Por Pablo Benito
A los efectos de la pandemia los estamos viendo y lo veremos, claramente, en algunos meses. Las causas, el origen, quizás sea materia de los links de historia dentro algunas décadas.
Por Pablo Benito
El “día después” de la crisis originada por esta pandemia es una ilusión poco o nada probable. En términos económicos, financieros –globales- la crisis del capital puede actuar como un correctivo, como una reacción del sistema inmunológico del propio capitalismo para evitar su colapso.
La economía mundial se detuvo en seco, aunque ese proceso de freno lo estemos viendo paulatinamente. El consumo, la producción, la comercialización cambiaria de forma y contenido. También la cultura, conocida hasta acá, se transformará.
El virus en sus forma y consistencia puede ser una analogía pedagógica para comprender esta “otra parte” de los síntomas del contagio.
El virus, sea este o cualquier otro, se aloja en cualquier persona, pero no todos los cuerpos poseen la fortaleza para combatirlo. Los “grupo de riesgo”, al enumerarlos, se componen de aquellos que no pueden autoabastecerse de sus propias energías para sobrevivir. Los adultos mayores, quienes tienen antecedentes de enfermedades respiratorias o aquellos que tienen sus cuerpos abocados a combatir patologías preexistentes al nacimiento de la pandemia.
Por más duro que sea expresarlo, la esperanza de vida en el mundo – en cuanto a edad- se ha prolongado, en pocas décadas, a niveles excepcionales y eso, que el capitalismo logró como sistema y evolución social, hoy es su carga. Carga que puede superar desde una redistribución de la riqueza, el conocimiento y la cultura más equitativa o recortando los bordes de la torta que, aparentemente, sobran.
Estas dos salidas “correctivas”, están en tensión permanente, aunque, claro está, los medios para la planificación estén en manos de aquellos que desde la teoría económica-cultural del reverendo Thomas Malthus (1766-1843) sostienen que la curva poblacional de crecimiento y la capacidad de producción de alimentos es inversamente poblacional. Dos siglos atrás el consumo tenía más de necesidad que de deseo.
Hoy, las poblaciones se nutren del deseo de poseer status o confort, mediante el consumo y, siquiera, el alimento, es correlativo a la necesidad o a la nutrición. También está cruzado por el marketing y la creación de necesidades más neuróticas que reales.
“El enemigo invisible”
Los ciegos, que no queremos ver, creemos que los enemigos son invisibles al no verlos afuera y no buscarlo dentro de uno. En el equipo de invisibles se encuentra la enfermedad, la “inseguridad”, la inflación, las catástrofes “naturales”, la contaminación, etc. Con una imagen de Dios desgastada, los castigos del destino poseen esa “invisibilidad” tan divina como inabarcable.
La broma, de mal gusto, de la mano “invisible” del mercado, tiene como en toda simbología mística a la ignorancia como aliado y hasta como virtud del que encuentra comodidad en el “no saber”.
Hablar de enemigo “invisible” es la explosión del ego y el confort de la ignorancia. Si es que existe un enemigo externo; que no tengamos la capacidad para verlo no quiere decir que sea un fantasma. El “enemigo” acuna en nosotros mismos y el entrenamiento del músculo que nos conecta con las propias miserias e incapacidades a la hora de percibir el afuera de forma fatal e inmodificable.
Después de mañana
En esta nueva era, nada volverá al “día anterior”. Un golpe cultural al hábito tan fuerte que estamos viviendo y, proporcionalmente, crecerá con el paso de los días – semanas o meses. No llevará el inconsciente colectivo y personal, al "día después”. El miedo -con nueva expresión- se recicla en lo sensorial de lo que ocurre en el propio cuerpo. De a poco el “otro” deja de ser un peligro para nuestro patrimonio y lo empieza a ser para la salud.
Hace apenas un mes, en Santa Fe, una marcha pedía por “seguridad” hoy aquello parece prehistoria. El miedo transmuto, como el virus.
La debilidad ante este miedo no está marcada por la pobreza material. Cada cual, a cuesta con su cuerpito y su mente, debe entrenar su capacidad de adaptación y visionar lo que ocurre. De verlo como paréntesis, estará propenso a la infelicidad y a la vida corta. No es hasta el 31 de marzo. Es un nuevo mundo que se presenta. Quizás aquel que no espera nada ni del Estado ni del sistema y que se tutea con la muerte a diario está en mejores condiciones de adaptarse a lo que viene y ya llegó.
