Hay dos clásicos —quizás haya algunos otros pero el repaso se hace de los últimos tiempos— que tuvieron grandes particularidades: 1) el de 1981, cuando Colón tenía la cancha suspendida, se iba a jugar en la de Patronato y finalmente se decidió hacerlo en Rosario (1 a 1 el resultado final); y 2) el del 2 de junio de 2013, con Unión ya descendido, que se jugó a puertas cerradas en el estadio de la avenida.
No fue fácil aquella decisión. Era el cuarto clásico de una “nueva era”. Unión había ascendido en 2011 luego de haber permanecido varias temporadas en el “B”. Se habían jugado tres partidos hasta ese momentos y con las dos hinchadas. En el 2011, el 2 a 0 en cancha de Colón a favor de Unión; el del 2012 en la de Unión, con un 2 a 2 vibrante y el 2 a 0 a favor de Colón, en su cancha, ese mismo año. El desenlace deportivo de Unión estaba casi “cantado” en el arranque de aquél 2013. El Apertura 2012 había sido flojísimo (Unión no ganó uno solo de los 19 partidos de ese torneo) y no había manera de evitar el descenso (salvo que pelease en los primeros lugares de la tabla con un repentino y brutal cambio de rumbo deportivo, que naturalmente no se dio). Y se llegó a aquél partido del 2 de junio. El de ida se había jugado con las dos hinchadas. Diez días después, el 12 o 13 de junio, se resuelve que no se juegue más con hinchada visitante en el fútbol argentino —hoy con excepciones—, pero la disyuntiva era muy grande.
¿Qué hacer?, fue la gran pregunta que se hacía en aquél momento. Era con las dos hinchadas o con ninguna. Con Unión descendido, jugar con gente de Colón en el estadio implicaba un riesgo que no se quería correr. Y si se jugaba sólo con la hinchada local, iba a ser injusto para la gente de Colón porque en el partido de ida, la de Unión había estado en el Brigadier López.
Fue una medida difícil, claro que lo fue. Jugar un clásico sin gente es algo insólito e indeseable para cualquiera que ame el fútbol y que se regocije con su fiesta. Pero era una “bomba de tiempo”, sin dudas. Algunos le achacaron a Pablo Farías, por entonces Secretario de Seguridad en Espectáculos Deportivos, que se tendría que haber tomado el año anterior la medida de jugar sin público visitante los dos partidos. ¿Por qué si los dos clásicos anteriores se jugaron con gente?. Le hubiesen caido con todo el rigor de la crítica de todas maneras.
“Evaluamos muchas cuestiones para tomar la decisión de jugar el clásico sin hinchas en las tribunas. Un informe de la policía afirma que la situación de riesgo que se presenta ante este partido nos es manejable agregando policías. También, analizamos las características del estadio de Unión. La parte sur del estadio hoy es un obrador. Esto significa material contundente de todo tipo. En cualquier lugar del país, un clásico, con uno de los equipos descendidos, es una bomba de tiempo, lo hablamos con gente de Buenos Aires y de Córdoba. Esperemos que este caso sea excepcional; por única vez. Nosotros sabemos que es una medida antipática. Pero tenemos que ser serios y actuar conforme a lo que pensamos. Lo más importante es la seguridad de la gente”, fue la explicación que en su momento brindó Farías, que fue contundente en su concepto final: “Yo no creo que esta decisión signifique una batalla perdida de la seguridad”.
De aquél partido quedaron imágenes. El gol de Lizio de penal, la gente de Unión autoconvocándose en la esquina del club para festejar con los jugadores y un par de jugadas polémicas, entre ellas, un gol anulado a Gigliotti en el arco de la barra de las bombas y una maniobra en la que Curuchet, mano a mano con Limia, cayó adentro del área. Lo ganó bien Unión, con un equipo que quiso “morir de pie” como tituló El Litoral en ese momento. Sabían, los jugadores, que ese partido era “redentor” para ellos. Y ni hablar para Sava. Ese resultado ayudó para que se quedara a dirigir al equipo en la “B”, antes de la llegada de Madelón.
Nadie quiso, quiere ni querrá que se repita. Las circunstancias eran obligadas y la decisión difícil. “Cuidar” a la gente era un deber del funcionario de turno, algo parecido a lo que ocurre hoy con algo mucho más grave y general. Jugar con las dos hinchadas, ese partido, era abrir todas las puertas a alguna indeseable desgracia y a un posible bochorno nacional. Un riesgo que nadie quiso correr, por más que hoy se vea como algo que nunca se debe volver a repetir. Y ojalá que así sea.
Unión: Limia; Zurbriggen, Brítez, Correa y Maidana; Galván, Bruna y Sarmiento; Cavallaro, Magnín y Lizio. A.S.: Perafán. D.T.: Facundo Sava.
Colón: Pozo; Castillo, Romero, Alcoba y Caire; Graciani, Prediger, Bernardello y Gómez; Mugni y Gigliotti. A.S.: Bailo. D.T.: Pablo Morant.
Gol: en el segundo tiempo, a los 7 min Lizio (U) de penal.
Cambios: en el segundo tiempo, a los 17 min Curuchet (C) por Castillo; a los 23 min Montero (U) por Galván; a los 25 min Luque (C) por Gómez; a los 30 min Moreno y Fabianesi (C) por Mugni; a los 34 min Alejandro Pérez (U) por Zurbriggen y a los 38 min Moreno (U) por Cavallaro.
Amonestados: Bernardello, Romero, Gómez, Brítez, Zurbriggen, Magnín, Pozo.
Incidencias: a los 42 min del segundo tiempo fue expulsado Alcoba (C) por foul a Montero, y Pablo Morant, entrenador sabalero, por protestar. Al terminar el partido, fue expulsado Curuchet por protestar.