Por Néstor Vittori
La introducción excluyente de una concepción igualitarista redistributiva, neocomunista, en desmedro de la legítima acumulación de riqueza, significa lisa y llanamente la ruptura de la concepción liberal de nuestra Constitución.
Por Néstor Vittori
La pandemia de coronavirus, sin duda sirve de tapadera para que sectores ideológicamente identificados con la izquierda dentro del peronismo intenten avanzar en cuestiones institucionales, que vulneran la lógica del modelo capitalista de mercado, mediante regulaciones que lo desvirtúan.
Es cierto que la circunstancia emergente de la crisis sanitaria fundamenta la intervención activa del Estado para tratar de amortiguar sus consecuencias, lo cual significa avanzar restrictivamente sobre muchas de las libertades y garantías constitucionales, como queda claramente a la vista con la cuarentena. Pero más allá de las restricciones que ésta implica, y en virtud de la exhibición descarnada de las limitaciones económicas y sociales de nuestra sociedad, hay sectores que pretenden avanzar en la emergencia mucho más allá de la instancia de excepción, para producir transformaciones que vulneran el andamiaje dogmático de nuestro plexo normativo constitucional.
La introducción excluyente de una concepción igualitarista redistributiva, neocomunista, en desmedro de la legítima acumulación de riqueza, significa lisa y llanamente la ruptura de la concepción liberal de nuestra Constitución, que alberga los dos conceptos de justicia que interactúan en cualquier proyecto no autoritario de justicia social y económica: la justicia conmutativa, esto es la igualdad de oportunidades y la justicia distributiva o sea dar a cada uno lo suyo conforme a su mérito.
El Estado, como garante y árbitro de la dinámica de las desigualdades dentro del contexto limitativo del sistema constitucional, no puede alegremente y conforme a sus necesidades u opiniones circunstanciales variar de manera arbitraria la lógica del sistema de garantías constitucionales, que -desde su concepción- tienen la función de defender al individuo frente a los avances autoritarios del poder, hecho que sucedía en las monarquías absolutas.
La república liberal, modeladora de la cultura burguesa capitalista, fue un gigantesco paso adelante en el desarrollo del mundo occidental, con la consecuente vertiginosa mejora en las condiciones de vida de su gente, a lo largo de gran parte del siglo XIX y el XX a pesar de las dos grandes guerras.
La creatividad y la gestión individual primero. Luego organizada en el mundo científico y la empresa, han sido los grandes motores del desarrollo, a partir del reconocimiento y el respeto por las diferencias y el derecho al usufructo de la propia creación.
El fracaso del comunismo, básicamente se debió al modelo social igualitario, que hundió la creatividad individual y al sistema económico de dirección estatal y de gestión centralizada, que fue incapaz de mantenerse a flote competitivamente frente a la competencia creativa e innovadora del mundo capitalista liberal, en su infinita cantidad de interacciones individuales en materia económica y social. Esto no lo vio Rusia antes de la implosión del comunismo de 1989/91 y sí lo vio China a través de Deng, luego de la muerte de Mao, lo que motivó las transformaciones hacia una economía de mercado, de la que hoy disfruta.
El mundo actual, entre paréntesis por la pandemia, sin duda se encuentra de lleno involucrado en la denominada tercera revolución industrial, la cual resulta liderada por la revolución de las comunicaciones protagonizada por Internet; por la revolución de las energías renovables; por la “infofacturación” 3 D, que van ganando terreno y produciendo transformaciones que desplazan muchas actividades de la segunda revolución industrial que aún sigue vigente en el grueso de la actividad económica.
Voy a coincidir con Rifkin, que muchas de las actividades que antes requerían grandes instalaciones industriales e ingentes sumas de inversión en infraestructura, estructura y logística hoy resultan competidas y desplazadas por actividades de “garaje”, que interactúan lateralmente en redes de la misma condición.
