Selección, edición y traducciones adicionales: Ignacio Andrés Amarillo
El maestro ítalo-danés, fundador del Odin Teatret y creador de la antropología teatral, atravesó a sus 83 años un cuadro febril compatible con Covid-19, y debió suspender el trabajo sobre un montaje en curso. Infatigable, sigue disertando y llamando a la reflexión desde la virtualidad, y es fuente de consulta por aquellos faltos de certidumbres. Aquí, una recopilación de alguna de sus últimas intervenciones sobre teatro, vida y voluntad en medio de la crisis.
Selección, edición y traducciones adicionales: Ignacio Andrés Amarillo
I
Respuesta al amigo Gregorio Amicuzi de Residui Teatro de Madrid que me ha pedido un video de tres minutos con un mensaje desde mi “isla”: ¿Cuáles son hoy las palabras necesarias? ¿Cuál es el rol del teatro? ¿A cuál comunidad deseamos hablarle, darle coraje, sustentar?
Holstebro, 27 abril 2020
Querido Gregorio,
En este momento no tengo ningún mensaje para enviar ni logro encontrar palabras de coraje. Es tiempo de quedarse en silencio y dejar que la gestación prepare el futuro que exigirá de toda nuestra imprudencia, como Federico García Lorca llamaba “el grano de locura del poeta”. Me pregunto si no es saludable para el teatro que la pandemia marchite las plantas incapaces de sobrevivir. No debemos olvidar la historia de los actores con su tenaz lucha contra los prejuicios, el poder, el desprecio, la peste y sobre todo la miseria.
En Europa, los últimos setenta años sin guerras han creado hábitos extraños. Ha sido una época en la cual, por pura inercia y por compromisos políticos, el teatro oficial, o considerado como artísticamente válido, ha recibido la aprobación y subvenciones. Pero tú y yo pertenecemos a la cultura del Tercer Teatro, la de los grupos, la de los huérfanos en busca de antepasados, de desheredados que plantan raíces en el cielo. No tenemos nada en común con las categorías y las realidades de los teatro oficiales o experimentales.
Nos hemos habituado a mendigar, a fingir gratitud por las migajas recibidas y a creernos importantes para los otros. Sin embargo, sabemos bien que la verdadera y única fuerza del teatro es la salvaje necesidad de quien lo hace, y su obstinación por no dejarse domesticar.
Puede ser que la pandemia sea un regalo de los dioses y corresponda al trastorno que representó la fotografía para los pintores, y el cine para los teatreros al comienzo del siglo XX, con el consiguiente descubrimiento de inimaginables funciones y expresiones artísticas. Puede ser que la pandemia sea el presagio de una vuelta a la humildad, a la esencia y a la potencialidad interior de nuestro oficio.
Tengo una única certeza: el futuro del teatro no es la tecnología, es el encuentro de dos individuos heridos, solitarios, rebeldes. El abrazo de una energía activa y una energía receptiva.
Nadie nos ha obligado a elegir el teatro. Nosotros que nos sentimos urgidos de esta necesidad debemos arremangarnos y arar el jardín que nadie puede quitarnos. Aquí crece el gusano que nos carcome por dentro, el hambre de conocimiento, los fantasmas que nos susurran en la oreja, el deseo de vivir con rigor la ficción de ser libre, la capacidad de encontrar personas que sean estimuladas por nuestro hacer. Arar día tras día, fuera de las categorías aceptadas y los criterios reconocidos. Incluso si el teatro que hacemos es el grito de una bestia castrada o el gorgoteo del agarrotado.
Un fuerte abrazo y buen trabajo
Eugenio Barba
II
El teatro depende de la fuerza de una atracción y de una decisión. La decisión está en manos del individuo que decide dejar la dimensión cotidiana en la que vive, su casa, y moverse, atravesar la ciudad e ir a un lugar donde la atracción existe, está allí. Y la atracción son los seres humanos, otros individuos, que actúan, cuentan, presentan, una historia. Lo hacen para entretener, para transmitir una experiencia estética, para hacerlos enfrentar a esta forma de exceso. No importa; pero eso es el teatro: es este momento en el que la decisión de un individuo necesita de la habilidad de otros individuos, los actores, capaces de crear este mundo ficticio, esa ficción que es la performance. Una realidad a veces es incluso más real entonces que en la vida real.
