Hay un clima de adioses y los gatos no entienden cuánto pasa. Muchos animales no entienden qué pasa.
La peste en mi pago pone en alerta los más antiguos reflejos, los de las cavernas y el miedo al fuego, el fuego es mucho, es ese misterio que tanto nos hace falta. No nos engañan con fuegos artificiales o calores eléctricos.
Hay un clima de adioses y los gatos no entienden cuánto pasa. Muchos animales no entienden qué pasa.
Nuestra parte animal no entiende lo que pasa porque los animales tenemos acciones y reacciones. En el lugar más oscuro del cerebro, en la curva más profunda, en los reflejos más antiguos se esconden los movimientos, el calor, el frío, la luz, la noche y el día. Eso está cambiado. Ni los gatos entienden. Y eso que ya sabemos, los gatos son sabios entendedores con pocas palabras y mínimos gestos. La peste en mi pago pone en alerta los más antiguos reflejos, los de las cavernas y el miedo al fuego, el fuego es mucho, es ese misterio que tanto nos hace falta. No nos engañan con fuegos artificiales o calores eléctricos. El fuego es un misterio animal que nos toca donde ni siquiera sabíamos que estábamos presentes, en un cubil de la memoria que esta peste dejó entreabierto.
Estamos cada día despidiéndonos. Cuando nos informan que llegamos a tres millones de humanos infectados, sobre este día, advertimos que son pocos ante tanta población del mundo pero uno de ellos es un vecino; las balas están rozando la casamata. La estadística sostiene que los viejos somos la mayoría de los muertos por la pandemia y asusta saber que nos moriremos, pese a que sabemos eso hace mucho tiempo y tal vez sea necesario confesar: hemos sido criados en la certeza que Superman existe y nunca llegará el cargamento de kryptonita. Nunca. Soy Clark Kent. Entiéndalo.
El gato en el patio de mi casa no entiende. Es uno más que debe adaptarse a una vida, una rutina, un formato diferente. Hace más de un mes que salgo, le doy el alimento balanceado, lo saludo, entro y no me ve más hasta el día siguiente. El gato vive en el patio para ahuyentar palomas, ahora más sueltas y molestas que antes, y cazar ratones, ahora más descarados que lo que usa y desarrolla, por genética, su espantadiza costumbre del mutismo y la curva para vivir en las cloacas y los pasadizos. Los ratones y las cucarachas son los verdaderos dueños de la ciudad. Y si los ratones abundan (el grano cercano y esas cuevas del contrabando en el Siglo 18 y 19) ahora la abundancia es exageración de la procreación entera y la muerte demorada. Avanzan.
Los perros pasean poco porque el amor por un perrito va parejo con el susto cerval que apareció. No es cuestión de enfermarse por un perro que mueve la cola y gime pidiendo la correa. Los pájaros en la jaula del balcón tienen menos ruidos y más visitas que la costumbre de crianza. Me cuentan que sobre la plaza central (vivo a una cuadra y media de la plaza, a dos cuadras de la Municipalidad y la Catedral y a tres del Monumento a la Bandera y si llego a la esquina y doblo hacia allá a 300 metros está el río, pero no voy a la plaza), insisto en que me dicen: el Monumento es un ágora abandonada. Tenés que ver la cantidad de palomas que están jodiendo en la plaza, pero no hay nadie que les tire migas de pan, comen basura, granitos, revolotean… no se qué va a pasar con las palomas. Suena menos el campanario para misas en la Catedral. Tampoco sé que pasará con la Catedral sin mendigos en la puerta. Desde Arturo de Córdova y el Oscar que no pudo ser, el tema es controversial. Dios no paga. Los mendigos hacen a la Catedral o la Catedral hace a los mendigos. Interruptus del dilema. Coronavirus manda.