Si el mundo de la segunda revolución industrial, cuyo símbolo es la industria del automóvil, necesitaba estructuras verticales y de conducción centralizada, con una forma piramidal, el mundo de la tercera revolución industrial es mucho más horizontal, de estructuras colaborativas y distribuidas en el espacio.
La descalificación de la riqueza y castigarla como pretende Thomas Piketty en su proyecto de globalización neocomunista, es exactamente lo contrario de lo que como libertad posibilitó el inmenso desarrollo y crecimiento del mundo occidental liberal, que le ha permitido liderar la modernidad y que hoy -con matices- es motivo de copia y emulación por la mayoría del ex mundo del “socialismo real” como le gustaba llamarlo al marxismo.
La mayoría de las propuestas de Piketty, hoy abrazadas por nuestros neocomunistas, han sido puestas en práctica desde hace 70 años en la Argentina por el peronismo, y yo lo invitaría a que venga a ver el resultado, a ver si le resulta sustentable en su proyección global.
Argentina, luego de haber sido la novena potencia mundial hasta bien entrado el siglo XX, producto de 50 años del crecimiento de alrededor del 6% anual, por la gestión ideológica y política del peronismo ha arribado a la actual situación de Estado “paria” en el orden financiero mundial, mendicante por su endeudamiento y déficit fiscal crónico.
Luego de haber leído sus libros “El Capital en el siglo XXI” y “Capital e ideología”, no me cabe la menor duda de que las pretensiones de Piketty son irrealizables porque suponen una globalización fiscal, que las asimetrías entre los países torna imposible, pero donde además esas diferencias se utilizan como ventajas competitivas para atraer el flujo de capitales. Por algo, el Reino Unido avanzó hacia el “brexit” y aspira a convertirse en un paraíso fiscal, de modo de atraer más el flujo de inversiones financieras.
La actitud poco amigable con la acumulación de riqueza (no la propia), con el derecho de propiedad, que el peronismo neocomunista en distintas etapas ha sostenido y sostiene, y que si las ha digerido, lo ha hecho de la mano de su condición de factor de empleo, hoy vuelve a estar sobre el tapete, de la mano de una simbólica contribución con los gastos de la pandemia, que como catástrofe emergente potencial puede servir de coartada, pero que reflejada en la pretensión de imposición de un impuesto a la riqueza -que sin duda no resuelve los problemas del Estado- resignifica el antagonismo que se creía superado, reflejado en la marcha peronista cuando refiere a “combatiendo al capital”.
Estas actitudes, que sin duda se registran, obtienen en la práctica una respuesta más silenciosa que estridente, que se refleja en la tasa de inversión que tiene nuestro país, que necesitando ser del 25% para sostener la estructura de capital, no pasa últimamente del 14 %; lo que habla claramente de un proceso de migración de los capitales por las condiciones poco amigables que ofrece Argentina.
Silenciosamente las decisiones económicas de inversión se van postergando o cancelando, de la mano de la baja rentabilidad, las complicaciones de una estructura laboral corporativa y poco flexible, y una presión fiscal desmedida, una intervención estatal arbitraria e imprevisible; falta de seguridad jurídica y un manejo cambiario inconveniente para los inversores extranjeros, e imposible para los productores argentinos.
Lenta pero irremisiblemente, las inversiones huyen del país buscando otros horizontes más seguros y protegidos, siguiendo el camino de desmantelamiento de la estructura económica, que tan notablemente la novelista rusa americana Ayn Rand, describió en su famoso libro “La rebelión de Atlas.”
La introducción excluyente de una concepción igualitarista redistributiva, neocomunista, en desmedro de la legítima acumulación de riqueza, significa lisa y llanamente la ruptura de la concepción liberal de nuestra Constitución.
Si el mundo de la segunda revolución industrial, cuyo símbolo es la industria del automóvil, necesitaba estructuras verticales y de conducción centralizada, con una forma piramidal, el mundo de la tercera revolución industrial es mucho más horizontal, de estructuras colaborativas y distribuidas en el espacio.