Lo mismo quien puede mirarse hacia adentro y no desesperarse esperando lo que de afuera no va a llegar.
Moviendo las cabecitas
Las movilizaciones, las multitudes frente a los estadios de fútbol, aquella épica de 40.000 personas trasladándose, en ordas, hacia un país vecino para ver un partido de fútbol, los bares y pubs a rabiar de público, las peatonales repletas de gente, los shoppings hormiguero, todo lo que una semana atrás podría ser normal, ya no es, y hasta es pasible de represión, legal y social. No sabemos, a ciencia cierta, hasta cuándo durara, pero dos cosas son seguras, nada volverá a ser como antes y este golpe es la continuidad de un proceso que se venía gestando y construyendo en las prácticas comerciales y los hábitos.
Este golpe terminó de transformar lo virtual en real.
Hoy, normalizamos pasar un control de explosivos al subir a un avión, no poder subir a un ómnibus sin documentos, no ver hinchadas visitantes en un partido de futbol, o que hacer un plazo fijo tenga el doble de beneficios si lo hacemos por internet que si concurrimos al banco, las bicicletas llevando y trayendo delivery, las compras online, el cine en casa por plataformas con infinitas propuestas, el fútbol en que se puede ver hasta el fútbol búlgaro, etc. Esta globalización hace más llevadero el confinamiento, desde la comunicación y, valga la paradoja, tiene mucho que ver con que este estado de cuarentena mundial se produzca
Gideon Lichfield, director de la MIT Technology Review, fantaseaba, en un paper científico, con "cines con butacas separadas por un metro de distancia, gimnasios donde se reservan las máquinas para no sudar hombro con hombro, compañías aéreas que te piden los datos de geolocalización antes de embarcar para asegurarse de que no has estado con ningún contagiado, edificios públicos y medios de transporte que leen tu temperatura corporal y tu historial médico o discotecas donde te obligan a ser inmune o estar vacunado antes de entrar”.
En verdad el primer paso y más importante está dado para que eso ocurra, son nuestros propios celulares que se han masificado de tal forma que ya cumplieron con el rol distribuir los dispositivos tecnológicos para que ese control sea posible y sin fisuras
La amenaza de otras epidemias (especialmente del SARS) estandarizó en muchos países asiáticos medidas que provocaban el asombro del viajero occidental: los escáneres de temperatura, el uso esporádico de mascarillas y las medidas sanitarias reforzadas... Todas ellas se convertirán previsiblemente en parte de nuestro día a día. Y tampoco bastarán. Nos acostumbraremos al uso de tecnología para detectar cuanto antes un nuevo brote -por ejemplo, geolocalizándonos a través de nuestros teléfonos móviles, como sucede ya en Corea del Sur-. Y se estandarizarán medidas que hoy todavía parecen futuristas. Una de ellas es identificar a las personas inmunes y darles un grado de libertad distinto al del resto.
El Estado
El rol del Estado -lo está teniendo y aumentará-, será determinante a la hora de planificar la vida cotidiana. Hace dos semanas la ciudanía insultaba a la política y el Estado intervencionista y hoy pide por políticos que le digan qué hacer y suplican mayor intervención, más dureza, Estado de Sitio y penas duras para evasores del confinamiento y somete su suerte a quienes denostaba hasta hace un par días. Los cierres de fronteras parirán un nuevo concepto de soberanía y, claro está, fortalecerá los nacionalismos y también otros ismos.
Por lo pronto, como estructura infranqueable nos queda nuestro cuerpo y alma. Tocado, sí, por lo que pasa afuera, pero terreno fértil e inesperado para practicar la libertad, el respeto y la distancia como acto de no invasión.
No sabemos qué sucederá, sí sabemos que nada será igual ni parecido. Dentro lo posible y lo que intentamos hacer en esta nota, es pensar. Pensar libremente más allá de lo legal y lo médico.
Lo primero a practicar es dejar de nombrar la palabra alienante. Seguramente, pronto, estaremos en condiciones de escribir (y leer) sobre lo que nos pasa a cada uno para compartir estrategias de supervivencia, sobre todo, de salud mental.
Hace apenas un mes, en Santa Fe, una marcha pedía por “seguridad” hoy aquello parece prehistoria. El miedo transmuto, como el virus.