Puedo volar. Volar y calentarme las manos en el sol. Ir de la Tierra a Marte en cuestión de segundos para charlar con mis amigos alienígenas en un perfecto lenguaje marciano...
Tengo la tarea de proteger este mundo, tu maravilloso mundo. No imaginaba que me despertaría tocando los anillos de Saturno con mis propias manos... ¿Cómo hago para respirar en el espacio exterior sin traje de astronauta? Hablando de manos, me las miro, apenas las reconozco, son gigantes, manazas capaces de abrazar un elefante, abrigar un oso polar, proteger el frágil cuerpo de un colibrí, acariciar el suave lomo de un koala subido a la cima más empinada o aplastar como moscas abominables espectros salidos de la oscuridad del ropero.
¡Qué gratificante sorpresa! Traslado montañas con mi aliento. De un brinco cruzo el océano Atlántico. Atrapo rayos con el dedo pulgar y, con ellos, pongo a funcionar las luces de una ciudad en tinieblas. Preparo pochoclos en un volcán en erupción y la lava que roza mis pies ni siquiera me hace cosquillas.
¡Miren! Desconocía esta potencia para patear penales: un pelotazo mío abolla el caño superior del arco... aterra al guardameta que se corre para no ser fusilado... agujerea la red... decapita a un hincha distraído... hace escombros la tribuna de cemento y rebota hasta perderse en la estratósfera. ¡Soy un “patadura” pero no tanto!
¡Increíble! ¿A dónde fue a parar mi barriga pronunciada y cuándo desarrollé estas férreas abdominales? ¿A dónde fue a parar mi calvicie en aumento y cuándo comencé a peinar esta lacia melena tarzanesca? ¿A dónde fue a parar mi miopía de lentes gruesos y desde cuándo tengo esta vista de rayos x que atraviesa las paredes? ¿A dónde fue a parar mi añejo miedo a la oscuridad y desde cuándo soy el justiciero que espanta —sin despeinarse— horrendos fantasmas escondidos bajo la cama? ¿A dónde fue a parar mi intenso dolor de espaldas y cómo hice para frenar esta avalancha de piedras que amenazaba con sepultar un pueblito de montañeses? ¿Qué hago metido en este colorido traje antibalas de superhéroe?
No lo sabía: yo, Martín Duarte, puedo volar. Volar y calentarme las manos en el sol. Ir de la Tierra a Marte en cuestión de segundos para charlar con mis amigos alienígenas en un perfecto lenguaje marciano. Volar y sentarme sobre la superficie lunar para patrullar desde allí el planeta, para cuidarte. Volar y ser el guardián que nos protege de la amenaza de los Monstronautas: voraces invasores interesados en adueñarse de nuestras fábricas de caramelos y chocolates ¡Observen!
Yo, Martín Duarte, puedo —insisto: lo ignoraba— sumergirme en lo más profundo del mar para rescatar un submarino de las fauces de una gigantesca serpiente marina de siete cabezas. Llegar al núcleo del globo terráqueo escarbando con el vigor de un millón de palas retroexcavadoras y detener el plan terrorista de un chiflado científico. Y... ¿Acá? ¡Claro, falta terminar! ¿En blanco y negro? ¡Con fibras de colores! ¡Genial! ¡Échenle un vistazo!
¡Créase o no: yo soy este que vos dibujaste en estas hojas! ¡Así me ven tus ojos o tu corazón! Y debo confesar que, de todos los poderes con los que me dotaste, ninguno se compara con poder jugar con vos, con poder hacerte reír y poder verte crecer sano, a mi lado, hijo.