Ser “hincha” de Colón de Santa Fe en el sur santafesino es vivir sintiéndose raro. Nos sucede a varios. Supongo que ser partidario del otro equipo santafesino traerá iguales sensaciones.
No creo en las imputaciones a Giuseppe Verdi y “la Forza del destino” como la obra maldita. No creo en el amarillo en el escenario. No creo en las musas de la mala pata. Hago bromas con esto.
Ser “hincha” de Colón de Santa Fe en el sur santafesino es vivir sintiéndose raro. Nos sucede a varios. Supongo que ser partidario del otro equipo santafesino traerá iguales sensaciones.
Los hechos del corazón, como “la camiseta”, no requieren, ni la tienen, no necesitan otra explicación que el enunciado. Soy hincha de Colón, con eso alcanza y lo dicho: un ave rara en el territorio sureño. Tiempos diferentes cuando el trabajo me llevó, por años, a Buenos Aires. Allá era inexplicable. Pero no hay disfraz para los afectos. Cuando viví en España, en Madrid, Santa Fe ya era pura nostalgia. Comprendo a los que se aferran a una transmisión llena de toses e interrupciones desde la lejanía. No lo hacía, pero lo comprendo.
PUEBLOS ORIGINARIOS
Contaba Hermes Juan Binner que cuando entró, a nuestra cancha de Colón con Evo Morales, éste, jadeando con su pasito corto y apresurado, para alcanzar las largas zancadas de Binner, le insistía: “No le has cambiado el nombre del invasor, no le has cambiado el nombre del invasor...”.
En muchos casos la mirada sobre el ayer se tiñe de tontería principista que termina escorada, como un barco sin mar. A poco que se piense este asunto de las reivindicaciones lleva a límites que los principios ajustan en demasía. Cantar con una guitarra española, montado en un caballo árabe, en escala diferente a la pentatónica, por la liberación del Caminito de los Incas (un Imperio feroz, de los peores) aparece, en el Siglo XXI, algo trasnochado. Somos casi todos los argentinos un poco trasnochados. Algunos amanecen más temprano.
SORDOS RUIDOS
En algunas otras crónicas lo he mencionado. Raymundo Grasso, ya sin poder acompañar barcos de lujo en el Caribe por culpa de Fidel, tenía su orquesta en Santa Fe. Ricardo Klein y Orlando Sorbellini animaban los más bulliciosos y levantiscos bailes de una ciudad a la que todavía llegaba Alberto Castillo y sus mulatas candomberas conduciendo los carnavales de Colón por años y años. No había variantes alocadas en clubes como República del Oeste y sus “matiné danzante” de los domingos. Hasta el idioma de aquellas décadas huele a naftalina pero, ay, ya estaba el peronismo, eran los años ’50. El peronismo huele a naftalina; todos somos un poco esa lejanía, aferrados a esa lejanía buscamos el mañana sin soltar aquella polvorienta alegría.
La imagen política que me acompaña es la de una provincia intervenida, no tengo recuerdos históricos, apenas personales y advierto: desgraciados los que escriben la historia general pretendiendo entenderla desde las vivencias íntimas. En mis recuerdos el General intervenía una provincia donde las cosas no eran tan normales.
La música santafesina miraba el río, Ariel Ramírez era un punto altísimo y más arriba, aún más alto, Carlos Guastavino. Imaginar el destino de la música popular y del oído colectivo una tarea que no me pertenecía, ni imaginada ni posible. El lenguaje de los pueblos es un canto rodado que va, por esa razón, trasladándose, revolviéndose en las curvas. No se detiene. A veces, por descuidos, se degrada, pero es tan sólo la opinión de un sordo. La política activa también es un lenguaje y una canción. Le pasa lo mismo.
CHAMPAGNE FRANCÉS
Ya había sucedido la presencia de “un grupo de cumbia” en el programa de referencia nacional, el de Mirtha Legrand. Ya estaba en los sonidos del teléfono esa chillona primera nota de una “acordiona”, tan diferente a las de las tarantelas, los valseados y los chamamés. Tan distinta a la de Ildo Patriarca (verdadero fenómeno y por tanto indescifrable), a la de Raulito, a la “cordiona” rosarina de Atilio Cabestri.
