Alberto Fernández decidió hace una semana suspender eventualmente el dictado de decretos electrónicos, sistema que heredó del gobierno de Macri, “porque en ocasiones nos hackean”. El papel le devuelve al poder la discrecionalidad para -por ejemplo- antedatar decisiones.
Ahora Sergio Massa y Cristina Kirchner piden la Declaración de Certeza de Constitucionalidad de la Corte, para que el Congreso viole los propios reglamentos (sólo se sancionan leyes de manera presencial en el recinto) a fin de sesionar por videoconferencia. Usarían un sistema de validación electrónica de identidad.
El mismo partido que votó en 1992 la privatización de Gas del Estado con un diputrucho físico, ahora decide preventivamente cuándo un sistema electrónico le da certeza a un legislador virtual, o cuándo es susceptible la firma del presidente para ser hackeada. ¿Violará la “Corte Peronista” el principio de división de poderes? La pretensión kirchneristas es que los jueces cambien el reglamento de las Cámaras.
El objetivo inmediato -habrá más- es la sanción del “impuesto a los ricos” que Máximo Kirchner y Carlos Heller ofertaron en Olivos al presidente. La pretensión de cobrar un gravamen extraordinario a quienes tienen un capital superior a $ 1000 millones es propaganda por izquierda, en medio de la pandemia. En los hechos supone acercarse a las políticas de Nicolás del Caño o de Juan Grabois, en línea con el “gobierno popular” que postulan.
Los capitales y bienes declarados ya pagan impuestos y la superposición fiscal puede terminar en fiasco legal y recaudatorio. Pero en cambio garantiza la labilidad institucional hacia las autocracias, en un mundo en el que asoma ese peligro bajo la excusa pandémica.
Redistribuir lo que hay sin generar nueva riqueza, es un camino garantizado al fracaso. El éxito del aislamiento sanitario de la gestión Fernández tiene ahora un desafío mayor en la “cuarentena administrada” para volver a producir, minimizando el costo en vidas.
No asoma el Estadista; los gobernadores no logran hegemonizar criterios y los intendentes se sienten sin respuestas entre las restricciones federales y provinciales y las demandas de sus actores socioeconómicos.
La recaudación y el cobro de servicios de luz, gas y agua se caen. El país está al borde del default. El gobierno ha monetizado a los beneficiarios de jubilaciones mínimas y los planes, mientras agonizan los salarios y las empresas, en especial las Pymes, que deben seguir pagando impuestos y sueldos sin poder facturar. La ayuda en créditos demora y no sirve para más de un mes; el dólar en fuga ya es patrimonio de este gobierno; la emisión de pesos es un recurso indispensable en lo inmediato, pero sin un plan que la contenga, la inflación hará estragos en el contrato social.
La falta de moneda, el encierro nacionalista y la debilidad institucional no frenan a un virus que no reconoce fronteras a nivel global; mucho menos lo hará entre límites interprovinciales; la “vecindad caliente” entre el Gran Buenos Aires y capital federal no es diferente a la que hay entre barrios vulnerables y bulevares santafesinos.
La solución sanitaria es global o no será. La económica también; incluso el presidente ha reclamado al G20 que se anticipe a buscar salidas. Fue el dispositivo creado por las grandes potencias tras la crisis “capitalista” de 2008; sin embargo el Jefe de Estado ignoró las críticas kirchneristas cuando apeló a esa organización supranacional, incluso a despecho de su propio discurso contra los miserables.
La Argentina “coqueteó” con Roberto (el Eje Roma-Berlín-Tokio) hasta último momento en la segunda guerra mundial. Y se quedó afuera del Plan Marshall cuando el mundo occidental diseñó la recuperación social y económica en base republicana. El hambre y el genocidio continuaron del otro lado del muro.
Hay que preservar empresas y capitales para cuando pase el aislamiento. La Argentina necesita una estrategia para sanar la economía después del virus; quedarse en el grupo de Puebla es repetir como farsa los errores del SXX, con extemporáneos discursos revolucionarios decimonónicos. Como si nada hubiese ocurrido, como si no pasara nada.