Por Alejandro A. Damianovich
El principio central que Manuel Belgrano asumió en los días de la revolución y al que consagró todas sus energías, el que cubre y redime todas sus fallas y pasos en falso, es el que coloca al interés público por sobre cualquier conveniencia particular.
Por Alejandro A. Damianovich
Lo primero que hay que determinar, para responder al título del artículo, es cuál fue el proyecto de mayo de 1810 que convirtió a Manuel Belgrano en un actor político y militar relevante. La historiografía de las últimas décadas ha desestimado que la revolución expresara un sentimiento nacional desarrollado en los finales de la dominación española, “mito fundacional” del que fue principal expositor Bartolomé Mitre en su magnífica biografía -precisamente- de Belgrano.
Administrar con autonomía la crisis de la monarquía
Fue el mismo Belgrano quien expresó en sus Memorias que en 1807, cuando acababa de rechazarse la segunda invasión inglesa, él pensaba que faltaban unos cien años para que las colonias españolas hicieran lo que las inglesas del norte habían llevado adelante declarándose independientes en 1776.“¡Tales son en todo los cálculos de los hombres! Pasa un año -escribía Belgrano- y he ahí que sin que nosotros hubiésemos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona”. La invasión de Napoleón a España y la captura de los reyes plantearon una crisis institucional a la que había que oponer una respuesta y en la definición de esa respuesta se desenvuelve lo que se ha dado en llamar “revolución de mayo”, proceso que, si bien contiene una promesa libertaria, responde a la lógica del poder dominante de Buenos Aires.
No hubo un proyecto ni un pensamiento de mayo, simplemente una variedad de alternativas para administrar esa crisis con autonomía. Con cada paso dado entre 1807 y 1810, Buenos Aires fue concentrando poder. Derrocó al virrey Sobremonte acusándolo de mal desempeño en las invasiones inglesas, y los criollos militarizados tomaron la delantera cuando sostuvieron al virrey Liniers en enero de 1809 contra la asonada de los españoles locales. Permitieron la asunción de Cisneros en reemplazo de Liniers ese mismo año, y cuando se supo de la ocupación total de España por Napoleón lo suplantaron por una Junta de gobierno a nombre del rey Fernando en un Cabildo Abierto en el que Belgrano votó por ese cambio.
El proceso de apropiación de poder continuó en junio, cuando la Junta, que Belgrano integraba sin haberlo pedido, desconoció al Consejo de Regencia de España e Indias que se había constituido en Cádiz, iniciándose una guerra civil entre juntistas y regentistas, mientras Inglaterra se afanaba por moderar el conflicto, ya que España era una aliada principal en la guerra contra Francia.
Pensamiento y acción política de Belgrano
Las ideas centrales que Manuel Belgrano habrá de sostener en nombre de la revolución durante los diez años que consagró para impulsarla (los últimos de su vida) tienen su origen en estos días de confusión e incertidumbre.
En primer lugar su idea de autonomía para la administración de la crisis, que irá madurando hasta convertirse en el principal objetivo de su vida: la independencia nacional. Al principio se conformaba con tomar distancia del caos peninsular, cuestionar la legitimidad de las entidades surgidas en España a nombre del rey, y apoyar las aspiraciones de la hermana de Fernando VII residente en Río de Janeiro, la princesa Carlota Joaquina. Pero luego será uno de los adalides de la independencia, como San Martín o Artigas, produciendo gestos de alto contenido simbólico, como la bandera azul y blanca con la que distinguirá a las tropas de su mando.
Fue aquel primer proyecto carlotista el que pondría en evidencia otro de los principios políticos que Belgrano sostendría hasta el final: la constitución de una monarquía constitucional parlamentaria. En pos de un rey partió con Rivadavia a Europa en 1814 y al regresar con las manos vacías propuso al Congreso de Tucumán la coronación de un Inca que residiera en Cuzco, idea que si bien resultó “ridícula y extravagante” para los diputados porteños, al decir de Tomás de Anchorena, cautivó a los representantes altoperuanos y arribeños.
Un gobierno centralizado fue para Belgrano otro principio rector, entendiendo que esto aseguraba la unidad la Nación. Cuando San Martín impulsó la mediación chilena en la guerra entre el Directorio y las provincias federales, Belgrano la aprobó diciendo que la misión “se desengañaría” cuando escuchara que la causa de la disidencia de tales “viles fascinados” era que no querían “ser gobernados por porteños pícaros”. No admitiendo que los federales consideraran al gobierno de Buenos Aires como una “nueva dominación”, se exasperaba ante la desunión del país en plena guerra contra España, sin considerar equivalente la invasión portuguesa a la Banda Oriental, alentada desde Buenos Aires y resistida por Artigas.
Pero el principio central que Manuel Belgrano asumió en los días de la revolución y al que consagró todas sus energías, el que cubre y redime todas sus fallas y pasos en falso, es el que coloca al interés público por sobre cualquier conveniencia particular. Con esa vara medía el patriotismo de los ciudadanos y demostraba su propio compromiso revolucionario, pues en esa prevalencia de lo público sobre lo privado estriba uno de los cambios que la modernidad traía sobre el “antiguo régimen” y sus privilegios. En eso se aproximaba Belgrano al grupo más radicalizado de sus colegas de la Junta: Mariano Moreno y Juan José Castelli.
Sacrificio, triunfo y declinación
De esta forma, llevando su sacrificio a extremos poco comunes, aceptó renunciar al mundo de prebendas y comodidades de su condición social, para ser un combatiente convencido en la lucha revolucionaria. Rechazado por los paraguayos que veían en sus tropas a un ejército de ocupación porteña, logró más adelante las dos mayores victorias de la guerra por la independencia libradas en el actual suelo argentino: las de Tucumán (1812) y Salta (1813), con las que salvó a la revolución. Su liderazgo estuvo probado con la gesta del éxodo jujeño, solo comparable al de Artigas en la Banda Oriental.
Poco después se inició su declinación. Las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, su fracaso diplomático en Europa, su involucramiento en las guerras civiles siguiendo órdenes del Directorio, lo desacreditaron injustamente cuando sus dolencias lo limitaban cada vez más en el mando de un ejército famélico.
Enfermo y pobre viajó a Buenos Aires a morir. La historia había transcurrido por causes que no pudo controlar. Salvo la independencia de España, sus principales proyectos habían fracasado: la monarquía constitucional, la unidad de un país centralizado, las escuelas que quiso fundar... Pero a pocas cuadras flameaba en el fuerte la bandera azul y blanca que nos legara, como entre los humos de la batalla de Salta, cuando consolidó su triunfo de Tucumán y la vida misma de la revolución.
(*) Serie producida para El Litoral por la Junta Provincial de Estudios Históricos.