Las primitivas novelas camperas, las radionovelas y las representaciones circenses tenían una frase que aún resuena: “Ave María Purísima….” y desde dentro de la casa contestaban… "Sin pecado concebida”. El saludo y código para el desconocido que llegaba a la tranquera, a la puerta de la casa. El recién llegado y su “santo y seña”. La referencia a la Virgen María es directa. También la relación del Credo Cristiano con la colonización realizada con la cruz y con la espada. Inútil negarla. Más inútil sostener la cerrazón.
No hay una sola Doctrina de Fe. Hay muchas. No han disminuido. Byung Chul Han en uno de sus libros (creo que Psicopolítica, pero no haré una cita específica) refiere que han cambiado el rosario, las cuentas del rosario, por los servicios del “telefonito” al que se le cree todo y del que se depende. Como antes con los rezos y que, ése es el punto, la confianza es etimológicamente la correcta: con fe. Tenemos fe en el telefonito. No nos engaña. Es palabra de un Dios.
La Peste en mi pago trae una confianza. Estos son los muertos, estos los contagiados, estos los hisopados y esa clase de leprosos del Siglo XXI: los no sintomáticos. Permitan repetir el cargo: Enfermos No Sintomáticos.
Hay una clase rara pero reconocida de viajantes del terror. El terror llega con la ignorancia y todo roza la fe. Toda cuestión de fe es un patrón de ignorancia convertido en pasión. Los hombres somos eso: amor y odio, con porcentajes diversamente balanceados (Carl Jung, te queremos).
Los asintomáticos son el AntiCristo del coronavirus que avanza a paso redoblado. Parecería que circulan entre nosotros, enferman, transmiten pero no se mueren. Lo informan las usinas de la ciencia rebajada a divulgación y lo creemos ¿porqué no vamos a creer si somos ignorantes?
Tal vez debamos volver, mientras no se demuestre lo contrario, a la teoría del Bien y del Mal, que tan fácilmente sirve para encajar las piezas. Agentes del mal, difícilmente identificables.
Creemos todas las informaciones por una “certeza de lo ambiguo”. Los hechiceros trabajan para el Bien. Ellos no saben la curación del Mal (el virus, una creación, una maldita creación que se escapó de un laboratorio que no informó su raje al paisaje) y nada nos quita ese afán de novela y de creencia, de intimidad del relato con nuestras zonas más oscuras. Lo soltaron para jodernos y es cierto: estamos jodidos.
A esta fecha de estas crónicas dos provincias argentinas están ausentes de la peste: Formosa y Catamarca. Conozco ambas regiones donde el feudalismo es parte esencial. Ignoro las causas por las que esquivan estos sitios las bandadas de coronavirus. Ni los Asintomáticos sobrevuelan.
Catamarca y Formosa. En muchos casos podrá aducirse la falta de hospitalidad para el hombre. Paisajes inhóspitos. Lo risueño (si cabe una risa) es que las crónicas del país central (Buenos Aires) no mencionan a las autoridades políticas, ni el estudio del suelo, vamos... que ni un paisaje de Catamarca aparece en el relato desde las casas centrales del periodismo.
En muchos casos no se de qué modo leer las crónicas sobre la peste, que no son resignadas, plañideras, ni ilusionadas, porque en algunas advierto regocijo con los amagos de una curva creciente y de un pico que se elevaría, este “elevaría” un condicional gramatical que es más, es mucho más, un condicional que se acerca al “pecadores… arrepentíos…Dios mira”. Tal vez sea paranoia del encierro. Sí, seguramente es eso.
Un periodista del Diario La Nación con renombre internacional y perteneciente a una cofradía de corajudos denunciantes de corrupción estructural, corrupción del Estado que, por esa razón, de un modo inusitado corroe el bien y ayuda al mal societario, hizo una brillantísima nota a un artista plástico y por eso pensador chino que vive en Cambridge. Tiene nombre de aparato electrónico: Ai Weiwei.
Al colega Alconada Mon el renombradísimo artista le contesta: “-La lección más importante y obvia es la fragilidad de la vida misma. Es una lección obvia, pero ha sido olvidada o ignorada por demasiado tiempo. Con las avanzadas capacidades médicas actuales, los humanos tuvimos por cierto tiempo mucho menos de qué preocuparnos con respecto a enfermedades y malestares, cuando antes solían ocupar una parte enorme de la vida misma. Comprender la vida y la muerte implicaba en un tiempo una sabiduría crucial, pero gradualmente la hemos perdido”.
¿De qué habla el compañero Weiwei? De la vida y la muerte. Del fatalismo. De nuestra minúscula existencia referida a qué… La pregunta tiene respuesta. Si nosotros somos minúsculos ante un hecho inatajable, si estamos de paso… a quién le corresponde la trascendencia, dicho de otro modo, de quién es la eternidad…sabia pregunta aparcero… difícil respuesta en estos pagos
Después el colega Alconada Mom obtiene, por parte del chino habitante de Cambridge, donde cumple una cuarentena que lo salva, como a todos nosotros, de un mal inatajable hasta tanto una vacuna nos devuelva la respiración saludable, en la nota del diario La Nación obtiene, repetimos, una respuesta sobre la mentira y el embaucamiento que conviene leer dos veces, al menos una. Dice el chino: ..."De algún modo, en algún lugar, todos vamos a ser víctimas del ocultamiento de información. Nunca pensaremos realmente que la sociedad es una sola, sino que está dividida. Una parte de nuestro cuerpo está dañado y eso afectará a todos los demás órganos del cuerpo…”.
Todas, absolutamente todas las predicciones para el fin del coronavirus, que nadie anuncia cercana sino reformulándose tras una vacuna y nunca antes, refieren a que no seremos los mismos, como avisaba Neruda, ya citado en otras crónicas. Lo que agrega el pensador chino es que el ocultamiento ya es parte de nuestra forma de ser. Somos así, construídos con fallas. Que no son tales, son vicios de construcción. Repitámoslo: "Una parte de nuestro cuerpo está dañado y eso afectará a todos los demás órganos del cuerpo…” Dice el compañero Weiwei.
Abrumados por la ausencia de fieles (la cuarentena lo prohíbe) iglesias de diferente pelambre, templos evangélicos, lugares de reunión donde el diezmo es básico para la subsistencia, y el pecado la sustancia, como el reconocimiento del vicio en Alcohólicos Anónimos (sus centros también estuvieron cerrados) piden por el fin del encierro tan fuertemente como algunos desalmados industriales y sus voceros que sostienen: "que se contagien todos y la selección natural nos inmunizará… después vendrá la vacuna, vivimos sin vacuna del Dengue, del HIV y aquí estamos”…(Aguanten Darwin y Malthus, que también los queremos).
Estamos a punto para “el manosanta”. El más importante cómico televisivo del siglo XX en Argentina, Alberto Olmedo, protagonizaba un esquicio semanal con un personaje mitad mago falso, mitad pastor de las iglesias y cultos con centrales sudamericanas en Brasil, de ahí sus pastores, otra mitad maestro del ocultismo y la magia negra. Quería seducir a las creyentes que requerían sus servicios y, descubierto el engaño y la falta de resultado sostenía, mirando a cámara: “… y… si no me tienen fe…”.
No fue un exabrupto de la naturaleza el coronavirus. Fue una invención del hombre, ese ser finito que nos une y reúne. Una pecaminosa concepción. Pero el pecado es una cuestión de fe. Deberíamos releer al chino: “Comprender la vida y la muerte implicaba en un tiempo una sabiduría crucial, pero gradualmente la hemos perdido”.