Vivimos un tiempo impregnado de dilemas; de dilemas complejos que van mucho más allá que la tradicional opción entre lo bueno y lo malo; de dilemas entre lo malo y lo peor, y entre lo peor y lo mucho peor. Por lo tanto, la carga, para quien tiene que decidir, es enorme. Y como la decisión que se tome nos compromete a todos, es necesario que quienes estemos comprendidos en su radio de efectos y consecuencias nos impliquemos de manera consciente y responsable. Es lo que diferencia a una democracia de una autarquía. La democracia, dadora de libertades, exige comportamientos ciudadanos que contribuyan a sostenerla.
En medio de una pandemia que se extiende por el mundo, la Argentina es un país que está haciendo las cosas mejor de lo esperado, máxime cuando se contrasta la respuesta ciudadana (nueve de cada diez personas cumplen las consignas) con las de Italia y España, cuyos genes históricos y culturales habitan en la mayor parte de nuestra población. No es casual que los países de Europa que representan la quintaesencia de la latinidad sean los más golpeados por la enfermedad. Es que fueron los que más tardaron en reaccionar ante la crisis sanitaria, los que más estiraron la fiesta cotidiana. Antes abanderadas de las creencias sobrenaturales, desde los mitos populares a las religiones clásicas, estas sociedades experimentan en las últimas décadas un común fenómeno de desacralización y un creciente apego a las sensualidades de la vida. El tránsito de la creencia a la negación genera confusiones y reacciones contradictorias que recortan los espacios de la racionalidad. El tema da para un ensayo y escapa a la estrechez de estas líneas. Aquí sólo queda decir que frente al flagelo de la enfermedad se suele reaccionar con enojo e, incluso, con actitudes desafiantes que sólo agravan las cosas.
Los números de la pandemia y su evolución en los distintos países ofrecen cuantiosa información acerca de la diversidad cultural de las sociedades que habitan el planeta. Las orientales, más experimentadas en epidemias, y en general más disciplinadas, por el rigor o el sentido de la responsabilidad, o combinaciones de ambas, han reaccionado con mayor velocidad y, también, con más y mayor tecnología para la detección del virus. Sin duda, las políticas educativas desarrolladas en Extremo Oriente en las últimas décadas, no sólo han integrado a la sociedad moderna a grandes masas de personas, sino que otorgan en esta dura circunstancia la compacidad de respuesta propia de colectivos que entienden los problemas que afrontan. Y en caso de que se los entienda, pero se produzcan resistencias a las medidas sanitarias, los Estados activan sin remilgos la fuerza irresistible de su poder legal. El bien común, o la morigeración del mal, priman sobre la autonomía de la esfera individual.
En la Europa diversa en su unidad, las reacciones y sus resultados están también a la vista. En el extremo de la letalidad aparecen Italia y España; Francia, en tanto, expresa en sus cifras su mixtura etnocultural. Tiene una gran cantidad de casos, pero la letalidad es menor que en su vecina Italia, y bastante mayor que en Alemania, otro país vecino que, merced a su disciplina social y a su eficiente despliegue sanitario, muestra números propios de una mentalidad superior. Los países nórdicos, fieles a su tradición de hacer mucho sin hacer ruido, también parecen tener a la pandemia bajo control.
En cambio, donde las cosas no van bien es en los grandes países de base anglosajona. La antigua omnipotencia parece jugarles una mala pasada. Tanto el Reino Unido de Gran Bretaña como los Estados Unidos de Norteamérica, están en problemas. En las islas brumosas hasta se teme por la salud de la anciana reina Isabel II, ya que el virus no ha respetado la imponente imagen del palacio de Buckingham, y se ha metido en él, donde ya ha contagiado al príncipe Carlos. Entre tanto, su inclasificable primer ministro, Boris Johnson, mezcla de rockero y político conservador, con nombre ruso y apellido bien inglés, ha tenido que retroceder en chancletas frente a una epidemia que pasaba por arriba sus banderas de libertad económica. Primum vivere, decían los romanos, que dejaron su huella impresa en la antigua Londinium.
