Los chicos no se comportan igual después de 50 días encerrados. Aconsejo revisar escenas de “La vida es bella” y el contacto padre e hijo. Reíamos en mitad de esa tragedia contada en clave humorística, irónica; pero los acentos no ocultaban otra esdrújula: trágica (La vida es bella, La vita è bella, en italiano, es una película italiana dramática de 1997, escrita, dirigida y protagonizada por Roberto Benigni. Benigni interpreta a Guido Orefice, un judío italiano dueño de una librería, que debe emplear su fértil imaginación para proteger a su pequeño hijo de los horrores de un campo de concentración nazi). Los chicos no están bien. Cómo estar en estado de equilibrio en mitad del desequilibrio, inquisición de fácil respuesta. Los chicos están mal y alguna vez eso aparecerá en el comportamiento social, que de eso se trata. El pibe, lo que le pasa hoy y lo que hará mañana. Sencillito. Todo queda en una caja de múltiples conexiones y evocaciones. No tenemos mando ni acceso directo a ese porvenir tan real como incierto.
Los adolescentes no se comportan del mismo modo después de 50 días encerrados, tampoco los jóvenes, mucho menos los enamorados, pobres, alejados el uno del otro cuando estaba estallando un volcán en sus vidas. Hasta los casamientos y las muertes son diferentes.
Los amantes abandonaron su refugio, el día de encuentro, las mentiras que convertían sus vidas en relatos imprescindibles, como todos los relatos, como todas las mentiras, desplazados de esa vida para circular por la monotonía, el hartazgo, la resignación o lo mejor: abstinencia de la doble vida como la adrenalina que habilita el día siguiente con la inseguridad del misterio y la fantasía, la mentira y el disimulo. Las leyes fuerzan la imaginación, pero los amantes están lejos de un encuentro efectivo. Es otro volcán fuera del temblor, del estallido, las bocanadas, la tos del centro de la tierra y la lava hirviendo. El coronavirus apagó los volcanes sentimentales de todo tipo. Solo Krakatoa, pero ya no interesa.
Los abuelos y los nietos no están en las plazas y en la cocina no se huele el guisote para diez, doce personas. Fin de “los Campanelli”.
Mas allá de los bulevares, cuando la ciudad se angosta y las luces son menos brillantes y nuevas, la penumbra pone tristeza o, acaso, incertidumbre al anochecer lo que debe suceder… sucederá. Se viene la noche en el arrabal de villas de miserias. Cómo será el despertar… buena pregunta Don Laguna, decía el viejo texto gauchesco. Cómo será el amanecer sin el trabajo informal, irregular, inseguro, pero que traía la moneda hasta esa suerte de cocina comedor dormitorio único sitio… finalmente: cómo será la peste en la miseria absoluta. No es pregunta, no lleva signos, porque no hay signos gramaticales para la maldición y el insulto al aire libre.
En mitad de los hisopados al azar, los barrios visitados según el orden alfabético o mapeo (en una provincia reconocen, en un sector, no en el total de la provincia, en un sector de aglomeración de esperanzas postergadas, 1.800 asentamientos populares, un modo de decir villas miserables, de vida miserable), mitad de los viejos en los geriátricos y los que quieren ir a trabajar… así se enfermen… porque traerán una moneda a la casa. La vida administrada propone cosas, ni siquiera determinadas, propone cosas con aires siniestros. Hoy salimos de hisopados por la villa 17 (el 17, en los sueños, es la desgracia) en mitad de la improvisación todo aparenta un desorden armado por el hombre mientras las malezas, el montecito de eucaliptus, los bichos se ríen. Todos tienen un orden diferente al humano.
La vida desmadrada se suelta en el bosque. El lobo está. Remedios recetados para otras enfermedades. Diferentes formas de contagio. Noticias sobre vacunas que llegarán, ya llegarán. Todos los días una lejanía/ letanía diferente. Un centro de belleza que tiene un “antiviral” que salvará a quienes se lo apliquen. Allá van sin pensar.
La fábula como historia. El relato como ley constituyente. El anuncio como dogma. Advierto que nada de esto es positivo, que apenas es real, que sucede. Fábula, relato, dogma.
También lo peor. Más impuestos. Decomisos de capital. Impuestos sobre impuestos. Lo peor, porque no tienen medidas ni avisos. Lo injusto, porque no han sido avisados y justificados. Lo horrible, porque no serán usados para salvar a nadie de la muerte sino para resolver la ausencia de previsiones en salud, recursos del Estado y planes.
El coronavirus en el bosque, la peste en mi pago, hace bailar una danza, cantar una cancioncilla que encierra malas costumbres, malas acciones, pésimas soluciones. Nos mantiene distraídos, cuidándonos de la muerte mientras se prepara una sobrevida cubierta de ingratitudes además de las que, por la desgracia, ya imaginábamos.
Empezó la cuarentena por la peste en mi pago el 20 de marzo, en estos días de mayo se lleva la escarapela y el cabildo al fondo de los tiempos. Se lleva los buenos tiempos. Nos deja el peligro. El lobo distrae. Están pasando demasiadas cosas. El interlocutor de aquella frase en yankilandia podría retrucar: “no es la economía, es el sistema, estúpido”. También eliminar las comas. No es la economía es el sistema estúpido. Sería igual.