La pasión es una emoción crónica, escribió el poeta cuando todavía Colón no se había fundado, no había nacido. Quizás haya tenido una premonición. Quizás algún ser celestial lo haya iluminado para describir de manera tan perfecta y en tan pocas palabras, lo que luego iba a transmitirse, como los apellidos, de generación en generación. Una emoción crónica. Como esas “enfermedades” que no matan, aunque ellos, los hinchas, canten que cuando se mueran, quieren que su cajón esté pintado de rojo y negro como su corazón.Hay centenas, millares de nombres que hicieron su aporte para construiresta historia que comenzó a escribirse hace 115 años. Pero me voy a detener esta vez en dos. En Francisco Ghiano, aquél hombre que llegó desde Rosario, que palpó enseguida la intensidad de ese sentimiento cuando Colón no tenía ni equipo ni cancha, sólo el inmenso valor de esoscorazones palpitantes y esperanzados. Ghiano puso el dinero, compró el predio y construyó la cancha en el barrio Centenario. Se dio el gran gusto de inaugurarla ante Boca, de tenerla a Evita dando el puntapié inicial en un clásico al año siguiente y de introducir a Colón en el mundo del fútbol grande en 1948.El otro fue Italo Giménez, aquél aventurero que llegó a vivir en una piecita en la parte de atrás de la sede de calle San Jerónimo y al que tildaron de loco y aventurero cuando quiso llevar –y lo consiguió- a Colón desde la C a la A, con una epopeya intermedia en ese inolvidable 10 de mayo de 1964, cuando cayó el Santos de Pelé y dio paso al nacimiento de la leyenda del Cementerio de los Elefantes.Las 20 mil personas en Córdoba en aquella jornada de junio de 1993, cuando la ilusión del retorno a Primera quedaba despedazado en aquellos penales ante Banfield, y las 40 mil en Asunción del Paraguay, dejando atónito a todo el continente más allá del dolor de haber perdido la final de la Sudamericana, son las fotos perfectas que retratan ese amor sin límites.Pasan los dirigentes, los entrenadores y los jugadores. Algunos honraronesa camiseta sangre y luto, se la pusieron con orgullo y supieron que cada esfuerzo, cada gota de transpiración podía ser el único motivo de alegría en ese hogar humilde, de necesidades y postergaciones, pero que se olvidaba de todas las penurias cuando cada domingo llegaba el consuelo de ver ganar a Colón.