En estos días el río Paraná es un arroyo grande y no el más importante río del país porque las represas allá arriba, en el Brasil, están llenándose y el agua no baja. Faltaría eso: que los peces se vayan caminando, peregrinación ictícola a la Catedral para que se muera el coronavirus (no es un animal, es una partícula que no se muere, disminuye en número y si, además, tenemos defensas o fabricamos una vacuna deja de molestar al mundo). Nadie sabe qué sistema de pensamiento tienen los peces, ni a qué analista acuden, la humillación es grande, los están pescando con una red, con la mano, con una bolsa doblada. Boquean sobre la orilla de un río que, al revés de lo indicado por Saer (Un río sin orillas) ahora el Paraná, hoy, es solamente orillas.
Desde los mosquitos hasta los elefantes advierten que algo pasa. El mundo se detuvo en un punto para algunos y para otros, como dijese Alfredo Le Pera, el mundo sigue andando. El adiós viene implícito, es el bonus track de la cuarentena, la escena real de la vida cotidiana, la sensación de adiós es un anuncio: no jodamos que puede pasar. Tsunami, Apocalipsis, terremoto.
La primera película de apocalipsis que vi fue hace tiempo. Recuerdo dos escenas. Era una película creíble porque, al ser de las primeras, uno le tenía más confianza al mensaje ideal: cuidémonos, “love and peace” o desaparecemos. Después el cine fue más y más pororó y dejamos de creer en ese mensaje y así nos va.
La hora final es un film de Stanley Kramer de 1959. Se trata de una adaptación cinematográfica de la novela de Nevil Shute On the Beach (1957). Sinopsis. Es un film post-apocalíptico que trata sobre el destino de los seres humanos en Australia tras el holocausto nuclear de la III Guerra Mundial. El escenario de la guerra fue el hemisferio Norte. Sin embargo, la nube radiactiva producida por una bomba de cobalto va llegando a Australia. El gobierno reparte venenos para el suicidio para evitar una muerte lenta por la radiactividad. Se trata de un film pesimista y ofrece una visión sin esperanza del final de la humanidad y analiza cómo reaccionan ante esta situación extrema los distintos personajes. La banda sonora está casi íntegramente basada en el himno oficioso de Australia "Waltzing Matilda". En esta película se establece una crítica hacia las potencias dominantes de la Guerra Fría. Eso dice Wikipedia.
Con Kramer trabajaron Gregory Peck, Ava Gardner, Fred Astaire, Anthony Perkins. Recuerdo una escena. Se queda ”pescando” con una caña, en un río Hudson envenenado, uno de los tripulantes de un submarino que anda buscando señales de vida en el mundo bombardeado y contaminado de radioactividad. Ése marinero se escapa y dice que prefiere morir así. Otro de los personajes en Australia (Fred Astaire) organiza carreras de autos donde… se pueden accidentar y morir. Sobrevivientes a quienes ya no les importa tanto vida /muerte. Hum.
Paradojas de Stanley Kramer, el mismo Kramer de “Adivina quien viene a cenar” y que estuvo en “El Motín de El Caine” y “Juicio en Nuremberg”. Creo que es Ava Gardner, pero dudo, la escena la recuerdo. Un pequeño perro. Lo acaricia el personaje y dice: quién lo cuidará cuando quede solo. Típica escena cinematográfica, condescendencia a nuestra mentalidad “humanocéntrica”. Saben qué hacer los animales. La naturaleza no es sabia, es organizada. Después de nuestro adiós sabrá qué hacer, por default, con los ratones, los insectos, los elefantes, los pájaros. Está en el programa. Como nosotros. Por ahora. Con mandatos como los que filmó Stanley Kramer. De paso: en 1950 debuta en el filme “El Hombre”, producido por Kramer y dirigido por Zimerman, un muchacho muy particular: Marlon Brando. Kramer es el culpable. Pero con Brando son diferentes adioses de los que tendríamos que hablar. La leyenda Brando es como las otras especies, sobrevivirá al coronavirus. Ojalá esté para confirmarlo. Esperemos.