"En infinitos mundos mi situación será la misma, pero tal vez la causa de mi encierro gradualmente pierda su nobleza, hasta ser sórdida, y quizá mis líneas tengan, en otros mundos, la innegable superioridad de un adjetivo feliz”. Adolfo Bioy Casares.
Hoy más que nunca los sueños se multiplican, los viajes al fondo de uno mismo van replicando otros sueños, se “viralizan” al pulsante ritmo del coronavirus. Hoy los sueños tienen otro significado, nuestros comportamientos ordinarios comunes y frecuentes- la habitualidad de la cotidianeidad, el quehacer diario de hacer nada, subliman con pesadez en nuestras conductas que antes eran imperceptibles por usuales. Hoy ir al supermercado/o almacén de cercanía es un acto de valentía, pergeñados con el consabido barbijo, una buena dosis de “L’eau de Alcohol al 70% Unisex”, previa lavada de manos en lo posible con jabón neutro y concienzuda fricción, enfilamos con cierto grado de desconfianza generalizada, conscientes de nuestra actitud transgresora, del peligro que se intuye en cada ser humano que transgrede con idéntica actitud, ojos atentos; movimientos estudiados; distancia social adquirida; nuestra tan caracterizada candidez y amigable humanidad de santafesino de veras, se pierde en la vaguedad de un tiempo pasado que parece muy lejano, allá en los confines de la memoria, siendo que solo modificamos nuestras actuales costumbres hace un par de meses. Todos y todas somos potenciales portadores/as y/o potenciales/as contagiadores/as.
Nuestros deseos del otro siguen latentes, lo vemos y lo sentimos en nuestros amigos, cuando por un fortuito encuentro (dentro de la legalidad de los actos y sin violar las reglas de la cuarentena), nos miramos y nos deseamos; deseando ese abrazo, esa palmada en la espalda... y es así que se da comienzo a un descoordinado y extraño jugueteo de manos y brazos, donde el cuerpo se enajena en movimientos instintivos para abrazar, pero entonces se estira un puño, el otro extiende la mano, en ese preciso momento y dejando de lado la emoción que nos embarga, nos acordamos que tenemos que chocar los codos, lanzando un solemne grito de alegría festejando el encuentro, y mientras tanto movimiento y pavoneo nos percatamos del ridículo espectáculo que damos con nuestros cuerpos, cuando realmente lo único que nuestros corazones desean es fundirnos en un cálido abrazo, un beso o un fuerte apretón de manos, según las circunstancias o el grado de amistad y/o relación con el sujeto/a en cuestión. Todo eso en una fracción que no abarca más de dos segundos. Así andamos, destejiendo los días como Penélope, esperando que termine esta odisea.
El continuo estar sin estar haciendo nada ya no se disfruta como “il dolce far niente”, los segundos que recargan los minutos de las horas por venir no son un buen porvenir... “Esto recién empieza...” se escucha en todos lados, la preocupación es verídica, se nota en las miradas cansinas de nuestros gobernantes, en las repetitivas frases de los periodistas, en la rutina diaria de los ciudadanos.
Se siente eterna la cuarentena. No es una crítica, considero que es el sentimiento generalizado de una población, de una sociedad que se caracteriza por vagabundear por el mundo; una sociedad motivada por las emociones; una sociedad cuya gente adora el salir en grupo, todo se hace en grupo (una salida al cine, a comer, a tomar mate por ahí...), una sociedad que por si fuera poco sabe unirse en las malas con un sentido de la solidaridad que muy pocas veces se ve en el resto de la humanidad... los santafesinos fuimos testigos de la desinteresada solidaridad que nos brindó el país en aquél fatídico 2003 cuando ocurrió la catástrofe del Salado. Los argentinos somos cultores de la amistad, del provecho del tiempo y del buen provecho de un asado entre amigos. Los argentinos nos unimos en las buenas y en las malas, salimos a la calle tanto a festejar como a protestar. Somos salidores, sí señor, y nos cuesta mantenernos en nuestros hogares.
Hoy hay hastío del malo, hastío rebelde e inconformista. Cuando hoy tenemos que mantenernos más unidos que nunca, terminamos inventando otra grieta (nos gusta confrontar), la grieta de los llamados “anti-cuarentena”, esos opinólogos seriales que se ubican al otro lado de la pandemia y que redes mediante u opiniones periodísticas malintencionadas, terminan colocando una idea colectiva utilizando como antinomia: Libertad o Cuarentena.
Se hace pesada la cuarentena, pero como dice Bioy Casares en la cita que cité, quizás en algún otro infinito mundo, mi yo alternativo se encuentre feliz, rodeado de amigos y familiares, en un multitudinario asado, festejando que todo esto que pasa hoy, será pasado.
Los argentinos somos cultores de la amistad, del provecho del tiempo y del buen provecho de un asado entre amigos. Los argentinos nos unimos en las buenas y en las malas, salimos a la calle tanto a festejar como a protestar. Somos salidores, sí señor, y nos cuesta mantenernos en nuestros hogares.