Debido a la peste en mi pago, ayer el día fue de discusiones. El rol del Estado una discusión por razones que no se pueden resolver. Argentinos con plata que se quedaron fuera del país sin eso, sin dinero. Traerlos de vuelta cuesta una fortuna, mucho dinero en serio, en aviones sanitarios. Son más de 25.000, tal vez 40.000 y muchos dicen: hijos de una gran siete, se fueron con plata propia y tiene que traerlos el Estado con plata de todos. Asombra la incipiente conciencia estatal de muchos pero eso no le quita ni le pone a la cuestión. Ser o no ser. Los dejamos fuera o los traemos... Como si traerlos fuese poco lo que sigue: cuarentena a cargo de quién... La peste nos llena de puntos suspensivos y de cuentas a pagar.
La otra discusión del lunes fue por los respiradores. Tres fábricas privadas en Argentina. Costo de mercado de 15.000 a 30.000 dólares, que no es nuestra moneda pero hace rato que somos bilingües: cobramos en pesos argentinos, moneda nacional, pero pensamos en nuestra verdadera moneda: dólar estadounidense.
Dos universidades (Rosario y Rafaela) dijeron “los fabricamos por 2.000 dólares y hacemos 100 por semana”. Les dijeron esperen. Las empresas privadas dijeron los ponemos a todos los que tenemos a disposición y no se habló más del tema. El miedo empresarial no es sonso. Lástima. Yo confío en las Universidades del Estado. Los empresarios no creo que los regalen ni que los vendan al costo... qué costo... Más puntos suspensivos. Con un agregadito. Un médico sanitarista que estuvo en la gran epidemia de meningitis en Brasil decía: después de los respiradores vienen los tubos de oxígeno. Con los respiradores la manivela para graduar cuánto oxígeno, que no es sencillo, y con los tubos un desmadre, porque en los hospitales bien construidos el oxígeno viene por tuberías, en los de campaña son individuales y es un despelote. Creo que el despelote es la guerra pero... quién pensaba en esta guerra... Siguen los puntos suspensivos.
Había antes una lectura de cinco puntos (no los recuerdo bien) que iban de la ira a la resignación, pasando por el misticismo, cuando te decretaban el cáncer. Mal uso de la palabra decreto, pero suena medio inevitable cuando el médico viene y te dice: tiene cáncer. Es diagnóstico, pero con fuerza de decreto. Esa circunstancia pone, al que lo tiene, en condición especial. Esto es diferente. Diagnosticaron a la sociedad que cualquiera se puede morir en algún momento. Es un decreto en suspenso. Antes debés hacerle caso al Estado. Y está bien que sea así. Pero no quita que tengas los mismos cinco puntos de ira, resignación y misticismo. Los decretos ad-hoc indican quédese quieto, no salga sin motivo. Higienícese.
Por lo demás volvemos a confiar en la policía que nos dice que custodia que se cumplan esos pedidos: no salir al cuete, no hacer fiestas, no mostrarse... Hay un Estado vigilante al que le creemos el punto uno: están para cuidarnos. Ese es el pacto. El contrato. Hum... más puntos suspensivos.
Ya se sabe que el anarquista no quiere el orden... o pretende un orden natural no regulado por ese sujeto: el Estado. Están metiendo presos a los que no cumplen la cuarentena, que no quiere decir que sean anarquistas, aunque lo son. Falta más. Faltan los dichos de los economicistas, econometristas, simplemente economistas o adoradores del ábaco: lo que nos va a costar esto... Inflación, maquinita, ya se calcula que debe duplicarse el circulante, eso lleva la moneda terrestre, vernácula, de cabotaje, de pobrerío, a la mitad de su valor de hoy y a la comparación del billete bilingüe al doble.
Como río subterráneo que socava la tierra que pisamos y fabrica agujeros inatajables lo que no terminamos de acomodar. Los pibes, los tres hijos que están en el living, en la cocina, en la piecita... si hay eso, más de una gran habitación y más de un televisor, si hay televisor, si no se quedó en el sillón la abuela que vivía sola y la trajimos y si anda la heladera y la cocina y qué comidas y hasta cuándo...
Una vez leí sobre el optimismo de trinchera. El teniente decía, bayoneta calada, salgamos, y los soldaditos ensartaban la bayoneta en el rifle máuser, salían de la trinchera convencidos que la bala le tocaba al de al lado. Muchos morían. Con el cáncer de pulmón y el tabaco el ejemplo servía. Con el coronavirus un cambio: no salgás de la trinchera. La estadística lleva a un pico crítico que es más alto si son muchos los que salen. No tiene techo. Ni costo estimado. Ni culpables generales. Un poquito todos. Como cuando gritamos el gol, pero al revés. Y como la publicidad de una tarjeta de crédito: no tiene precio.