Acaso al morir el padre Atilio Rosso, hace exactamente una década, un 23 de abril de 2010, ¿nació un mito entre los sectores más postergados, en las barriadas populosas como Loyola, Los Hornos, San Agustín, Alto Verde o Barranquitas? Allí se lo recuerda con cariño y nostalgia, con fotos y cuadros colgados que muestran su rostro sereno, su expresión de palabra justa y siempre templada en la razón, pero con una profunda creencia religiosa como bandera espiritual.
Al creador del Movimiento Los Sin Techo (MLST) sobran palabras para recordarlo. ¿Se convirtió en un mito? “Yo creo que sí, porque se lo recuerda. Atilio está vivo en mucha gente que tiene una fotografía suya en los ranchos. En las casitas humildes, la gente pone en sus mesitas de luz la imagen que siempre entregamos de él en los actos del movimiento”, le dice a El Litoral José Luis “Colo” Zalazar, uno de los referentes del movimiento. Y el mejor homenaje a la memoria del sacerdote hoy es “seguir trabajando por los pobres y erradicar ranchos”, asegura.
Zalazar lo conoció personalmente a Rosso en 1985 (por aquellos años nació el MLST). “Fue en Vuelta del Paraguayo y en Alto Verde: él había colocado un circuito cerrado de radio en la Capilla, que se conectaba a pequeños parlantes que había en cada casita (en ambos barrios). Y entonces todos los pobres hacían sus programas de cocina, de deportes, leían las noticias del día, se mantenían informados. Al tiempo empezamos a trabajar con el MLST”, rememora.
El MLST empezó a ampliarse. Se construyeron las primeras casas que reemplazaban los ranchos. “Cada cosa que Atilio proclamaba era un camino de solución. Él decía: ‘Vamos a demostrarle al Estado que una pequeña casita, con un baño y una galería, es una solución para erradicar la marginalidad. El desarrollo comunitario se plasma en la ayuda mutua entre los vecinos’. Esa era la idea de promoción social que tenía”, cuenta el referente. De a poco se continuó con los comedores, las entregas de copas de leche, las obras para los indigentes, el trabajo en centros de salud, etcétera.
Rosso salía por las mañanas a recorrer los barrios, volvía y se leía todos los diarios que podía. “Lo hacía para seguir pensando en cómo resolver el problema de los pobres desde la realidad. Hablaba siempre de transformar la realidad, no de contener. Su idea era una transformación social desde la realidad, proclamando siempre que el pobre es un ser humano igual que cualquier otro”, subraya Zalazar.
“Él era un sacerdote profundamente cristiano. Era un hombre de fe. Amó tanto la Iglesia que murió por ella. Y le interesaba la coherencia entre una visión espiritual del mundo”. Y murió como vivió: “Se nos fue pobre, sin nada a su nombre, ni siquiera con un ropero con ropa propia. A veces le decíamos que se cambie la ropa, que se consiga una ropita nueva”, bromea el referente. Y no bastaba con practicar la democracia: “Hay que incorporar a los marginados a la democracia, como ciudadanos, nos decía. Pero incorporarlos con todo los derechos. El amor al prójimo era todo para él”.
Y apareció la educación como otro pilar central en esa idea de desarrollo humano. Vuelve Zalazar sobre las palabras del padre Rosso: “No es lo mismo un niño que nace en San Agustín y otro en el centro: el primero nace con Ford modelo ‘98, y el segundo con una Ferrari. ¿Qué quiere decir esto? Que el niño pobre de San Agustín no tiene guardería, ni jardín maternal, no tiene ni lápices ni mochila ni comida en la panza para poder estudiar. El segundo, sí. El problema es que el sistema educativo nunca los va a igualar”.
Completa el concepto: “Atilio estaba convencido de que la estafa más grande contra los pobres fue el sistema educativo, porque era totalmente desigual. Ningún pobre llega a entrar a la universidad, y ahí está la prueba”. Entonces, con el tiempo, el MLST comenzó a construir los jardines maternales en los barrios, las escuelas de oficios, el programa Primero Mi Primaria. “Él estaba obsesionado con la educación”, dice.
Padre Atilio Rosso: a una década de su fallecimiento
—Si el padre Atilio Rosso estuviese vivo, ¿cómo cree que él pensaría, cómo reaccionaría en los barrios frente a la pandemia por coronavirus que estamos viviendo?
—Hubo un quiebre con la inundación de 2003. Todos los barrios donde trabajamos, en un 90% se inundaron. Ahí, Atilio dijo: “Primero tenemos que conseguir recursos para reconstruir todo”. Pero más que nada, miraba la otra cara de la tragedia: porque la inundación puso en el tapete a los pobres que antes “no estaban”, de los cuales nadie hablaba. Ahora existían, porque la sociedad los empezaba a ver, y a saber que son muchos. Que los hay sin casa, que los hay sin educación, que los hay desnutridos.
Ahora, con la pandemia, en los barrios más pobres no hay abuelos (el principal grupo de riesgo, los adultos mayores), porque por sus tan precarias condiciones de existencia, la esperanza de vida es mucho menor. Tampoco hay personas que hayan viajado al exterior, ni que tengan parientes que lo hayan hecho.
Creo que él hubiese estado tranquilo (frente a la pandemia); pero bien sabía que si alguien en los barrios no puede “changuear”, no come. Lo mismo con el albañil. Y para comer, deben salir a la calle.
Una vez, el padre Atilio Rosso le dijo al grupo de personas de su mayor confianza del MLST: “El día que yo me muera, si escuchan un ‘patadón’ en el cajón, es porque acá no encontré nada. Si no lo escuchan, nos vamos a encontrar en el Cielo seguro. Así que vivan la vida y luchen”. Rosso quiso decir que en la Tierra no había encontrado algo que definiera su existencia terrenal. Era profundamente creyente: en ese cielo se reencontraría con quienes lo habían escuchado, con su gente.
Ese “patadón”, claro, no se oyó el día de su muerte. Entonces el sacerdote partió convencido de que iba a aquel lugar celestial ganado. “Si pateaba el cajón, era porque en la Tierra no había pasado nada. Él creía profundamente en la Resurrección. Y nosotros, como no escuchamos el ‘patadón’ en el cajón, sabemos que nos vamos a encontrar con Atilio en el Cielo”, narra Zalazar la anécdota.
La ONG está terminando 20 casas en barrio Jesuitas, al noroeste de la ciudad. Once ya están siendo techadas (casi listas), y se levantan otras ocho: tienen baño instalado e instalación de luz y agua. Se construyen con recursos de Provincia, que financia las casas, la Municipalidad cedió el terreno y el MLST las construyen poniendo la mano de obra.