Entre los artistas emergentes de la escena nacional que presentaron material, se encuentran Barbi Recanati, el dúo santafesino Toponauta y el proyecto solista de Mariano Castro (Foco).
Gentileza Álvaro Alonso / arte de Manuel Manso El riesgo (Toponauta, 2020).
Desde el inicio del aislamiento social y obligatorio, plataformas digitales y redes sociales se transformaron en un espacio clave para el vínculo entre artista y público. Con distintas búsquedas y recorridos particulares, vieron la luz entre el 20 de marzo y el 3 de abril: “Ubicación en tiempo real” (Barbi Recanati), “El riesgo” (Toponauta) y “A(cuático)” (Foco).
Presente real
“Ubicación en tiempo real” es el título del álbum de Barbi Recanati, publicado el 20 de marzo. En sus siete partes, la obra tutelada por Goza Records, deja en claro su independencia respecto a “Teoría Espacial” (2018). La autora reconoce que mientras éste último era “tinta que quedaba en el tintero”, “Ubicación en tiempo real” es un disco “que arranqué muy de cero: sin comparaciones o trabas de algo que haya hecho anteriormente”.
En el plano musical, ese rasgo autónomo se asienta en la búsqueda de nuevas sonoridades. El puntapié inicial, la certeza de ese camino, la dió “Que no”, canción compuesta por Barbi a mediados de 2019 (“soñaba con cómo iba a ser el disco a partir de ese tema”). “Estaba segura de que necesitaba sintetizadores, baterías procesadas, pistas y varios elementos que iban hacia un audio específico, mucho más ochentoso, oscuro y sintético, pero con más aire y reverb de lo que lo venía haciendo”. A lo largo de la obra, y en mojones como “En la frente”, “Qué le ves?” y “Al fin”, se apilan referencias post punk y new wave con aromas a New Order, Sisters of Mercy, A Flock of Seagulls y Big Audio Dynamite.
Pero, en “Ubicación en tiempo real” la importancia del eje sonoro no elude el mensaje. Como ejemplo vaya la recurrencia temática del espacio. En este álbum, la redundancia juega un papel clave. Las palabras y frases que se repiten, como para fijarse, son un motor. Y, cuando parece que con ellas no alcanza, aparecen los sonidos atmosféricos, o en todo caso, el espacio exterior. Al mismo tiempo, se trata de una espacialidad sólidamente afirmada en un tiempo real. Más allá del vínculo nominal con la geolocalización, en Barbi lo real es el presente, las relaciones, un nosotros que lucha y se rebela (también, se resigna) permanentemente ante el statu quo. La famosa fibra punk.
La única colaboración vocal o featuring, es la participación de Paula Trama en “Los días que no estás”. En el intercambio de recursos, ambas van creando un cuadro multiforme en el que se dejan ver los trazos de cada una, pero que llega a su clímax de magnetismo cuando se produce la alquimia. Barbi cuenta que esta canción que “salió de un tirón” la dejó con la sensación de “habérsela robado” a la poeta y cantante-guitarrista de Los Besos. “Busqué en todas sus canciones, una por una. La llamé y le dije que, en el fondo, escribí esta parte de la canción imitándote y la única forma de que funcione es que la cantes vos. No había otra chance. La opción B era no hacerla”.
Paula asume que “me hizo reír y me dio felicidad que se haya imaginado que mi voz iba a funcionar. Yo sentía que ya era una canción perfecta, que te agarra y te lleva. Una canción quebradora. La voz se tira al piso, no puede más y te va arrastrando por ahí. Tenía miedo de arruinarlo porque nadie se tira al piso como Barbi, es insuperable la intensidad de su voz. Al final salió algo hermoso. Disfruté de perderme ahí cantando, entrar en esa cosa narcótica de las guitarras y las bases, y sentir esa magia cuando todo va funcionando. Me emocionó mucho escuchar nuestras dos voces juntas en una canción, cada una perdiéndose a su manera, la que se tira y la que se hunde”.
Dulce nostalgia
Según el “Diccionario Crítico Etimológico Castellano Hispánico” (Corominas, J.; 1984), es probable que la palabra “riesgo” tenga el mismo origen que “risco”. Cualquiera que ose escalar la discografía del dúo ampliado Toponauta, no dudaría en que el nombre del último álbum opera como una buena sinopsis. Aunque, como toda sinopsis, comprime y asfixia los matices. Cuando los hermanos Cantero decidieron lanzar “El riesgo”, el universo anfibio ése que alguna vez coqueteó con nombres como Neurotigre y Axila Deluxe inaugurado en la Almirante Brown dio una vuelta más al futuro. No hay otra forma de pensar esta obra que no sea desde el espacio ni en otro tiempo que no sea el futuro. Para los músicos, el nombre es “abarcador, estimulador y provocador”, impulsa “a dar el salto, a asumir la falta de garantías y darlo todo sin hesitar”.
