Hace un par de semanas, escuché al psicólogo Gabriel Rolón decir que en este tiempo de pandemia todos estamos de “duelo”: todos hemos perdido o vamos a perder algo; algunos más, otros menos; algunos perdieron la vida, otros el trabajo, los ahorros de años, la libertad para caminar, la posibilidad de viajar, de estar en un aula o de educar cara a cara. Los alumnos y nosotros estamos en medio -aún- de ese duelo, de una conmoción. A ellos se les exige aprender y a nosotros, educar pese a todo; pero: ¿¡Cómo hacerlo adecuadamente cuando las emociones son tan inestables y el contexto es incierto!? ¿¡Cuando no tener conexión a internet es el mal menor si se lo compara con no tener para comer!? ¿¡Cuando no hay espacio agradable para el trabajo intelectual en un hogar pequeño -hacinados en pocos metros cuadrados- o cuando la casa es un infierno porque la convivencia se ha espinado irreversiblemente!? Estos interrogantes y más agitan mi cabeza y mi corazón.
Primero, considero lo siguiente: las herramientas tecnológicas son fabulosas pero no hubo una formación previa de los docentes para aprovecharlas al máximo (cada uno está haciendo lo mejor que puede como autodidacta y con el socorro de pares o la familia). Como digo en el párrafo anterior: no hay conexión de calidad a nivel país ni tampoco todos tienen acceso a una computadora o a un celular que brinde buenas prestaciones. Por ejemplo: he conocido la experiencia de profesores que están educando por radio en zonas rurales de Corrientes; o maestros santafesinos que se encuentran con alumnos que no tienen acceso a la luz eléctrica ni al acompañamiento de padres alfabetizados. Algunos afirman que la tele-educación vino para quedarse: ¡puede ser! Sin dudas, las herramientas tecnológicas -subrayo- son fundamentales para educar pero esto no tiene que taparnos el bosque; si de algo estoy convencido es de que el rol mediador del docente, su proximidad, su acompañamiento, su desempeño como artesano de la educación que piensa y hace, que comparte una pasión, que empatiza con sus alumnos en un aula entendida como taller donde aprendemos juntos a partir de la resolución de problemas... Todo eso... es difícil de conquistar -por ahora- en “Classroom” o por “Meet” o por “WhatsApp”.
Segundo, me gusta el trabajo que hago y considero que los docentes estamos habituados a ponerle el pecho a la adversidad: me surge la comparación con MacGyver que no tiene poderes asombrosos como Súperman pero se las ingenia para hallar soluciones en escenarios adversos -a veces- con un destornillador o con un poco de alambre. Por supuesto, en estas situaciones intrincadas me encantaría poder ofrecer mucho más que un “lo atamos con alambre”. Preferiría ser menos MacGyver y más -¡no sé!- Olga Cossenttini (por citar maestros del arte de educar).
Tercero, hoy me parece que trabajo más que frente a los alumnos. Tengo la espalda retorcida como si hubiese cargado un elefante y tres luchadores de sumo desde Ushuaia hasta La Quiaca. No paro de revisar tareas. No alcanzo a terminar de hacer correcciones que ya tengo que volver a armar nuevas actividades para mis alumnos que no percibo -con claridad- cómo estarán llevando a cabo su proceso de aprendizaje. A veces no sé en qué día de la semana estoy parado.
Cuarto, percibo que -particularmente en educación santafesina- las decisiones ministeriales son lentas, confusas, desordenadas y contrarias a la calidad educativa. Un ejemplo concreto: la posibilidad de que los alumnos que repitieron con cuatro materias el ciclo lectivo 2019 tengan una “interminable” oportunidad de examen compensatorio; suerte de moratoria “pedagógica” que desconoce de plano el proceso educativo que transitan las aulas. Para mí, ésta es otra manera de maquillar el “fracaso” escolar, otra forma de “fabricar” el éxito, de adornar estadísticas, de buscar en una sola variable (la escuela o los docentes) la raíz de esa repitencia que se pretende remendar. ¿Cuál es el mensaje para el resto de la comunidad? Tal vez: “¡No te calentés que después te aprueban con un penal sin arquero!”; “¡La meritocracia: qué lindo verso!” ¿Estos serán los futuros obreros, abogados, arquitectos, empresarios o docentes del siglo XXI? Personalmente, en marzo, me tocó ver -entre otros casos- como una colega hacía grandes esfuerzos por “ablandar” un examen de lengua y literatura -¡que ya era light!- con el fin de “darle una mano” a un alumno que estaba al filo de la repitencia y que no había leído “Martín Fierro” ni “El Matadero”: ¡Qué podía responder sobre las obras si no las había visto ni al pasar! A ese mismo chico, recordé: habíamos tenido que irlo a buscar a la casa -prácticamente- un par de años atrás para que vaya a rendir otra materia. Amig@s del ministerio: ¡la educación no es sólo un examen! ¡Están viendo el final de la película! ¡La frustración también es buena maestra aunque a veces te enseñe con golpes de “knock out”!
Finalmente, en Youtube, hoy temprano, escuchaba a Carlos Páez -uno de los rugbiers uruguayos sobreviviente de la tragedia de los Andes en la década del ’70- que establecía algunas relaciones entre su odisea y esta cuarentena; él afirmaba que cada uno tiene su propia “cordillera” que cruzar. Esto del Covid-19 es una cordillera de magnitud planetaria: ¡Todo el mundo (y aquí no hay hipérbole) tiene el desafío de reinventarse! Estas “cordilleras” sacan a relucir lo mejor o lo peor de nosotros. En este tiempo de pandemia, me aferro -entre otras cosas- a esta frase que el mismo Carlos Páez recupera de San Francisco de Asís: “Empieza por hacer lo necesario. Luego, lo que es posible. Y terminarás haciendo lo imposible.” ¿Suena a iluso? La educación es una opción por la esperanza, por la confianza en los demás y en uno mismo.
He conocido la experiencia de profesores que están educando por radio en zonas rurales de Corrientes; o maestros santafesinos que se encuentran con alumnos que no tienen acceso a la luz eléctrica ni al acompañamiento de padres alfabetizados. Algunos afirman que la tele-educación vino para quedarse...
El rol mediador del docente, su proximidad, su acompañamiento, su desempeño como artesano de la educación que piensa y hace, que empatiza con sus alumnos en un aula entendida como taller donde aprendemos juntos a partir de la resolución de problemas... Todo eso... es difícil de conquistar en “Classroom” o por “Meet” o por “WhatsApp”.