Fue el primero en usar guantes, en ponerse delante de una barrera en un tiro libre y de simular off-side contra un delantero levantando el brazo. Bajaba los centros con una mano y fue pionero en salir a gambetear.
El Litoral El dueño del arco. Toda una postal del gran Amadeo Carrizo, parado al lado de caño y como cerrando la red de su propio arco. Para muchos, se fue el más grande golero de todos los tiempos en el fútbol argentino a los 93 años. Fue, entre otros logros con varios títulos, el arquero de La Máquina
“El día del arquero”, ese eufemismo tan popular usado en Argentina para referirse a un hecho improbable o que nunca sucederá, dejó de tener sentido cuando el Congreso instituyó el 12 de junio como jornada festiva para todos los custodios del arco. La elección de la fecha, lejos de ser una casualidad, es una referencia al día del nacimiento de Amadeo Carrizo, que festeja sus 87 años.
Quien es para muchos el mejor arquero de la historia del fútbol argentino, atajó 24 años en River, disputando 513 partidos.
Dueño de un estilo vanguardista para su época, arriesgado y gambeteador, Carrizo debutó en Primera en 1945, en los tiempos de La Máquina, y se mantuvo como titular hasta 1969, cuando se despidió de River con nueve títulos en su haber. Las excentricidades también formaron parte de su repertorio: en la década del sesenta, por recomendación de Lev Yashin, uno de sus ídolos, fue el primer arquero argentino que usó guantes. Además, sostuvo enconadas disputas personales con Ángel Clemente Rojas, la figura de Boca y su mayor amenaza en los Superclásicos. Terminó su carrera profesional en Colombia, defendiendo el arco de Millonarios de Bogotá.
La selección argentina siempre fue una cuenta pendiente para Amadeo. El histórico 6 a 1 sufrido ante Checoslovaquia, en el Mundial de Suecia 58, lo dejó expuesto y sindicado como uno de los máximos responsables de la prematura eliminación del equipo. Esa derrota marcaría un cambio de paradigma, y el fútbol argentino, que un año antes había logrado maravillar al mundo en el Sudamericano de Lima con un juego de toque y gambeta, se inclinó hacia los preparadores físicos, los trabajos de fuerza y el pelotazo largo.
No obstante, Carrizo pudo tener una pequeña revancha personal en la Copa de las Naciones de 1964, en la que el equipo argentino se consagró campeón con la valla invicta ante rivales de fuste como Portugal, Inglaterra y Brasil, que era el vigente bicampeón del mundo. El arquero se destacó especialmente contra el equipo de Pelé, conteniéndole a Gerson un recordado penal a mano cambiada.
—Mi viejo nació en Rafaela y quedó huérfano a los 8 años. Una familia lo llevó a Rufino y ahí lo criaron. Por ser hijo de ferroviario tenía la prioridad para entrar al Ferrocarril. Estuve por entrar a los 18 años, pero ya me habían aceptado en River y con un futuro promisorio; si no, hubiese sido ferroviario, me casaba con una gringa de Rufino y ahí me habría quedado a vivir.
—¿Siempre fue arquero, Amadeo?
—A mí siempre me gustó jugar arriba, y lo hacía bastante bien. En épocas de pobreza no se podía comprar una pelota, porque valía una fortuna. “¿Dónde hay un mango, viejo Gómez? Se lo han limpiao con piedra pómez” (entona con voz grave). Era un tango que cantaba Tita Merello. Entonces mi papá le pedía al carnicero una vejiga de vaca, la inflábamos, le hacíamos un nudito y se jugaba con eso. Tampoco era muy redonda, eh, sino tirando a ovaladita, pero aguantaba para divertirnos un poco.
—¿Cómo llegó a River?
—Hector Berra había sido un gran atleta de River en los años 30, que intervino en los Juegos Olímpicos de Los Angeles 32. Era de Rufino y trabajaba en el ferrocarril con mi padre. Me recomendó.
—Debutó en la Primera en 1945 pero después estuvo 2 años sin volver a jugar, ¿no se bajoneó?
—No me sentí postergado para nada, yo jugaba en la Reserva, para mí eso ya era importante, me entrenaba con los monstruos de La Máquina, con Moreno, Labruna y Pedernera. Grissetti no se lesionaba nunca, y en el 48 peleamos el puesto los primeros 4 o 5 partidos hasta que quedé yo.
—Usted la bajaba con una mano y la gente se volvía loca, ¿no?
—Sí, sí, es verdad. Una vez, en un amistoso contra un equipo checoslovaco, la bajé con una mano y después escondí la pelota detrás de la espalda, e hice como que la estaba buscando. El delantero la empezó a buscar por todos lados, ja, jaà
—También fue un pionero en salir a gambetear...
