Uno de los acontecimientos del siglo que se fue, el Siglo XX, ocurrió el 8 de mayo. En 1945 terminaba una secuencia. Comenzaba otra porque se sabe, no hay respiros en la historia. O no había. Según. El fin de la guerra. De una. La más publicitada, relatada, imaginada. Sufrida. Con agonías interminables. Sin respiro, se insiste.
Algunos consideran a la peste en mi pago un respiro, un hiato. Tengo para mi que nada detiene el tiempo, excepto en algunos filmes de fantaciencia y, de ser cierto lo que profetizan tales argumentos, me gustaría quedarme para ver como todo se detiene y nadie respira pero no, todavía no. Muchos creen que estos filmes solo adelantan aquello que, de todos modos, sucederá y mejor que vayan advirtiéndolo. Hum. La taquilla, la predilección de los jóvenes por las películas de zombies y de todo tipo de muertos vivos, debe reconocerse como un mensaje de qué se entiende, qué se quiere, qué se avisa y qué se teme.
Nota al pié de mí mismo. Inquisición muy profunda. Che, ¿no estarán los jóvenes viendo esta pandemia como una secuencia (precuela) de los filmes que mayoritariamente frecuentan? Pensémoslo. Repensémoslo. Asustémonos. Más inquisición profunda: ¿cortarles la conexión cerebro /columna y decapitarlos es el único modo de matar a los zombies? Raro y explícito mensaje. Metáfora nada inocente.
Cuando uno pregunta el porqué de este argumento básico los escribientes sostienen: porque así se entiende el pre destino. Los zombies quieren matar a los hombres y los hombres no saben quien es zombie hasta que no lo degüellan y desconectan cerebro y médula. Los espectadores entienden. Hay un destino fijado. Desconfiar es el mensaje.
La fantaciencia en las películas va por su lado. El fin de la guerra, la entrada de “los Aliados” en Berlín fue un punto altísimo en la memoria de Occidente. Después el 6 de agosto y el 9 con Hiroshima y Nagasaki es el Japón el que se rinde. No hay modo de escaparse del tajo. Los amantes del juego de palabras “un antes y un después”, para definir cuestiones, tienen en la foto del hongo atómico un ícono comprensible. The End. Arranquemos. Vamos de nuevo. Aguante Fukuyama.
El 8 de mayo no es el día en que dividen el mundo, lo van haciendo de a ratos, se quedan los Balcanes del lado de allá y arranca El Muro pero si, es obvio, claro, está incluído un mundo descuartizado ritualmente. Paso a paso. De a ratos. Yalta, Postdam. Loca historia que la liberación incluya una tiranía, un despotismo, una censura y una división que no se ha cerrado.
Escribí las palabras “de a ratos” y reconozco el fragmento de un poema preferido que me invade. Es de Jaime Dávalos, tomador del néctar de Rubén Darío y Neruda y dispuesto a cantarlo. El poema inunda la crónica ya mismo: "UN ANIMAL QUE CANTA Y SUEÑA. De mínimas heridas lastimado. Me voy muriendo a ratos tan ligero. Que me siento lejano y extranjero. Del que ayer fuera alegre y confiado. Tengo un niño en el alma rezagado. No quiero endurecerme, ¡ay!, no lo quiero. Ni ser mi padre, ni tener sombrero. Sino ser un cantor enamorado. Quiero permanecer en la tristeza. Y en la angustia de andar como los bichos. Perdido por el mundo de la leña. Llevar como una novia mi pobreza. Y morirme del gusto y del capricho. De ser un animal que canta y sueña”
En las canciones, como en este caso, se puede buscar el punto indomable, el destinado, el predestinado. Puesta en este sitio la Pandemia se re define como algo que debía suceder y si así no fuese es, en este mayo sin redención, imposible de ocultar. La peste sucede en este instante y es preferible entender que nada es posible sin aceptarlo. El poema le pone al destino esa definición: un animal que canta y sueña. La peste frena este vuelo y el deseo.
Qué canción saldrá. Quién la cantará. Habrá una canción. Hace mucho tiempo, realmente más de 40 años, siendo productor de un programa matutino le dije a quien conducía. Deberías escuchar esta versión de “El Nabuco” (Verdi, etc…) y la ponemos en el programa. -¿Te parece?, contestó. Argumenté que mejor era el “Himno a la alegría”, del sordo y Gustav Schiller pero muy marcial -¿Vos crees que entenderán?, insistió. -¿No es muy triste, no es mucho El Nabuco?... «Oh mia patria sì bella e perduta!» ( «¡Oh patria mía, tan bella y perdida!») le recité. Un gesto sirvió. Arrancamos. No hubo forma que el programa no cerrase con el tema. A esta peste tal vez le falte un Giuseppe. También un Temistocle Solera, pero eso ya es demasiado dilecto (Don Temistocle escribió ése texto para Verdi)
No hay una canción que cierre la Segunda Guerra Mundial. Cuidado, tal vez es cierto que diplomacia es la guerra con otras armas. Hay trémulas canciones de la posguerra. Todos tenemos una. Varias. Fragmentos. Hasta melodías. Pensé en “La mar”. En Mike Navaja, pero allí es la melodía la que se vuelve inmortal y es de 1930. Pensé en “Uno”, ese fenomenal compendio de existencialismo que trae Discépolo. Nada alcanza. Estamos en mitad de una guerra ciega, sorda y muda, como los monitos.
En mitad de los días que se quedan quietos y los zombies que inundan las pantallas, un poema de 1949 fulge. Tiene melodía, claro está. En su segunda estrofa hay un canto a la amistad y la desazón. Hay días así. “Tu canto es el amor que no se dio y el cielo que soñamos una vez, y el fraternal amigo que se hundió cinchando en la tormenta de un querer. Y esas ganas tremendas de llorar, que a veces nos inundan sin razón, y el trago de licor, que obliga a recordar, si el alma está en "orsai", che bandoneón”. Manzi, que moriría poco tiempo después, escribió ese texto al instrumento que en el Puerto de Buenos Aires se convirtió en el pulmón de la tristeza. La suya. También la de la peste. Con los ojos entrecerrados, como siempre, Aníbal Troilo compuso la música. Allá. Hoy una lejanía que nos ata en este encierro.