El veterano realizador será parte este jueves del ciclo virtual “Conversaciones con Gente que Sabe”, conducido por la actriz Daniela Cometto. En la previa, repasó junto a El Litoral su obra y sus proyectos en curso.
Gentileza del artista El cineasta, en un alto de su incesante trabajo de edición.
El jueves pasado, con la participación de Mario Pereira (ex integrante de Fuerza Bruta y fundador de la compañía Phaway) comenzó el ciclo “Conversaciones con Gente que Sabe”, en los que la actriz Daniela Cometto conversa desde su Instagram (@daniela_cometto) con figuras del quehacer escénico y cinematográfico.
Este jueves desde las 22 será el segundo encuentro, engalanado por la presencia de Raúl Perrone, referente del cine independiente con una filmografía prolífica, tan diversa como personal. Aprovechando esta llegada virtual a nuestros pagos, El Litoral conversó con el cineasta sobre su obra, sus procesos creativos y sus proyectos en curso.
Reencuentro
—Vos le recordabas a Daniela que hace muchos años estuviste en Santa Fe, en una retrospectiva organizada por Juan Carlos Arch, que fue crítico de El Litoral. De alguna forma esta charla va a ser una oportunidad para reencontrarte con un público que te sigue pero no te ha podido escuchar.
—Sí, va a ser muy interesante. Por esas cosas de la vida fuimos exactamente hace 20 años con Fernando Martín Peña; un pibe que laburaba en cámara conmigo, Rolando (Rauwolf), y alguien que nos llevó. Fuimos con Juan Carlos a ATE, en una pequeña retrospectiva: Yo tenía hasta ahí la trilogía (“Labios de churrasco”, “Graciadió” y “5 pal’ peso”), que la pasamos, y estrenamos “Zapada”. Estuve como dos días. Este pibe y yo registrábamos todo eso con una camarita VHS Compact; hace cosa de un mes y medio me llamó después de años y me dijo: “Encontré eso que todos creíamos que estaba perdido”. Ahora lo está editando, es un mediometraje de 25 a 40 minutos: me encantó a volver a verlo, está Cristina (Marchese), la compañera de Juan Carlos, también él. Muchos reportajes en radio y televisión, aparece todo eso. Fue una cosa muy linda.
Después me llama Daniela y se lo conté, porque es un documento realmente muy interesante: nunca volví a ir a Santa Fe, de hecho no viajo a ningún lado. En aquel momento era público muy joven, que ahora tendrá 40 años; supongo que habrá una nueva generación que me pueda seguir desde hace un tiempo.
Experimento
—Seguramente hablarán en la charla de “Corsario”, lo último que hiciste, que se presentó en festivales y quedaba estrenarla este año. Sabemos algunas cosas: que se filmó con un dispositivo estenopeico y que hay una especie de homenaje a Pier Paolo Pasolini. ¿Qué nos podés contar de esta película?
—El año pasado estuvo en el Bafici “Ituzaingó V3rit4”, que es una especie de “La dolce vita” de Ituzaingó, donde me río de todo un poco. Ahora se estrenó en Qubit hace un par de días. Lo último que se presentó fue en el Festival de Mar de Plata, en Brasil y otros festivales es “Corsario”: es un homenaje a un Pasolini en Ituzaingó, esa era la idea. Esta cosa mía que me gusta siempre estar investigando, armamos algo que nunca se usó: la estenopeica es para la fotografía analógica. Armamos una cosa para usar la cámara digital, y el resultado es hermoso: una película con mucho grano, blanco y negro, una textura muy bella, por momentos fuera de foco.
—La estenopeica es una cajita con un agujero.
—Acá tuvimos que agujerear la tapa de la cámara y se arma una estenopeica.
Busqué un alumno mío que es muy parecido a Pasolini, un Pasolini deambulando por Ituzaingó como un cazador, buscando pibes para una próxima película.
—¿Por qué el subtítulo de “un poema”?
—Me parece que mis últimas películas vienen por ese lado; siempre me han dicho como que tienen mucha poesía. Esto es un poema porque no tiene diálogos, y lo que uso es un poema de Charles Baudelaire, lo repito tres veces en italiano con tres personas distintas. Habla de los chicos, de los marginales; me pareció que era como un poema fílmico.
