A veces el fútbol se empeña en rebelarse contra la lógica y nos somete, a quiénes tenemos que explicar o analizar situaciones, a “rompernos la cabeza” sin encontrar muchas veces la justificación. Colón era un equipo sin actitud, sin alma, sin fútbol, sin estado físico. ¿Qué hizo Domínguez en tres días?, ¿cuál es el “pase de magia” del entrenador?, ¿qué pudo haber cambiado?. Sin dudas que esta es una ratificación de la importancia que tiene la parte mental. Y desde lo futbolístico, habrá que admitir también algunas cosas que no se venían dando:
* 1) Desde el partido con Estudiantes, del 25 de noviembre del año pasado, que Colón no arrancaba ganando un partido. Pasaron 10.
* 2) En ese lapso de 10 partidos, Colón nunca había mostrado la eficacia y la contundencia que tuvo ante Central: tres goles en 30 minutos, impropio para un equipo al que le costaba generar y convertir.
* 3) La “mano” de Domínguez se advirtió en un par de cuestiones que ayudaron, como el armado de una línea defensiva con cinco jugadores, relegando a Estigarribia a un fructífero trabajo como lateral-volante, controlando la subida de Damián Martínez o a la posición de Chancalay de punta, cerca de Morelo y sin posición fija, para aprovechar el juego de contragolpe.
Colón cambió esa imagen de equipo atado, timorato y débil ante la primera adversidad. Pareció otro equipo. Pero la pregunta es: ¿cuánto pudo tener de incidencia el entrenador?. Quizás en lo anímico se pueda encontrar alguna respuesta. Ha generado confianza y se le dio lo que a los otros, sobre todo a Osella, no se le daba: empezar ganando sin necesidad de remarla desde atrás.
Hubo mérito también futbolístico y ya se apuntó uno, además de reconocer que luego, en el segundo tiempo, cuando el equipo se había metido muy atrás y Central era mucho más peligroso, sobre todo por el sector izquierdo (Gamba lo complicaba en el mano a mano a Vigo), los cambios permitieron que el equipo planteara el partido un poco más arriba. Viatri y Esparza respondieron a lo que Colón estaba necesitando. Viatri aguantando la pelota y generando infracciones, algunas de ellas cerca del área. Y Esparza, con piernas y aire, preparado para contragolpear y aprovechando el callejón que se había liberado con la salida de Damián Martínez, obligando a un retroceso de Rius que le quitó posibilidades ofensivas y no fue eficiente para marcar al jugador que Domínguez eligió para complicar.
Tenés que leerColón debió esperar 672 días para volver a ganar de visitante Colón tuvo en claro que debía cuidarse de Central, que tenía que esperarlo, que debía “invitarlo” a que lo ataque y que el negocio estaba en sorprenderlo, en encontrarlo mal parado. La prueba elocuente fueron el segundo y el tercer gol. Después del 1 a 0, Colón supo de qué forma debía continuar jugando el partido. Y así fue, en media hora lo terminó definiendo. Y después aguantó bien cerrado atrás, con ese retoque que se hizo necesario para evitar que se le ponga espeso el partido cuando Central convirtió un gol que podía resultarle beneficioso desde lo sicológico, descontando a los 2 minutos de iniciado el segundo tiempo.
Fue otro equipo, no caben dudas. Cuesta encontrar respuestas lógicas pero es algo que sucede, habitual en el fútbol y que echa por tierra cualquier análisis que tenga que ver con la importancia del trabajo. Domínguez no es un mago porque en tres o cuatro días le cambió la cara al equipo ni tampoco tiene la varita mágica ni el “teléfono de Dios”, como le decían a Carlos Bianchi, su suegro.
Domínguez llegó con un mensaje distinto que se reflejó en un cambio anímico que se fortaleció con la tremenda eficacia que tuvo el equipo —inusual e inesperada además— de convertir tres goles en media hora. Y a eso le agregó dos o tres aspectos del juego, antes y durante el partido, que fueron acertados y positivos. Ese “combo” logró que Colón jugase un primer tiempo redondito, como hacía mucho, muchísimo tiempo no se le veía. Y ganó bien. Muy bien.