabundo sin patria. Otro galán que la pretendía era un gentleman Diccionario de Inglés que miles de cartas enamoradas le escribía, cartas llenas de: “I love you”; “I want you”; “I need you”; “you are beautiful”; “I can’t live without you”. Y aunque la enciclopedia ponía mucho esfuerzo y sabiduría en entenderlo -¡Obvio!- muchos malentendidos se daban en sus diálogos. Por eso no prosperó su relación. No podemos olvidarnos del Manual de Historia. A la Enciclopedia le parecía apuesto. Sin embargo, tenía un pequeño inconveniente: aunque era joven (última edición aumentada impresa en enero de este año) vivía en el pasado, no tenía futuro. Andaba despistado, se había olvidado de vivir su presente, se comportaba como un anticuado.
El Cuento de Hadas fue su novio por un corto período. Con él, la Enciclopedia disfrutó de un delicioso y alegre picnic en el bosque de Nuncajamás. Se miró en un espejo encantando que resaltó su belleza, la consagró la más linda del reino de la biblioteca y le aconsejó aceptar la propuesta de casamiento de su pretendiente. Con él, almorzó en la casa de un ogro gruñón, plantó habichuelas y jazmines de crecimiento inmediato y tamaño colosal. Con él, la Enciclopedia voló en alfombras mágicas, voló en el lomo de un dragón, voló en la montura de un unicornio azul. Con él, bailó en el salón de ensueño de un castillo principesco, bailó un vals ejecutado por zorzales, envuelta en un vestido hecho con luz de luna que hacía juego con sus zapatitos de cristal. Con él bailó todo una noche, hasta el cansancio, hasta las doce campanadas. Luego, todo se esfumó. Ella quedó cenicienta, polvorienta y sola en el mismo anaquel de costumbre. Tenía fecha y hora de vencimiento el espejismo de la felicidad para siempre a base de una dieta de perdices, pan y cebolla.
Aceptó callada el sermón de una vieja Biblia descolada que le recitó de memoria y a puro bostezo la carta del apóstol San Pablo a los Corintios: “Y si nada resulta... a rogarle a San Antonio”.
Oyó a regañadientes los diagnósticos de una Antología de la Psicología que sostenía que no encontraba el candidato adecuado porque el origen de todas sus preocupaciones enciclopédicas estaba en su infancia editorial, en un pasado de imprenta no resuelto que complicaba la elección y hallazgo de un ejemplar apropiado.
Soportó con estoicismo la asesoría financiera de una Guía Básica de Negocios para Emprendedores: “Encontrar tu filón de oro, es una tarea ardua que desorienta al joyero más avezado. Tanto tienes, tanto vales... Tanto tienes, tanto te amarán... Los números rigen el mundo, y esto incluye al amor. Cuando somos novios no escatimamos en gastos: viajes, comidas exóticas, joyas, indumentaria, perfumes, fiesta de casamiento lujosa, luna de miel en lugares paradisíacos, pero... las deudas no se pagan con besos o caricias. Los amantes deben poner los pies sobre la tierra y las manos en los bolsillos: cuentas claras conservan la amistad y la pareja.”
También, el experimentado y práctico Libro de Cocina Fácil en Tres Pasos quiso darle aliento y le propuso una receta afrodisíaca infalible para convocar la pasión: almendras, plátanos, chocolates, frambuesa, fresa y un buen vino. Según su experiencia, por la barriga se llegaba con éxito al corazón del ser amado: “barriga llena, corazón contento.” A los ojos de este libro, el arte de amar era muy similar al arte culinario: “¿O no hablamos de media naranja? Se necesita la dosis justa de sal, de azúcar, de pimienta y de tiempo paciente de cocción... A veces tenemos los ingredientes apropiados para confeccionar un manjar y terminamos engrudados. En la cocina del querer, hay que estar atentos para que la llama del amor no se apague ni nos carbonice. Sí, aunque a veces haya platos rotos, aunque a veces lloremos pelando cebollas, aunque a veces el horno no esté para bollos, aunque haya tragos amargos, aunque te hagan pucheros en la mesa... En el menú del cariño: la sopa sabe a caviar si el paladar es tan generoso como deseoso”.
Primer final
La Enciclopedia buscaba sin descanso. Hasta que -¡Por fin!- lo encontró. Era de tapas duras pero de corazón tierno. Lucía una solapa elegante y suave. Era robusto, de lomo recio tatuado con letras góticas. No tenía ilustraciones rimbombantes, presentaba un aspecto elegante. Sabía mucho de éxitos y fiascos editoriales: había sido un best seller y -ahora- estaba pasado de moda. Era un Poemario Romántico sumamente encantador. Derrochaba metáforas y versos con acierto y seducción. Le cantaba a la vida en su plenitud, a la amistad desinteresada, a la pasión desbocada, a los besos envenenados, a los abrazos abrasadores, a las miradas fulminantes, al ser amado hasta el éxtasis. Ni bien ella lo vio, sucumbió: ¡Flechazo a la primera hojeada! En el interior de su organismo convulsionado las páginas se desordenaron estremecidas, latía su pecho en orden analfabético. Le sudaba la contratapa, se ruborizaba su cubierta. Lamentablemente, la relación no prosperó. Ni siquiera rozó un prólogo. Tuvo un galopante epílogo demoledor: el Poemario Romántico jamás se interesó en ella, no la registró en lo más mínimo. Como corolario, en pocos días, él se mandó a mudar de la biblioteca, camuflado en la oscura intimidad de una mochila, a los arrumacos con una Novela Rosa.
Segundo final
Cansada de buscar, la Enciclopedia cedió a los coqueteos de un Ensayo de Marketing Estratégico. Era una edición de bolsillo que concedió todos sus caprichos: una mansión de cartón en el anaquel más encumbrado de la biblioteca; un yate anclado en un mar de un planisferio físicopolítico; vacaciones de ensueño en cualquier parte del globo terráqueo; y una comitiva de sirvientes -entre ellos: el plumero y la aspiradora- que la trataban como a un incunable. Ella se casó y tuvo todo lo que el dinero pudo comprar. Eso sí, por las noches, cerraba los ojos y soñaba que los ronquidos de su marido eran los bramidos de la moto del Guión de Teatro que la raptaba y la hacía vivir una comedia romántica, muy lejos.
Tercer final
Ella estaba convencida de que su búsqueda llegaría a buen puerto. Sabía que cuando una puerta se cierra, otra se abre. Que un fracaso es la materia prima de un éxito venidero. En la hemeroteca, conoció un Diario. Éste estaba muy bien informado: podía saltar de temas triviales -como los chismes de vedettes- a la cotización de la moneda extranjera y de allí pasar por cuestiones cruciales y actuales como el hambre en el Tercer Mundo. A la Enciclopedia no le pareció atractivo a primera vista... ¿Cómo la conquistó? Él le contó los chistes de su contratapa; la invitó a correr descalzos bajo la lluvia de su informe meteorológico; la llevó a ver una de terror que se comentaba en la sección espectáculos; cenaron a la luz de la vela en una publicidad de un restaurante lujoso; le enseñó a jugar al tenis en el espacio del deporte; caminaron por los curiosos pasillos de un museo en las noticias culturales; y se besaron amparados por un horóscopo favorable para la pasión.
Finalmente, con letras coloridas y gigantes, copando la tapa, el diario pregonó su amor a viva voz, anunció como primicia su deseo de casarse y compartir la vida juntos, en exclusiva. La Enciclopedia no lo dudó.