La muerte de Albert Uderzo, el dibujante francés que creó al personaje y la historieta de Ásterix junto a su amigo guionista René Goscinny, pone fin a una época que no sólo marcó al comic franco-belga y mundial, sino a la vida de legiones de lectores en todo el planeta.
Esto es así aún cuando podamos identificar otras clausuras previas: seguramente no menores, aunque sí menos definitiva. La primera es la disolución de la dupla creativa con la muerte de Goscinny, en 1977, lo que cerró una gloriosa etapa de 24 volúmenes. Los ocho siguientes, con Uderzo como autor integral, mantuvieron el encanto y la minuciosa maravilla de los trazos, pero nunca alcanzaron la gracia y la genialidad que hasta entonces había caracterizado a los guiones. Una nueva clausura se produjo en 2013, cuando Uderzo también debió soltar los lápices. Así, los últimos cuatro albumes llevan la firma de Jean-Yves Ferry (guionista) y Didier Conrad (dibujante), que insuflaron un toque de frescura y modernidad a las historias, manteniendo su identidad visual. Por eso, el fallecimiento de Uderzo no modificará la andadura de los personajes; aunque inevitablemente suponga el cierre definitivo de una era.
Paradójicamente, la historieta fue noticia recientemente por la inclusión, en el álbum “Ásterix en Italia” (casi una broma macabra), del villano Coronavirus. Nada que ver con la actual pandemia, como tampoco lo tuvo la muerte de Uderzo. En todo caso, un efecto curioso -y esta vez siniestro- de los juegos de palabras habituales en la serie, casi siempre utilizando el sufijo “ix” para los nombres galos, y términos con apariencia de latín para los romanos.
Esos juegos de palabras nos llegaron deslucidos por traducciones castizas (“estos romanos están majaretas”), y a veces oscurecidos por referencias localistas, acompañando los chistes que funcionan por reiteración, en una misma historia o a lo largo de ellas (como los piratas). Que aquí vimos por entregas, en la revista Anteojito (al igual que en el origen de la historieta, en la revista Pilote), en diversas ediciones del formato album de 48 páginas, con distintas calidades y presentaciones, o en traducciones animadas o con actores. Que recibimos con una sonrisa de simpatía, pero que no eran lo mismo.
En cualquier caso, nada de eso opacó el brillo del incesante desfile de personajes satíricos, excesivos, entrañables; a veces caricaturas históricas, como el recurrente Julio César o los episódicos Cleopatra y Vercingetórix.
Lo demás es historia, e incluso mito. Como el que vincula la génesis de Ásterix y Óbelix a Patoruzú y Upa, como el inocultable paralelismo -físico inclusive- entre autores y personajes.
Pero la pregunta que subsiste es qué hizo universales a estos galos impresentables. ¿Su condición de superhéroes inconscientes, asumida por el consumo de la inestimable poción mágica (la segunda fórmula secreta más codiciada del mundo)? ¿Su impronta de resistencia ante un poder avasallante? ¿Su sentido del humor?.
Seguramente no hay una respuesta única, pero parte de ellas debe estar cifrada en una de sus cualidades irreductibles: la bonhomía. Los personajes se pelean, flaquean, se equivocan y se redimen, pero jamás pierden ese rasgo. Y ahí, acaso, recogen una identificación que traspasa las fronteras.
Murió Uderzo, pero Ásterix y Óbelix ya habían obtenido la inmortalidad. En todo caso, larga vida a los jabalíes.