Algún desprevenido puede pensar que el descalabro en Villa Grande comenzó cuando Martina, la hija menor de los Azconzábal, llegó de Buenos Aires con el maldito virus metido en la sangre.
Lo leyó, lo escuchó o lo imaginó, bien no se sabe, pero lo cierto es que Marcos estaba convencido que la cosa era por ahí: se debía propiciar la polémica.
Algún desprevenido puede pensar que el descalabro en Villa Grande comenzó cuando Martina, la hija menor de los Azconzábal, llegó de Buenos Aires con el maldito virus metido en la sangre.
Pero no, fue antes.
Por aquel entonces, el canal 17 “V.G. Cablevisión”, acentuó su declive económico. Los anunciantes del pueblo cortaron drásticamente la pauta, y lo más infame es que no fue por la crisis del COVID 19. Casi todos mudaron su publicidad a la radio e incluso a los afiches callejeros.
Para peor Don Eugenio Martel, propietario y conductor estrella del programa de la noche, fue compelido a cumplir una estricta cuarentena que le impidió continuar con su añeja rutina mediática. Setenta y cuatro años, tres stent y ciento veinte kilo, no dejaban lugar a duda.
Dicen que la esposa de Don Eugenio, conocida por su carácter insistente, terminó convenciéndolo que la persona indicada para ofrecerle la suplencia del “clásico de la noche” era el hijo de la directora de la escuela primaria. Marcos, un joven pelilargo, que presumía haber estudiado periodismo en la ciudad capital y que esgrimía como experiencia, la conducción de un programita de música en la radio del pueblo.
Ante la primera oferta, Marcos aceptó y fue ahí, ni antes ni después, cuando comenzaron los problemas.
Es que se lo tomó muy en serio.
Fin de semana de marketing callejero en bicicleta, auto reportaje en redes sociales y el boca a boca a todo furor.
Lo leyó, lo escuchó o lo imaginó, bien no se sabe, pero lo cierto es que Marcos estaba convencido que la cosa era por ahí: se debía propiciar la polémica.
Nada mejor que una consigna escandalosamente polémica para vender bien su primer programa. Había que despabilar de un saque a un pueblo adormilado por la cuarentena.
¿Existe realmente el coronavirus, o se trata de otro invento de los poderosos?
Y así fue que decidió convocar a vecinos ilustres, siete defensores de la teoría conspirativa y siete que justifiquen el auténtico peligro de la nueva enfermedad.
Todos asistieron, todos apretujados en el estudio del canal 17, todos defendieron con terquedad su postura y, por supuesto, todos terminaron mal. O mejor dicho los unos terminaron mal con los otros.
El Dr. Álvarez Corte, titular de la Clínica Plaza, fue ungido líder de los crédulos y juró ante su gente defender a ultranza la verdad científica. Luego, convocó a los buenos para el miércoles en la sede del Club Gimnasia.
La profesora Grinetti, del otro bando, se mostró indignada, más indignada que nadie, entonces decidió reunir a la contra, a los libres pensadores, y ese mismo miércoles, en el aula magna de la Escuela Mariano Moreno.
Ambas facciones coincidieron en algo. Había que volver al Canal 17, al programa de la noche y de una vez y para siempre, aclarar el asunto ante el pueblo.
Los crédulos, prefirieron hablar con Don Eugenio, al fin y al cabo era él el dueño del Canal y conductor titular del programa de la noche.
Los libres pensadores optaron por Marcos, convencidos que el joven se mostró siempre más cerca de su postura.
Pero el segundo embate nunca llegó a concretarse ya que el viernes llegó Martina, la menor de los Azconzábal, con el maldito virus en su sangre.
A las pocas horas, las autoridades provinciales decretaron peligro inminente de contagio y decidieron aislar Villa Grande.
Hace poco más de una semana nadie entra y nadie sale de Villa Grande. Desde la ruta se observa una densa columna de humo, la electricidad permanece cortada y hay quien sostiene que por las noches se escuchan sospechosas detonaciones.