“La civilización que confunde a los relojes con el tiempo, al crecimiento con el desarrollo y a lo grandote con la grandeza, también confunde a la naturaleza con el paisaje, mientras el mundo, laberinto sin centro, se dedica a romper su propio cielo.” Eduardo Galeano
Las tinieblas que configuran el despertar del sueño me abrazan lentamente a modo de arrullo omnipresente, van quedando atrás los sonidos de la noche, con algunas excepciones; como aquel grillo rezagado y despistado que le canta al sol y también por algunas exaltadas y excitadas palomas con sus palomos engarzados en las cuestiones del amor al alba. Son los resabios de las últimas sombras de la noche, que ya es pasado. Hoy es un nuevo día, tan parecido al que pasó que me termina asustando la similitud de las horas pasadas con las que vendrán; en las radios y en la televisión las noticias siguen siendo tan parecidas a las del día anterior que logran asustarme un poco más. Las informaciones, como este texto que les hago llegar en el día de hoy, nos cuenta lo que nos vienen contando desde hace más de veinte días atrás, el maldito virus sigue avanzando, cada día suma un porcentual de víctimas que va excediendo al anterior, y lo vemos, ya no son solamente números. No podemos eximirnos de la obligación y de la responsabilidad que tenemos como seres pertenecientes a una sociedad, que es la de cuidarnos y cuidar a los demás. Las noticias que nos llegan del mundo son más preocupantes todavía, y como dije la vez pasada, es tiempo de demostrarnos y demostrarles a los de afuera (los del primer mundo), que hoy podemos hacer historia de la buena, de esas que se contarán con el pecho inflado de orgullo, de que aquí en la Argentina, pudimos superar las adversidades de la pandemia. Pero...
Pero el día de ayer, viernes 3 de abril, nos vimos espantados de ver las largas filas de ancianos y gente necesitada que se agolpó a las puertas de los bancos para recibir su jubilación o la ayuda social. No es más que una muestra muy cabal que nos enrostra que la miseria y el hambre, la falta de dinero y de recursos desenraizó y echó por tierra todo lo bueno que se había hecho hasta ahora. Ya no valía cuidar a nuestros viejos, ni valía el metro y tanto de distancia, ni los barbijos ni las congregaciones multitudinarias, ni el control y autocontrol social.
Y ahí todos mezclados... buen día, buenas tardes y buenas noches. Es que en estos repetitivos y uniformes días en los que pareciera que estamos inmersos en esos programas de televisión ómnibus, haciendo un micro sobre la monotonía de veinticuatro horas de duración, con un fin supremo y colectivo por nuestro bienestar social, tendríamos que ser más astutos que el bicho de esa gripe que antes era china y que ahora es mundial, no por nada lleva una corona, ella, la enfermedad, reina en estos días, es la más popular del mundo y nadie deja de hablar de ella. La regla general es cumplir con las medidas; quedarse en casa es prioritario; asumir el riesgo de no respetarla es poner en riesgo a los demás. Pero la necesidad tiene cara de hereje, y el hambre no es zonzo.
Es casi imposible no pensar en las pestes que azotaron al medioevo (pestes que se relacionaban con la miseria, el hambre, el hacinamiento y la falta de higiene reinante en un mundo que se dividía en dos, los nobles y el resto. Como no recurrir al libro de Albert Camus para releer y volver a adentrarse en la psicología moral y en la crítica social de los actos de las personas ante el caos y la enfermedad, pero que también se encarga de rescatar aquellos valores altruistas, solidarios y nos enseña el sacrificio de aquellos que tenían a través de sus actos la responsabilidad de sobrellevar una crisis epidemiológica que dejaba al descubierto la naturaleza humana. Su novela nos conmueve por una visión que retrospectivamente nos abruma debido a su exactitud con los hechos y las situaciones que estamos viviendo actualmente, asimismo nos muestra descarnadamente que semejante riesgo, hace que los hombres saquen de sí lo peor o lo mejor de sus más o menos humanos sentimientos. Allí nos encontramos con el egoísmo y la solidaridad; el amor y el odio; lo racional y lo irracional... Personas que se relegan a sí mismas por el bienestar de los otros y personajes que se relamen ante la oportunidad de incrementar y hacer pingües negocios a expensas de la tragedia ajena. La novela de Albert Camus se edita en 1947, inmediatamente después de finalizada la segunda gran guerra, con los horrores a flor de piel, con una Europa destruida desde sus cimientos, donde el hambre y la miseria eran la figurita repetida, donde la muerte y la putrefacción en las calles eran tan comunes como lo son hoy en día los caramelos en un kiosco. La novela de Camus relata la epidemia que se desata en un pueblo llamado Orán, de la Argelia Francesa, y que comienza un dieciséis de abril...
No es de extrañar que en estos días, en los que nos sobran las horas, volvimos a acudir a la lectura y al ocio creativo intentando ignorar la lentitud de los minutos y descuajarse de la diaria rutina de permanecer encerrados en nuestros hogares. Intentemos aquellos que tenemos la posibilidad de disfrutar de nuestras familias de enriquecernos como personas y como comunidad.
Hoy más que nunca tenemos que tirar para el mismo lado. Esta pandemia es en estos momentos un problema real que nos golpea a todos y todas, los aplausos y las cacerolas suenan con idéntica carga ideológica, los vecinos se reconocen o se desconocen, las decisiones son aprobadas o defenestradas, pero todos, absolutamente todos estamos metidos en la misma bolsa. No nos tratemos como perros y gatos, eso tendría que ser el pasado. El futuro, si es que lo hay, va a seguir siendo tarea de todos, aprendiendo de los errores del pasado.
Tendríamos que ser más astutos que el bicho de esa gripe que antes era china y que ahora es mundial, no por nada lleva una corona, ella, la enfermedad, reina en estos días, es la más popular del mundo y nadie deja de hablar de ella.
La regla general es cumplir con las medidas; quedarse en casa es prioritario; asumir el riesgo de no respetarla es poner en riesgo a los demás. Pero la necesidad tiene cara de hereje, y el hambre no es zonzo.