La firma de economistas, el apoyo del Papa o los respaldos de artistas expresan legítimas convicciones e intereses. Pero la negociación es por plata y Alfred Stiglitz no va a convencer a los bonistas para que resignen el 70 % de sus acreencias por U$ S 65 mil millones.
La propuesta inflexible de “no pagar nada” mientras dure este gobierno, no es sostenible para los acreedores. Y si bien puede suponer un alivio a corto plazo para las necesidades de los argentinos postergados -en las que se basa el presidente para justificar su postura- también afecta las posibilidades del oficialismo en las próximas elecciones. Ni la pandemia es capaz de detener la pulsión por el poder.
Después de la crisis del 30’ el país salió con sustitución de importaciones y un Estado más presente, aún cuando luego del ‘45 -por jugar del lado perdedor- se quedó sin “Plan Marshall”. El default puede tentar el sueño del ricorsi; la futura administración estaría en tal caso condenada al aislamiento y la debilidad, de cara a la reconstrucción.
El kirchnerismo supo tener superávit gemelos tras el 2001, capitalizando el ajuste que hizo Remes Lenicov, con más los commodities por las nubes. Las penurias “K” en las urnas llegaron desde 2013, después que Cristina decidiera obturar el acuerdo con los acreedores.
El fracaso político y económico de la gestión Macri le devolvió chances a un peronismo que se reconfiguró como un patch de costuras inestables, para sumar sus votos y ganar. El dólar “blue” duplicando al oficial, tensionado por la falta de acuerdo, es más una antesala de hiperinflación que una promesa para “vivir con lo nuestro”.