Mientras una nueva fase de la lucha contra la pandemia del Covid 19 llena espacios en los medios, aparece con mucha más claridad en escena el efecto de la pandemia económica que comenzó a mitad de marzo, que nos hundió en abril y mayo y que recién ahora parece haber ordenado el escenario para comenzar a perfilar los perjuicios que, en una estimación primaria, se extenderán algunos años. Convengamos que la crisis económica que está viviendo el mundo entero no es una crisis más (el epicentro de la pandemia se ubica actualmente en las naciones de Centroamérica, Sudamérica y Norteamérica, especialmente en Estados Unidos), como las muchas que se han enfrentado en el pasado. No resultó del estallido de una burbuja especulativa, como ocurrió en octubre de 1929 en Estados Unidos, ni de la excesiva acumulación de deuda por parte del gobierno, las empresas, los bancos y las personas, como sucedió en Argentina a comienzo de este siglo.
No hay un sector indemne. Solo hay sectores menos perjudicados. Pero la pandemia/cuarentena ya comenzó a dejar sus primeras proyecciones. La encuesta del Banco Central reveló hace horas que la economía argentina podría caer 9,5% este año, mucho más que la estimación previa de un retroceso de 7%. Pero además, el denominado Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM, realizado entre 40 expertos), estima una inflación para el 2020 de 43,3%, un descenso de 12% del nivel de actividad y un déficit fiscal primario de $ 1647 miles de millones. Lo que preocupa al común de los argentinos es que la expectativa de inflación se acelera en los próximos meses: el promedio de las variaciones mensuales esperadas entre mayo y noviembre es de 3,1% mensual. Es decir, elevaron las proyecciones mensuales para el mediano plazo (septiembre 3,7% y 4% en octubre). Para el año próximo, el IPC llegaría hasta 41,1% y en 2022 treparía a 34,8%. Otra cuestión que sigue el mercado refiere al tipo de cambio nominal. La proyección es de un dólar oficial a $ 88,5 en diciembre ($ 3,1 más que el valor del dólar de la encuesta realizada un mes atrás).
El otro dato crítico del “efecto pandemia” lo adelantó el Observatorio de la Deuda Social de la UCA: durante la cuarentena se perdieron unos 900 mil puestos de trabajo y los más afectados son los trabajadores informales. La advertencia no es antojadiza: el mayor impacto para el empleo en blanco llegará cuando se retiren los programas de asistencia del Estado. Si bien los números no están cerrados y el informe formal se conocerá en breve, las proyecciones indicarían que entre fines de marzo y mayo perdieron su ocupación unas 120.000 personas entre autónomos y pequeños empleadores. Otros 150.000 a 190.000 puestos de trabajo extra se habrían reducido los puestos de trabajo formales, en blanco, mientras que el empleo en negro se habría visto reducido en otros 180.000 puestos. Entre los cuentapropistas no profesionales informales habrían sido 160.000 los afectados, mientras que unas 250.000 personas dedicadas a trabajos eventuales (changas) se habrían quedado sin actividad alguna.
Desde el gobierno aparecieron los optimistas. “Construcción, alimentación, textiles y reciclado reactivarán la economía”, repitió ante los micrófonos el ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo. Para salir de la crisis hace falta dinero fresco. Es cierto que hay créditos a tasas bajas, pero nadie quiere utilizar ese dinero solo para abonar sueldo y aguinaldo. O como los constructores de la obra pública santafesina que deberán recibir papeles del Estado que así quiere saldar su deuda.
A propósito de la deuda, es sin duda el tema que viene. O hay arreglo o no lo hay (recuerden la teoría de la embarazada). En otras palabras, hay o no default. Por un momento imagínense el escenario de pandemia+default.