Es fácil entrevistar a Roberto Schneider. Basta poner en juego una o dos ideas y a partir de ahí hilará un concepto tras otro con la misma precisión que demuestra en sus críticas teatrales, que desde hace más de treinta años ponen el foco en la producción de los artistas locales. La charla es telefónica y no como a él le gustaría, presencial, café de por medio y con bullicio alrededor. Pero estas son la circunstancias que impone la pandemia del coronavirus y la consecuente cuarentena. El crítico, docente y ex prosecretario de Redacción de El Litoral repetirá varias veces “miedo” e “incertidumbre”, casi pidiendo disculpas por pronunciar esas dos palabras tan poco frecuentes en su cotidianeidad, expansiva y optimista. Pero también hablará del valor de la reflexión, de la fuerza del hecho teatral para superar los momentos más oscuros y sobre todo de su confianza en el trabajo colectivo para iluminar este tramo sombrío de la historia.
Aún con su experiencia de muchísimos años de estrecha vinculación con la cultura santafesina, le cuesta encontrar una circunstancia tan desalentadora como la que impone el Covid19. El único paralelismo que halla para tratar de explicar la situación actual es la noche negra de la Argentina, la dictadura militar de 1976. “Pero le hacíamos frente. En 1980 el grupo de actores de la Biblioteca Moreno, dirigido por Antonio Germano estrenó ‘Macbeth’, que habla sobre el poder. Acá no. El enemigo no se sabe donde está y ahí aparecen el miedo y el dolor. Nunca nos vamos a olvidar de esto, porque nos modificó y nos sigue modificando a todos”, asegura.
Para Roberto, la pandemia remite a las fantasías de H.P. Lovecraft, Edgar Allan Poe, Stephen King, Bram Stoker, Mary Shelley, Peter Straub o Ray Bradbury. “Ellos que son precursores de mundos imaginarios jamás imaginaron una realidad como la que estamos transitando. Tengo la sensación de que la calle se ha tornado extraña, como agobiada por un silencio que no pasa, no cede. Un vacío sin igual. Ahora las cosas están un poco más liberadas, pero un modo de vivir colapsó. Esta pandemia arrasó nuestras costumbres, nuestras cotidianeidades, lo previsible pasó a ser lo incierto. Creo que estamos ante un gran desafío que exige esencialmente la serenidad para la reflexión más certera, que después posibilite oírnos. Y la imaginación está llamada a darnos su respaldo para poder plantarnos ante las debilidades que esto va ocasionando”, indicó.
“Pienso en qué poco hace falta para construir un hecho teatral. Un actor y una actriz iluminados por una vela, diciendo las palabras de un poeta y un espectador. Eso es un hecho teatral. El que exige la presencia de un espectador para que esa comunión y ese discurso de acercamiento se establezcan. Si me preguntás que panorama veo para el futuro del teatro, mi respuesta va a ser casi dolorosa. No avizoro nada. Estoy en una actitud expectante, porque me parece que es difícil en un momento de tanta incertidumbre. En principio, si no hay una vacuna que nos garantice aunque sea en parte la continuidad de lo que solíamos creer que era la vida normal, es complicado pensar que nuevas formas reemplazarán a eso”, indicó Schneider ya de lleno en el mapa que mejor reconoce, que es de las artes escénicas.
“Tengo cierto optimismo y creo que la vacuna va a venir y que tendrá, como plantean muchas organizaciones de prestigio en el mundo, un carácter social y no estará a atada al negocio de ningún laboratorio. En este marco, el teatro va a volver a encontrar su lugar natural, que no es el de llegar a las grandes masas, pero sí a segmentos muy significativos de la sociedad. Eso es porque el teatro asegura presencia, compromiso. Estar ahí. Toda esa experiencia de cercanía entre muchos tan distinta a tantas otras que ha creado el hábito humano. El acto teatral es que el te conmueve, te hace temblar, doler la panza y es el que posibilita que una lágrima estalle. Creo que, aún en condiciones muy precarias y reducidas, se va a seguir reproduciendo. Es irreemplazable. El teatro tiene esa función de que podamos estar juntos, disfrutando y conmoviéndonos. Porque el teatro es vida y es muerte, es alegría y tristeza, dolor y bienestar, noche y día, alarido y serenidad, día y noche. Es, sobre todo, la teatro es la manifestación más hermosa del devenir humano. Tiene esa enorme capacidad de devolvernos la atención en otra cosa que compartimos colectivamente, es una suerte de gran intimidad entre todos, sólo dedicada a esos personajes en vivo, que vemos delante nuestro y que podríamos tocar si quisiéramos, que nos cuentan una historia que generalmente nos conmueve”, sostuvo.
En otro tramo de la extensa charla, Schneider planteó su certeza en que, de una u otra manera, el teatro va a volver. “Ese arte nos devuelve un rasgo de humanidad que la tecnología poco a poco se está fagocitando. Terminada esta pandemia, tendremos que ponernos a pensar en otra pandemia que veníamos sufriendo, que es la de habernos de algún modo, lo digo con mucho respeto, encapsulado cada vez más en nosotros mismos a partir del uso de redes sociales y demás. Es la pandemia de mirar para el costado e ignorar esa terrorífica desigualdad que hay en el mundo. Ansío con toda mi alma un mundo más justo y humano. Por lo pronto, pienso que el teatro nos ha ayudado a mantener despierta esa utopía. En ese sentido hago alusión a la fuerte presencia del hecho teatral”.
Hacia el futuro, enfatizó en la necesidad de pensar en sintonía. “Todos tenemos que estar atentos a serenarnos y a pensar más acerca de qué queremos hacer en el futuro. Me parece que la gente de teatro va a tener que juntarse más a reflexionar. Peticionar con mayor claridad, trabajar todos juntos. Establecer un protocolo de funcionamiento. Además, el espectador va a tener que resolver el miedo. Cuando pase la pandemia, se impondrá la serenidad para que el espectador vuelva a las salas. Ahí aparece la responsabilidad del Estado, con políticas claras, precisas, de apoyo en serio a la actividad”.
Finalmente, remarcó que habrá que avanzar hacia la búsqueda de alternativas. “Por sí solo, hoy no se va a ningún lado. ¿Por qué no reunirse y pensar en la posibilidad de estudiar un protocolo para que cuando esto pase, ya esté listo?”. El mensaje de Roberto es claro: el teatro deberá buscar en su ADN, inspirado en lo colectivo, su nuevo lugar en el mundo.