Sí, y por suerte nunca me la sacaron. La verdad es que no hacía una de más, cuando la simplificaba y esquivaba al jugador porque anticipaba la jugada y salía a cortar, listo, hacía el pase a un compañero. Yo salía a anticipar y quedaba apremiado por el rival, y como no me gustaba tirarla a la tribuna sino seguir la jugada, tenía que hacer una gambeta.
—¿La de pararse delante de la barrera también la patentó usted?
—Creo que sí. Fue contra Racing, cometí un carring, caminé mucho con la pelota y me cobraron tiro libre indirecto. La barrera se tuvo que poner en la línea, y ahí pensé: “Si me pongo detrás de la barrera o al costado soy un tremendo boludo”. Entonces puse como 8 jugadores abajo del travesaño y yo me paré adelante. El árbitro no me dijo nada, creo que había un vacío en el reglamento en este aspecto. La tocaron, salí con todo y la agarré de costado.
—¿Nunca pateó un penal?
—No me dejaron ni Minella ni Cesarini. Y eso que se lo pedí varias veces: “Renato, cuando se presente un penal, si el resultado está cómodo, ¿no me deja patear, que le pego bastante bien?”.
—¿Fue el primero en usar guantes?
—En el país, sí. En el 57 fuimos a jugar un partido con la Selección a Italia, y el arquero de ellos, un tal Viola, usaba guantes. Le pregunté si daban resultado favorable, y me contestó “Buono, buono” y me regaló un par. Me compré unos más y a la vuelta, contra Racing, los estrené. Acá nadie usaba y me daba un poco de vergüenza, entonces me los chanté en el elástico del pantalón para no deschavar, y antes de tocar el silbato, chan, me los puse.
—¿Cuál es su mayor orgullo: ser el futbolista que más partidos jugó en River o haber sido elegido el mejor arquero sudamericano del siglo?
—Uffff, ¡qué pregunta difícil! Las dos cosas son importantísimas pero haber sido elegido en Alemania como el mejor de Sudamericana del siglo es muy fuerte, pensá todos los arqueros que pasaron durante tantos años. Y fue un premio avalado por la FIFA.
—¿Por qué iban a ver a Bernabé?
— Porque revolucionó el fútbol en la década del 30. Si iban 40 mil personas a ver a River, 39 mil iban a ver a Bernabé por los golazos que metía desde 30 o 40 metros. El máximo ídolo, para mí, es Bernabé Ferreyra, porque transformó a River en un club popular.
—¿Quién fue el mejor jugador que vio en su vida?
—¿Te puedo nombrar a tres? Messi, Maradona y Di Stéfano, los tres al mismo nivel.
—¿Su día más feliz en el fútbol?
—Cuando Peucelle dijo: “Pibe, avísele a su padre que se queda en River”. Fue un momento (se emociona)... Tenía 16 años recién cumplidos.
—Su mejor partido
—Atajé muy bien en el 0-0 con Boca del 68, cuando ocurrió la tragedia de la puerta 12.
—¿Qué sintió el día que River descendió?
—Qué sé yo... Sentí una tristeza parecida al día que River me dejó libre.
—La última, ¿cuándo se debería celebrar el día del arquero?
—Siempre se habló del 12 de junio, ja, ja, el día de mi cumpleaños.
Bajar los centros con una mano
“Eso no se veía en las canchas argentinas. Para mí era un recurso. Cuando venía la pelota le iba haciendo una especie de abanico, así suavizaba la retención, le hacía un poquito así (levanta la mano, la gira un poco) y me resultaba fenómeno. Era un buen recurso para la pelota un poco alta y pasada, porque con una mano llegás más alto, entonces hacía “tac” y me quedaba con la pelota. No sé si fui el primero, yo no lo había visto antes. Se me ocurrió practicando, porque tenía habilidad con las manos y me sentía cómodo”, recuerda Amadeo.
“Engañifas”: simular off-side
“¿Las famosas engañifas? Me acuerdo de dos. La primera, con Pedro Mansilla, de Racing. Fue una jugada rápida de contragolpe, parecía offside, entonces salí mirando al árbitro con la mano levantada y le dije “cobró offside”: Mansilla se dio vuelta y le saqué la pelota. Después se la hice a Madurga, contra Boca, muy parecida. Lo que pasa es que el jugador también tiene miedo de patear porque lo pueden amonestar si está en offside, y yo aprovechaba eso. Esas cosas no se piensan antes del partido, a mí me salían de improviso”, contaba.