Martes 13 de Mayo.
¿De verdad estás dispuesto a ponerte en lugar del otro?
Martes 13 de Mayo.
Querido Tito:
Hijo querido, perdoná la letra pero escribo escondido entre la cama y la pared de la ventana y con un lapicito gastado que encontré en el viejo bolso a cuadros, ese que llevábamos con tu mamá cuando viajábamos a Mar del Plata. Por suerte lo salvé de la mudanza.
No te asustes pero tengo miedo.
Yo se que me vas a decir como siempre, que hable con los cuidadores, que ellos están para ayudarme, que son buena gente, que vos ya arreglaste para que te llamen, pero esto es algo raro, muy raro. Y me da miedo.
¡Hay gente extraña en la puerta del residencial!
Desde hace unos cuantos días yo sabía que algo grave iba a pasar. Lo vi en la televisión, pero no estaba seguro del todo, es que las chicas cuidadoras bajan el volumen por la noche, dicen que los noticieros sólo traen malas noticias “no es bueno irse a dormir con feas cosas en la cabeza“.
Vos sabés, acá somos todos viejos y es difícil que podamos resistirnos y menos defendernos, seguro que por eso esta gente rara prefiere estos lugares; somos todos vulnerables.
Los estoy mirando desde un agujerito que hice en la cortina; sí la rompí un poquito, no te enojes es que no quiero que me vean.
Hablan entre ellos, suben y bajan de sus autos llenos de luces, parece como si esperan una señal para entrar por la fuerza. Todos tienen trajes y guantes blancos y una escafandra grande que apenas dejan ver sus ojos.
Hace un rato llegaron dos patrulleros, pero los policías no bajaron, sólo estacionaron muy cerca. Cuando los vi llegar me alegré, pensé que venían para meterlos presos pero parece que no, hablan con los encapuchados, como si fuesen del mismo bando.
Ahora señalan para acá y miran sus relojes...
Si tuviera fuerzas como antes, saldría corriendo por la puerta de atrás, pero vos bien sabés, después de la caída ya no soy el que era. Me cuesta moverme y me duelen los huesos. Mi cabeza anda un poco mal, algunas veces me distraigo y olvido las cosas, como dice tu hermana. Pero no se lo digas a ella.
Veo que están entrando por el jardín; Rubén, el cuidador jovencito, te acordás ese que era amigo de tu primo; bueno él le salió al cruce. El único.
Algo le están diciendo; gesticulan.
Cuatro de los encapuchados vienen para acá, los otros se quedaron afuera con la policía. Rubén le grita algo, pobre seguro no pudo impedir el asalto.
Ya están adentro...
La puerta de mi cuarto está entreabierta, como siempre (recordarás que no me gusta pero insisten). En el recibidor todos los viejos distraídos, mirando televisión, los veo caminar entre ellos, parece que quieren hablar, tienen cajas rojas de metal y les están poniendo a todos barbijos, para que no hablen.
Tito, vos no me vas a creer pero hay uno que tiene un arma en la mano y les está apuntando a cada uno en la frente. Los viejos como si nada, a lo mejor los atontan, qué sé yo.
Dos miran hacia mi cuarto y Rubén les dice algo, están viniendo para acá, el del arma y otro con una planilla. Tengo que dejar de escribir, me van a encontrar.
Decile a tus hermanas que las quiero mucho, y vos cuidate de los pulmones, dicen que el invierno viene bravo.