Cuando no podemos salir de nuestras casas para cruzar la ciudad, cuando no podemos atravesar la ciudad e ir al lugar de la atracción que llamamos teatro, eso nos reduce a esos períodos históricos en que la plaga cerró, calló, los teatros. Conocemos esto de los tiempos de Shakespeare. Cuando esto sucedió, Shakespeare no representó ni escribió obras, sino que se quedó escribiendo sonetos y ganándose la vida, dedicando estos poemas a una persona noble.
Ahora, nos quedamos en casa; usamos la temporalidad crónica. Este período del coronavirus será recordado como un tiempo en el que la sociedad entera, el planeta entero, tristemente, no pudo disfrutar de esta libertad de decisión como espectador, de cruzar la ciudad para ir al lugar de atracción, donde los actores están actuando.
Si esto dura mucho tiempo, tal vez la consecuencia pueda ser que olvidemos que el teatro es posible en nuestra sociedad. O, por el contrario, que descubramos cuán fuerte la necesidad de ese extraño encuentro, y seamos capaces de experimentar un renacimiento. Entonces: si sobrevivimos, veremos.
(“¿Puede el teatro sobrevivir al coronavirus? Mensaje y pensamientos de Eugenio Barba”. Video publicado por el Nordisk Teaterlaboratorium, 18 de marzo de 2020).
III
—Eugenio, ¿Cómo ve la situación actual del teatro?
—Si retrocedo en el tiempo y observo el inicio de la posguerra veo una situación horrible, sin esperanzas, un clima de mezquindad, de tristeza. ¡Aun así esa generación luchó! Habrá siempre crisis. ¡Y quien quiere verdaderamente hacer teatro debe apretar los dientes y arremangarse! Piensen en (Tadeusz) Kantor. Piensen en el teatro que hacían dentro de las casas...
Si la sociedad no está interesada en nuestra forma de hacer teatro depende de nosotros encontrar los espectadores, también esto es creatividad, aún si es solo para 50 espectadores por vez.
¡Haces teatro en cualquier lugar!
Incluso cuando el mundo colapsa.
¡Incluso en el infierno!
(Declaración durante una conferencia introductoria de la 19° sesión de la Università del Teatro Eurasiano y la 16° sesión de la Ista (International School of Theatre Antropology) junto a Teatro Proskenion y Linee Libere, 23 de abril de 2020).
IV
El futuro lo veo en forma optimista. Mirando al pasado, no creo que este tiempo sea tan terrible: si pienso en el Medioevo, cómo vivían las personas en Europa; si pienso en la Peste Negra, que durante más de un siglo mató a la mitad de la población europea; tengo la sensación que se vive muy, muy bien, comparado con el pasado. Siempre cada generación tuvo las más grandes catástrofes: después de Hiroshima los japoneses construyeron una gran ciudad. Puedes ir a visitarla y ver fábricas, mujeres bellas, personas que se enamoran, se casan. El ser humano tiene esta extraordinaria cualidad de habituarse a todo. Pero es necesario arremangarse y trabajar. (...)
La pandemia no te permite reunirte; pero no te prohibe trabajar. Debemos tener paciencia, debemos trabajar en nuestras habitaciones, preparar algo; pero no dejarse abatir por la situación. Y sobre todo mantener el contacto con las personas que para nosotros son importantes. Después, cuando llegue el momento del encuentro en el espacio compartido con los espectadores, va a estar la carga de energía que debemos ser capaces de recabar de la dificultad y de los obstáculos.
Todo el aprendizaje es preciso para resistir; todo el training es enfrentar la fatiga y continuar en la fatiga. Por esto el training tenía un valor ético tan importante en los grupos de trabajo en el teatro, cuando lo empezamos a desarrollar en los años 60. Porque era un aprendizaje para resistir físicamente, todo lo que era en contra de la forma de hacer teatro de los grupos.