La anécdota es en la zona de Champaña/Ardenes. En una antigua finca un casamiento. Fiesta viernes y sábado. Invitados de muchos sitios. Cobertizos para dormir y seguir la fiesta. En la madrugada del segundo día el proveedor de música (D.J.) recibe la sugerencia. “Puede poner en su buscador musical Los Palmeras y bombón asesino...”. Lo hace. Una campiña francesa, alegrada por el champagne cuenta, quien sugirió el nombre del grupo, bailaba y pedía repetición. Creyó que alucinaba. Se hizo la pregunta sin salida, la pregunta en “cul de sac”: ¿qué tiene? El viejo aire original de melodía arabesca, porque de ahí viene, ese sonido inicial que irrita, despierta, conmociona. Ya había sucedido todo y esto coronaba el misterio. De dónde salieron y hasta dónde llegarán Los Palmeras, a quienes solo les falta Capitolio, Torre Eiffel y Scala de Milán.
MISTERIOSOS DESCUIDOS
Es sabido que las composiciones populares tienen, tanto en sus textos como en sus notas, concesiones a la gramática y a la composición y armonía. Allí están. Ni siquiera se resuelve la grotesca situación: ¿de qué habla el cantor cuando refiere al bombón asesino...? Explicarlo es contar el final de la película y, como en las películas, nadie entiende nada porque primero hay que verla y, cuando se observa la película, lo que vale es el filme, no sólo el final.
“Bombón asesino” escapa a toda cuestión lingüística y de género. Ante su contagiosa existencia la versión del tema elimina pruritos y militantes a ultranza de cuestiones que son correctísimas hasta que se convierten en fanatismo. El Bombón asesino es un antídoto eficaz ante estas exageraciones de los principios de igualdad, convertidos en estiletes para destrozar antes que en ladrillos para construir una sociedad mejor.
No creo en las imputaciones a Giuseppe Verdi y “la Forza del destino” como la obra maldita. No creo en el amarillo en el escenario. No creo en las musas de la mala pata. Hago bromas con esto. Ahora las bromas refieren, y las sigo, en el carácter “sabalero” de Los Palmeras y la malísima campaña de Colón de Santa Fe, de “mi” equipo; los hinchas manejamos el posesivo como lo que es: la absoluta pertenencia. Mi equipo. Hoy aparece ridículo el fanatismo, pero persiste. Argentina, la provincia, la ciudad de Rosario tienen líos que escapan a las camisetas. Son otras las cuestiones del 2020. Muy otras.
DIRIGENTES QUE DEBERÍAN BAILAR
Ante los números del 2020 Alberto Ángel Fernández, el porteño, (primera versión de un presidente peronista y porteño, nos tocará saber cómo termina esta novedad), Omar Ángel Perotti, el rafaelino, y Pablo Lautaro Javkin, el rosarino, ante los números de la economía ciertamente adversa, poco menos que sin consuelo y lo peor, con pocas perspectivas positivas, deberían referenciarse en Los Palmeras y su bombón asesino. Es un buen consejo.
Corona virus, narco virus, tiroteos interminables, zonas liberadas para el manoteo, precios cuidados que nadie cuida, créditos que no llegan, deudas que deberían pagarse, invención de titulares día por día para mediatizar la distracción de los balances de ciclos anteriores, donde tanto se mintió y tan poco positivo se hizo, podrían volverse optimistas, pro positivos, alentadores (tal vez) citando a Los Palmeras.
Che, no estaría mal, muchachos sencillos a quien el destino acomodó en la buena senda del bien y la bondad, encontremos un rezo laico diferente a aquel de Alfonsín, más Siglo XXI. Tinelli podría ser un buen productor. La mera imagen de los gobernantes y la melodía, el texto de la canción, si, si señor, entusiasma la idea, la melodía la sabemos todos, ésta es una de esas que piden: “Daleeee... una que sepamos todos...”.
“Es que ella tiene un bombón asesino / Se sabe un bombón bien latino / Es que es un bombón suculento / Con ese bombón casamiento”.
Cuatro versos. Puede haber más. Bombón asesino es un antídoto eficaz ante estas exageraciones de los principios de igualdad, convertidos en estiletes para destrozar antes que ladrillos para construir una sociedad mejor. A diferencia de las bromas: Los Palmeras traen buena suerte. Fernández, Perotti y Javkin. Un terceto que la necesita. No importa cómo bailen, lo importante es que tengan ganas de bailar. Mal no les vendría. Ni a ellos ni a nosotros. Viene tan triste este marzo, adelanto de un otoño recalentado.