En los EE.UU., el presidente Donald Trump, suprema encarnación de la omnipotencia y la estolidez, se resiste a la cuarentena mientras los casos se multiplican en su país a la velocidad del rayo. No se convence de que a él pueda pasarle una cosa como ésta. Quizá por eso, cada vez que habla complica la situación interna. En su último discurso insinuó una pronta reapertura del cerco sanitario, proclamó sin vergüenza la combinación de dos fármacos conocidos como eficaz respuesta al desafío del virus y cantó loas a la FDA (Food and Drugs Administration) o Administración de Alimentos y Drogas de su país, por sus hallazgos científicos. Cualquier parecido con la aparición de Superman en el cielo de los EE.UU. es pura coincidencia. Entre tanto, de manera silenciosa, el virus hace su trabajo de contagio y muerte.
En la Argentina, cada vez más heterogénea en términos sociales, la respuesta es mejor de lo imaginado en un principio, sobre todo si se consideran sus crecientes indicadores de pobreza y la sostenida decadencia de su base educativa. Pero como contrapartida, la política brinda el ejemplo de una actitud hasta ahora desconocida: la sintonía de la oposición con el oficialismo para superar esta crisis. Horacio Rodríguez Larreta, cuya imagen como referente del PRO crece a nivel país, lo sintetiza en una frase: “Con el gobierno nacional hoy somos un solo equipo”.
Mauricio Macri, entre tanto, quiebra su silencio con una torpeza; le recomienda a Alberto Fernández una salida a la inglesa (no apagar la economía) en el mismo momento en que Johnson retrocede en su planteo jaqueado por el virus. Aciertos y errores trazan las curvas ascendentes y descendentes de los políticos en medio de la pandemia. El otro que asciende en la consideración pública es Alberto Fernández, capaz de tomar medidas duras, pero matizadas con explicaciones docentes. Y de ampliar el espectro de la colaboración política mediante un repertorio de acciones que incluyen con frecuencia el mensaje simbólico.
La economía es sin duda un gran tema, porque no podemos vivir del aire ni de una emisión continua, progresiva y carente de respaldo. Por eso, como decía en una nota anterior, es necesario que se vaya pensando en la salida al final de la crisis, y en los reales puntos de apoyo con que cuenta la Argentina para intentarlo. La pandemia nos está ofreciendo mucha información sobre nosotros y el mundo, y permite diferenciar con mayor claridad lo importante de lo secundario. Ese aprendizaje tiene que ayudar a orientar los pasos hacia una salida productiva.
Surgen visiones nuevas sobre los otros, los que piensan diferente, pero a quienes necesitamos. El campo, productor de materias primas, y hasta hace poco denostado por sectores del Frente oficialista, asociado con la industria alimentaria, no ha dejado de trabajar para abastecer a una población en encierro legal. Lo mismo ocurre, con los diversos sectores que integran el sistema de salud; con los recolectores de residuos y con las fuerzas de seguridad nacionales y provinciales, a las que se suma ahora el respaldo del ejército nacional, movilizados todos para darle consistencia a las órdenes emanadas del Ejecutivo y asistencia a los conciudadanos en estado de mayor necesidad. En fin, con todos aquellos que llenan los casilleros de las excepciones a la cuarentena y representan aportes útiles para una sociedad en riesgo, incluidos los periodistas que hasta hace poco eran maltratados desde los sectores extremos del oficialismo.
Estamos en medio de la tormenta, el exacto momento en que no hay que aflojar. No se puede ni debe ocultar que hay conductas anómalas que pueden facilitar la circulación del virus pese a todos los esfuerzos empeñados. La falta de educación en la explosiva realidad del superpoblado conurbano bonaerense, la falsa omnipotencia de personas de altos ingresos que a su modo violan la cuarentena, y los tarambanas de diverso cuño que niegan la gravedad del problema y ven detrás de las medidas la conspiración de poderes ocultos, ponen en riesgo objetivo la seguridad del conjunto. En cualquier caso, son comportamientos esperables, que habrá que poner en caja con iguales dosis de paciencia y rigor.
La Argentina es un país que está haciendo las cosas mejor de lo esperado, máxime cuando se contrasta la respuesta ciudadana (nueve de cada diez personas cumplen las consignas) con las de Italia y España, cuyos genes históricos y culturales habitan en la mayor parte de nuestra población.
La pandemia nos está ofreciendo mucha información sobre nosotros y el mundo, y permite diferenciar con mayor claridad lo importante de lo secundario. Ese aprendizaje tiene que ayudar a orientar los pasos hacia una salida productiva.