Hay que saber que no será ni dulce ni fácil; solamente con tu lucha cotidiana podrás defender lo que es el valor del teatro, el sentido del teatro para ti, como persona.
(“Con el tiempo y no en el tiempo creó Dios el Cielo y la Tierra: Tiempo y espacio en la gestación de un espectáculo”, cuarto de los ‘Diez encuentros sobre un grito de batalla: Tercer Teatro”. Università del Teatro Eurasiano, 13 de mayo de 2020).
V
Queridos amigos, he pasado este último mes compartiendo el destino y el ritmo de vida de la mayoría de la población de Europa. Confinado en casa, pendiente del interés informativo del día. Entonces, hace dos semanas, noté una ligereza en el cuerpo, una sensación de embriaguez y euforia. Estaba claro, tenía fiebre. De hecho, llamé por teléfono al doctor, que me dijo que me fuera a la cama y que no permitiera que nadie entrara en contacto conmigo. “Viva como un ermitaño en su casa y si se siente mal, si tiene síntomas de vómitos, diarrea y, sobre todo, dificultades respiratorias, llámenos y mandaremos una ambulancia”. Así, reconfortado por el consejo del médico, dejé pasar algunos días.
Entonces, de repente, la fiebre desapareció. No sé si “la tía Corona” me había abrazado o no: cuando llamé al doctor para preguntarle si podía hacerme un hisopado, me dijo: “No, usted no entra en la categoría de personas con esa prioridad. Esté tranquilo y vuelva a la cuarentena normal”.
Estoy aquí para recordar algunos de los pensamientos que me vinieron en aquellos días, cuando ardía de fiebre. Uno de los pensamientos más recurrentes era pensar cuántas veces he nacido. (...)
Si me pregunto cuándo y dónde tuvo lugar mi nacimiento profesional, fue aquí, en este lugar desde el que estoy hablando. Aquí nacimos juntos, el Odin Teatret y yo, en un establo. En este establo, cuando llegamos, las vacas pastaban fuera. Y el camino llevaba a la derecha y nos condujo a la entrada de este gran espacio que muestro y que estaba cubierto de estiércol y paja usada. Aquí abrimos una puerta y a través de las ventanas se podía ver el establo. Esto se convirtió en la Sala Negra. (...)
Para mí la vida adquiere todo su significado solamente si puedo situarla en el mundo de los recuerdos, la memoria y la experiencia. Pienso en mi infancia rodeado de viudas, todas vestidas de negro, en cotidiano peregrinar al cementerio. Yo mismo pasé horas enteras en el cementerio hablando con mi padre. Este diálogo con los muertos, que te escuchan y no disputan contigo. Al contrario, están abiertos, con su mutismo te animan juntos como si fueran uno. (...) Silenciosos, invisibles, pero extremadamente presentes. Así que esta presencia puede ser el complemento, lo que siempre acompaña al máximo, el ápice de la experiencia de la vida. Esta no vida, que no es muerte, sino en realidad una total transformación. Algo que siempre he querido que estuviera presente en mis espectáculos, debido a mi experiencia de niño, pero también de emigrante.
Al principio fui muy influido por la imagen, o la teoría, o la visión del grotesco de (Vsévolod) Meyerhold. Meyerhold sabía que cada espectáculo debía ser un cóctel, una mezcla de hermosos momentos luminosos y oscuros, de crueldad y de misericordia, de comedia y de tragedia. Así que durante mucho tiempo traté de reconstruir lo que también fue mi experiencia, a través de este grotesco. Luego, poco a poco, empecé a llamarlo de otra manera. Lo llamé “la lucha de los contrarios”, como si la luz y las tinieblas corrieran juntas tomadas de la mano y me transportaran. Esto es lo que quiero que un espectáculo pueda reconstruir e hiciera crecer en la experiencia del espectador.
La primavera está llegando. El canto de los pájaros. La sinfonía de la lluvia, del temporal. Disfrutémoslo, porque es tiempo de transformación.
(Video publicado por Atalaya-Centro Internacional de Investigación TNT, España, 18 de abril de 2020).