"En África dormía a veces y me bañaba cada cuatro días"
Está jugando en Australia y el recuerdo lo transporta a aquella final para ascender ante los jujeños, en 2008. “Veníamos desde Jujuy llorando en el avión con Gugnali y el Turquito Assef”, cuenta este flaquito de buena técnica que tiene una historia como pocos para contar.
El Litoral Foto actual / Ese grito de gol histórico de hace casi 16 años en el 15 de Abril. Marcos Flores convierte el tercer gol de Unión ante Tiro Federal, en el arco de la tribuna de las bombas.
Aquel 17 de abril de 2004, Unión vivía una jornada atípica, de tiempos complicadas y en la que la historia se repetía una vez más. La ilusión que se había creado en 2003, con conducción nueva en el club, para volver a Primera, se desvanecía por los malos resultados. Llegaba el final de la temporada y la gente del club salía a responder. La trilogía integrada por el el “Sapito” Miguel Oyeras, Marcelo López y Marcelo Yorno, con la preparación física del profesor Luis Di Paolo, tomaba las riendas y se producían debuts en cadena. Ese sábado, Unión le ganaba 3 a 0 a Tiro Federal y se producía el bautismo de chicos como Sartor, Sebastián García y Marcos Flores, más Ruffino, más Cúder y un delantero que volvía a deslumbrar: César Pereyra. Unión estaba en el último puesto de la tabla de promedios, peleando palmo a palmo —como será hasta el final— con Los Andes por no descender a la tercera categoría. Era el equipo que luego, en la Promoción, logró mantener la categoría al vencer a Tristán Suárez.
Marcos Flores convertía uno de los goles de aquella victoria en el 15 de Abril. Lo recuerda muy bien Marquitos, un jugador elegante, fino, de muy buena técnica. Era un típico enganche o media punta. Pero su pico más alto se dio en aquel equipo, también con muchos chicos del club, que dirigía Carlos Trullet y que luego tomó Claudio Gugnali, ya cuando el club era presidido por Juan Leonardo Vega. Aquél equipo llegó a estar en los umbrales del ascenso cuando jugó la Promoción con Gimnasia y Esgrima de Jujuy, empatando en Santa Fe y cayendo por la mínima diferencia en el norte del país. Después, Marcos Flores se convirtió en un “habitante del mundo”. Con él, El Litoral compartió una agradable charla en Moscú, durante el Mundial. Ahora está en Australia, más precisamente en Adelaida, donde hubo fútbol hasta hace una semana.
—¿Cuál es el primer recuerdo que te salta a la memoria cuando pensás en Unión?
—Cuando volvíamos llorando en el avión con Claudio Gugnali, el Turco Assef y dos o tres compañeros más. Había un solo foquito prendido en el avión y ahí estábamos, todos llorando... Y después, el día del debut. Recuerdo que la cancha estaba prendida fuego antes del partido, hermano... Fue contra Tiro Federal, hice un gol y fue el sueño del pibe.
—Con un equipo de muchos pibes y técnicos “de la casa” como Oyeras, Yorno y Marcelo López...
—Demasiada pertenencia, ¿no?... Sufríamos mucho, porque en ese momento no se cobraba muy seguido (risas). Estaba el Picante Pereyra, Tato Mosset, yo, el Turquito Assef... ¡Qué se yo, éramos la mitad del club! Y me acuerdo que cuando la cosa se ponía “heavy” y no cobrábamos, siempre ganábamos los que votábamos para seguir adelante porque éramos la mitad más uno de pibes del club. Y hacíamos locuras, porque nuestro pensamiento era el de defender a esa camiseta que amábamos.
—Como ninguna, ¿no?
—Nunca amé una camiseta como la de Unión, pero sentí otras. Por eso me pasé la vida llorando, porque perdí más de lo que gané y así forjé mi carrera de deportista.
—¿Y cuando lo encaraste a Eduardo López, el presidente de Newell’s, que en ese momento era un tipo intocable...?
—Newell’s me quería mandar a cualquier lado, a Tiro Federal, a Instituto. Y lo encaré a Eduardo López, solito, con apenas 18 años. Estaba temblando, hermano... El tipo me quería mandar a Tiro Federal, era amigo de Dávola y me dijo que me había comprado y que yo tenía que hacer lo que él se le “cantaba”.
Alejandro Villar El instante final y la despedida en ese debut con la rojiblanca. En la foto se observa al actual entrenador de la reserva e interino de la primera, Marcelo Mosset.
