José Luis Lanao
José Luis Lanao
La historia la deslizó el prestigioso hispanista británico Paul Preston : “El entrenador del Liverpool CF viaja a Kabul para ver jugar a un futbolista afgano; impresionado por sus condiciones, le ofrece un contrato y se lo lleva a Inglaterra. Dos semanas más tarde, el joven afgano juega su primer partido en el Liverpool; cuando sale al campo, el equipo está perdiendo por dos a cero. En veinte minutos el muchacho mete tres goles y le da la vuelta al marcador. Cuando termina el partido, el afgano corre a llamar por teléfono a su madre y le dice: ‘Mamá, ¿sabes qué?, hoy jugué veinte minutos, metí tres goles, y gracias a eso ganamos, todo el mundo me adora, los aficionados, los periodistas, los compañeros del equipo, todos!’. ‘Estupendo’, le contesta la madre, ‘déjame que te cuente mí día: a tú padre le han pegado un tiro en la calle; tu hermana y yo fuimos asaltadas y a ella estuvieron a punto de violarla, menos mal que pasó un coche de policía; tu hermano se ha unido a una banda de saqueadores y ha incendiado unos edificios, y mientras tanto tú me cuentas lo bien que lo estás pasando!’. El chico se queda estupefacto y acongojado: ‘¿Qué puedo decir mamá? Lo siento mucho’. ‘¿Qué lo sientes? ¿Que lo sientes?’, vocifera la madre: ‘¡fue por tu culpa que nos hemos venido a vivir a Liverpool!”.
Ahí está todo, o casi todo. El éxito y la agonía, lo sublime y lo sórdido, lo bueno y lo malo. No es necesario viajar a los suburbios de Kabul para descubrir los rincones de la desgracia humana. Todo puede suceder en una hora, en un kilómetro alrededor de tu casa en la gran ciudad. En la esquina más elegante de tu barrio hay un hombre arrodillado, con los brazos en cruz, con un plato limosnero en el suelo, mendigando las migajas de un mundo que mira para otro lado.
En esta locura metafísica instalada por un virus diabólico que no deja de mutar, donde el mundo contiene el aliento y la saliva, sospechábamos que en las graves tragedias lo que sobra siempre en cantidad son los muertos.
En ocasiones el mundo del fútbol se comporta como un gas inerte y vacío. Como en la caverna de Platón en la que los hombres tomaban por realidad lo que sólo son sombras, la médula profunda de esa realidad no les llega, no les toca, no la sufren, no la asumen. Hoy han hecho una excepción. El cosmos del fútbol mundial se despertó del letargo para seducir a una opinión pública paralizada por la pandemia arrolladora. Los rostros de los ídolos iluminaron las marquesinas de una conciencia social aterrada por el contagio. El “Yo me quedo en casa” acaparó los titulares y el mundo del fútbol se fue a dormir el sueño eterno de la responsabilidad colectiva.
En el universo de la ignominia, por desgracia, todo es lo que parece. Lo que emerja cuando pase la guadaña será un mundo más pobre y desigual. Lo sabemos. Pero habrá que revisarlo.
Las estrellas posmodernas del fútbol actual están condenados a pasarse la vida viendo dentaduras. Al fin de cuentas el éxito no es más que eso: contemplar cómo te sonríe todo el mundo y no cesar nunca de enseñarte las muelas. A veces, frente a la violencia de toda clase de injusticia hace falta borrar tanta sonrisa, quitarse los honores, bajar al llano, y compartir el dolor.
Al escribir la Divina Comedia la gente se apartaba de Dante porque estaba ante un hombre que había visitado los infiernos. En este infierno dantesco que se acaba de instalar, el fútbol debe ser generoso, y recompensar lo recibido por el el lujo de existir en el lado amable de la historia.
El hombre con los brazos en cruz dormirá esta noche bajo un cajero rebosante de dinero en la entrada de un banco, es aquella promesa afgana que una temprana lesión lo apartó del fútbol para siempre. Hoy es un mendigo más en las calles de Liverpool. Su madre, hace tiempo que se volvió a Kabul.
Detalles del autor
Ex jugador de Unión en la década del ‘80. Estuvo en dos temporadas, marcó 20 goles, luego se fue a Huracán y posteriormente al fútbol español. Tuvo que dejar la actividad profesional por una enfermedad, a los 25 años. Hace 35 que vive en España.