“El riesgo” refleja la dialéctica pura que nutre a Toponauta, con un sinfín de saludos musicales, como los omnipresentes Spinetta y Beck. Para la dupla, “significa una vuelta a un sonido más cuidado” y refleja el estado posterior a la etapa de cuarteto con Romina Rojkes Tellarini (quien acompaña la voz de Fran en “Parecido” junto a Noelia Celayeta) y Paula Perrella. En un clima de dulce nostalgia, tan afín a las producciones de la banda con ese sabor Beatle-Harrisoniano inconfundible, el imaginario se colma de animales como cangrejos y caballos, pero siempre se posiciona en el espacio exterior. Hay un tironeo entre las emociones y las imágenes surrealistas, que se conjugan en gestos de “sabiduría pop”. El disco, picado por César y Fran, reconoce como norte la filosofía de “tomar las decisiones que dicta el espíritu, en apasionada libertad”, al tiempo que dialoga con estados como el ensueño, el dolor a modo de insignia, “la ardua tarea de la incertidumbre en la contemplación”, el reconocimiento de los errores, “que desgarra, y es parte del crecimiento”, apuntes de Dylan Thomas (“rendirse ahora es pagar dos veces al costoso ogro”) e imágenes como “la nave y el dios que surcan los caminos de la existencia, plena en contrastes y obstáculos que han de sortear” tributando a Rimbaud.
El viento se hace amigo de las siete estaciones, las sostiene y moviliza en la embarcación musical hacia lo desconocido. Si en “Los Dioses” (2016), el elemento era el agua, en su formato de río (“Piragua”, “El sábalo”), en “El riesgo” predomina el aire. La protagonista del arte de tapa diseñado por Manuel Manso, es una nadadora dispuesta a dar un clavado de espalda. Un planeta naranja rojizo (¿una luna?, ¿un sol muerto?), en el que los peces nadan volando, convive con un mar verdoso, y termina por teñir de apocalipsis retrofuturista a un escenario en el que se yuxtaponen, armónicamente, día y noche, mar y desierto. El riesgo... o “el eterno juego de contrastes y opuestos que pendulan en nosotros”. La imagen poética, compañera del mensaje, borda junto a él un conjunto de sentidos que “en gran parte, está relacionado al amor, o a su ausencia, a la búsqueda incesante de belleza y erotismo en un mundo que, a veces, se presenta frío y hostil, a la melancolía inherente a la condición humana, como así también a una esperanzada visión del futuro que contrarreste aquella angustia basal”.
Que te sea leve
En su Mendoza natal, más precisamente en el garaje de su casa de infancia, era común que los cuatro hermanos Castro desfilaran para cortarse el pelo con un viejo alemán. Una tarde, Mariano, el más chico y paliducho, fue adonde se juntaban a hacer breakdance. “¿Qué hacés, cabeza de foco?”, escuchó. El desconsuelo por la burla de niños se transformó en escudo con el conjuro maternal: “los focos dan luz”. Algo empezó a levar desde entonces.
El ropaje de ecuación matemática que cubre “A(cuático)” no es casual. El agua para Mariano Castro simboliza la cuestión renacentista de un nuevo proyecto. “A veces, ato cabos que no tienen mucho que ver, pero es una palabra que conecta con todo. En este tiempo fueron varias mudanzas, en una de ellas llovió mucho. Alguien me dijo que eso significaba empezar limpio”. Pero hay algo más. “Cuático” es un término que se usa en Chile para designar lo copado o, en jerga mendocina, lo manso. En el juego entre ambos dispositivos lingüísticos, Chile (Buddy Richard, Violeta Parra, Los Prisioneros) hace buenas migas con la música cuyana. “Me gusta la frescura de las canciones que se hacen fácil de cantar bajo la ducha. Las canciones que me acostumbré a escuchar en mi barrio y en muchas peñas mendocinas fueron las primeras que supe cantar a capella”.
Sin embargo, simpleza no exime de complejidad, al menos en este caso. El encuentro con el mar chileno y la montaña en cada viaje a Mendoza despertaba en Mariano un sentimiento de ambigüedad: “de vacaciones en casa”. Ese espíritu nostálgico es el combustible de “A(cuático)”. En una de sus incursiones por el teléfono celular, el músico dio con una conversación entre sus sobrinos Milagros y Martín, cerrada por la niña con un contundente “que te sea leve”. La levedad, justamente, es el registro que conecta las distintas estaciones de Foco, luego del peso simbólico que significó el alejamiento de Mi Amigo Invencible. Levando, también, fueron adquiriendo consistencia las primeras canciones, luego de contactar con el otro productor del EP, Matías Bevacqua. Después, aparecieron otras. Matías sumó a su banda de funk fusión y decidieron hacer una suerte de “retiro espiritual”. “Ahí empezó la química y la magia”.
El Farfisa original de Martín Spinelli “descifrado” por Gusti Monsalvo “Niño Elefante” fue clave para romper las estructuras de las canciones. Entonces, Mariano buscó darle a la voz una impronta a lo Cocteau Twins, The Sundays o Stereolab, e intercambió poderes con Flor Otero y Malena Vera. “Deberíamos viajar” abre como una suerte de zapada, que reivindica la simpleza, y funciona como trailer del track 4. Esta última, según Castro, “es la canción del disco que más me representa musicalmente. Tiene un clima ‘60/70’, de música de radio, que suena a The Carpenters, Bee Gees, ABBA”. La segunda estación, “Tres veranos” nació en un colectivo. “Sonaba una cumbia romántica, estilo santafesina, de las que me gusta. Caminando, se me vino esa melodía viajera, como de puerto, de música italiana”. En la continuidad, “Me dijiste” tiene el alma de una batalla de gallos, aunque asume su linaje invencible (bohemio, oscuro) y se cruza con una atmósfera bailable tributaria de Tom Tom Club, BAD y The Clash. El álbum se va diluyendo con una canción (“Qué calor”) que, curiosamente, no nació del choque entre cuero y sol, sino de un sueño. “Soñé que la cantaban unos italianos. Me levanté y grabé el estribillo. Fue la canción más fácil de instrumentar. Me la habían regalado los sueños”.