El instante final y la despedida en ese debut con la rojiblanca. En la foto se observa al actual entrenador de la reserva e interino de la primera, Marcelo Mosset.Foto: Alejandro Villar
—¿Te obligaba?
—Sí... ¿Sabés qué le dije?: “¿Cómo me voy a ir a Tiro Federal si tiene 15 hinchas cuando yo estoy acostumbrado a jugar con 20.000 en Unión?”.
—Y se debe haber enojado...
—La verdad es que yo no sabía si Unión quería que vuelva, era un salto al vacío, ¿me entendés?. Entonces, López hizo un silencio, me miró y me dijo: “Te estás cagando la vida”... Y yo le contesté que si no jugaba en Unión, dejaba el fútbol. Entonces, me dijo que me iba a préstamo y sin opción.
—Y te dejó ir...
—Cuando le doy la mano, me la aprieta fuerte y me dice: “Tranquilo, Marquitos, no te voy a hacer daño”... Salí de la oficina y me temblaban las piernas, porque yo tuve que ir solito porque había problemas con mi representante. López se había peleado con Passet, Giusti no lo hablaba, ¡qué se yo!, un lío... Lo llamé a Trullet y le pregunté si me quería...
—Una locura. ¿Mirá si te decía que no?
—Es verdad. Y Carlos me dijo que sí... Y después estaba el tema del dinero. ¿Sabés qué hice?, lo primero que me ofrecieron de dinero, les dije que sí. No me importaba la plata, quería “romperla” porque sabía que la oportunidad de ganar dinero estaba afuera.
—¿Cómo es esto de ser ciudadano del mundo?
—Heredé eso de mi mamá. Cuando me fui a Chile, dije que nunca más volvería a jugar en la Argentina porque estaba muy dolido... Yo extraño a mi mamá, hermano... Cuando ella viene, yo me siento bien, completo. Viví en Australia, China, Rusia, Indonesia, Africa... ¡Y por los golpes de la vida, no por hacer demagogia de viajes...! En Africa estuve siete meses viviendo en la calle, pagando un dólar para dormir de vez en cuándo y sin ducharme por cuatro días...
—¿Y por qué?
—Porque me quise conectar con el fútbol en la calle, porque estaba cansado del fútbol profesional. Hasta que me llamó este club de Australia y me recuperó las ganas de volver al fútbol, pero porque acá se entrena dos o tres días y se juega los sábados. Es otra cosa...
—¿Por qué te hartaste del fútbol profesional?
—Yo le decía a todo que sí, hasta que me iba a la India y se murió mi papá. El era un tipo muy sano y de un día para el otro le dio un ataque al corazón. Y eso fue muy feo. Me estaba por subir al avión y me dijeron que me tenía que quedar. La mandé a mi mujer para Rusia y yo me quedé. No quería correr más...
—¿Qué te pasó?
—Estaba deprimido... Eso fue en 2018, me volví a Rusia a ver a mi mujer, que estaba allá. Pero no tenía más ganas de jugar, no quería correr. Y un día, en la Plaza Roja, ví tres chiquitos y me puse a jugar con ellos, a enseñarles a patear. Y le dije a la rusita que me iba a ir a enseñar fútbol en la calle.
—Qué te dijo tu mujer?. ¡Se habrá querido divorciar...!
—No entendía nada, pero veía que estaba mal, que estaba triste... Me tomé un vuelo a Grecia y le enseñé fútbol a un afgano, tres o cuatro días. De ahí me fui a Israel, dí la vuelta por Palestina y pateaba la pelota contra la pared que divide Israel y Palestina, pasando a 30 kilómetros de Gaza donde estaba todo detonado... Y ahí seguimos... En Tanzania me subí con un tipo en una moto e hicimos 1000 kilómetros y en Madagascar le enseñé a los prisioneros de una cárcel a jugar al fútbol. ¿Sabés qué pasa en Madagascar?
—No...
—La gente prefiere ir preso porque vos en la pisión comés, y afuera te morís de hambre. Es uno de los paises más pobres del mundo. Y hasta que me encontré un australiano que me propuso volver a jugar en Australia y le dije que sí, que me hicieran la visa e iba. Y acá estoy, si el coronavirus lo permite, seguiré jugando.
—¿Cómo es la “postal” actual en el lugar que vivís?
—Hace nueve días que estoy encerrado, sin salir. Mi mujer es la que sale al supermercado. Hay menos gente, pero el deporte paró y las escuelas siguen, al menos hasta ahora. Esto es algo medio raro. Hay colas pidiendo subsidios porque hay muchos que trabajan por hora y viven el día a día. Por eso, yo no critico al que sale.
—¿Y vos?
—Yo tomo el tema como se debe, me lavo las manos 150.000 veces y sé que este año va a quedar en la historia de la humanidad.
—Estás para escribir un libro con todo lo que viviste...
—Una señora quiere hacer la historia de Africa y me lo propuso... Yo no fui a un safari, pero estuve siete meses ahí. Y ojo que ir a un safari es mi sueño, ¿eh?... Yo anduve por las villas, en la calle...
—¿Qué nombre le pondrías al libro?
—Mirá, hermano... Hubo un antes y un después en mi vida, que fue la muerte de mi papá... Cuando él se murió, fue como si un club o un equipo pierde a su mejor hincha, al que siempre te alienta, que nunca te critica... Yo me deprimí, hermano. Por eso, lo buscaría por el lado de ese jugador que perdió al mejor hincha... Yo estaba trabajando, no estaba jugando al fútbol, no disfrutaba... ¿Entendés la diferencia?. Cuando se me fue el mejor hincha, pensé: “¿Quién me va a defender cuando me vaya mal”?... Y fui abajo, a las bases, a enseñar fútbol y dejar de jugar, y esos chiquitos me curaron...
—¿Cómo?
—Porque empecé a jugar ocho o nueve horas por día y sin darme cuenta estaba haciendo una pretemporada, recuperando el amor por el juego, estaba con chicos pobres y disfrutaba... Ni los turistas pisaban esas villas a las que yo iba, sin entenderles el idioma... Y me aceptaron, hermano... Y salí adelante, fue un viaje a curarme... He visto cosas tremendas...
—¿Por ejemplo?
—Había un chico de cinco o seis años, vendiendo jugo de naranja con su papá, al lado del muro que divide Jerusalén y Palestina, que es un lugar desértico y por el que no pasa nadie. Le tiré la pelota y la agarró con la mano. No sabía patearla. Entonces jugamos un rato a tirarnos la pelota con la mano... Cuando me voy, le regalo un llaverito. Y ahí el padre se acreca y me dice: “Señor, usted va a ser algo que yo jamás podré hacer, usted va a cruzar caminando por ese lugar... Y yo tengo toda mi familia del otro lado”... Sin palabras...
No apto para cardíacos
Unión había llegado a la Promoción luego de un final apasionante del certamen de la B Nacional, temporada 2007-2008. El campeón fue San Martín de Tucumán y el segundo fue Godoy Cruz. Ambos le sacaron una buena ventaja a Unión (tercero) y a Belgrano (cuarto), que fueron los que clasificaron para la Promoción con los dos que venían de la A. San Martín de Tucumán sumó 66 puntos, Godoy Cruz 65 y Unión compartió la tercera posición con Belgrano y Chacarita, todos con 56.
El final fue “no apto para cardíacos”. Además de Unión, Belgrano y Chacarita, que igualaron el puntaje (con mejor diferencia de gol para Unión y Belgrano, por eso ambos terminaron jugando la Promoción), también pugnaban Quilmes y Tiro Federal por ocupar el tercer y cuarto puesto. Quilmes terminó a un punto de Unión y Tiro Federal a 2.
Faltando tres fechas, Unión jugó ante Independiente Rivadavia en Mendoza y logró un triunfo impactante y agónico por 4 a 3, que fue muy festejado. Al partido siguiente, enfrentó de local a Ben Hur (que se fue al descenso ese año) y sólo empató 1 a 1 con un 15 de Abril en el que “no cabía un alfiler). Y en la última fecha le tocó enfrentar a Quilmes, que lo venció por 4 a 3 en un partido dramático. Ese día, Chacarita empató con Almirante Brown y Tiro Federal cayó ante Talleres de Córdoba. Estos resultados ayudaron a que Unión juegue la promoción con los jujeños.
Esos partidos terminaron con el empate 1 a 1 en Santa Fe y la victoria de Gimnasia por 1 a 0 en la Tacita de Plata, quedándose en Primera. En aquél equipo de Unión, la base titular era con Luis Assef; Fernando Fontana, Renzo Vera, Marcelo Mosset y Matías Yacob; Martín Zapata, Juan José Serrizuela, Jorge “Coqui”Torres y Marcos Flores; César Pereyra y Leandro Zárate, con la conducción técnica de Claudio Gugnali.