—Dialogaba con esas imágenes.
—En realidad la película no fue pensada por ese poema; pero después buscando cosas, para no poner un poema de Pasolini (que ya lo usé en “P3nd3jo5” y otras películas). Baudelaire también tiene una mirada hacia los trabajadores, los jóvenes, que iba muy bien con la película. Incluso decirlo en italiano le da una cosa muy bella, y la repetición en tres voces es un experimento interesante, al menos para mí.
—¿Surge primero la idea estética, o lo que se quiere contar va pidiendo el recurso?
—Como filmo tan seguido, cuatro o cinco películas por año, me aburro fácilmente de las cosas que voy probando: hice de todo en mi filmografía. “P3nd3jo5” (2013) dura dos horas y media, es muda con intertítulos y música de cumbia; hace tiempo que hago películas que rayan lo experimental. Y la siguiente puede tener diálogos de Shakespeare. Voy cambiando mucho pero no dejo de ser el mismo: en retrospectiva te das cuenta quién filmó esas películas.
También hice un pequeño documental que se vio en un festival (“Hasta La Muer7”), lo hice con un celular que tiene una cosa de VHS y Súper 8. Estoy abierto a las nuevas cosas y me juego a hacerlas. Me gusta mucho experimentar con la cámara, con los recursos visuales y estéticos, pero sin dejar de lado que tenga calidad, que cuente, y que me represente.
Ya cuando pienso en la película sé en qué formato la voy a hacer, así como decido si es en blanco y negro o color. Son cosas muy pensadas de antemano. Cuando surgió lo de la estenopeica no paré hasta que la hice: empecé a hacer pruebas, porque no se había hecho nunca con una cámara digital; tiene que haber mucho sol, porque la luz artificial no sirve. Tampoco mucho sol es bueno, entonces tenés que buscar el intermedio: al estar filmando en digital si no está bien lo volvés a filmar. Lleva mucho laburo de investigación. El proyecto que pensaste hacer te va pidiendo distintas cámaras y distintas texturas.
En soledad
—Escribiste: “En diez viernes (más o menos) termino una película, pero después edito muchos meses”. ¿Eso es también por la dinámica de trabajar en contraturno laboral? ¿Cómo es ese proceso de resolver el rodaje y luego que lleve tanto tiempo?
—Eso porque soy obsesivo, y porque lo hago todo yo. Donde no la paso muy bien es en el rodaje: no me gusta estar con mucha gente, soy bastante fóbico a eso, no me divierte filmar como a mucha gente, que le da poder. Cuanto antes termine, no pierdo tiempo: sé lo que voy a hacer, a no ser que pasen cosas muy graves no repito tomas. Arranco 11 ó 12 del mediodía, a las seis de la tarde ya nos vamos todos, me vengo a mi casa a bajar el material. Ya empiezo a editar, soy un enfermo.
—Dijiste: “Si pudiera evitar el rodaje lo haría”.
—Sí, no hay ninguna duda; para mí es sumamente molesto. La gente que trabaja conmigo ya sabe cuál es mi manera de hacerlo, y ya no preguntan, pero antes preguntaban por el guión, “qué tengo que hacer”. Ya vienen dispuestos a que el rodaje arranca en cuanto llegan y cuando digo qué tienen que hacer: funciona y está buenísimo.
Después estoy mucho tiempo editando: tengo un microcine, entonces pruebo, me bajo el material, lo miro en grande, a ver cómo funciona. Soy mi primer espectador. También me permite llegar al viernes siguiente con 10 ó 15 minutos editados, y seguir haciendo la película en base a eso. Como método, después de tantas películas, me recontra funciona. Disfruto mucho de editar, porque me permite estar mucho tiempo solo, probar y hacer cosas, nadie me molesta. Es muy gratificante, es como estar haciendo música.
—Es el momento autoral y donde sale la película definitiva.
—Las películas tienen tres pasos, cuando las pensás, cuando las filmás, y el tercer paso es cuando editás para mí es el más maravilloso: ahí empieza realmente la película.
—¿Cuánto de pensada o escrita llega la película como para que sea más ejecutivo el momento del rodaje?
—No llevo escrito nada: casi siempre llevo unas cosas anotadas que pongo en el bolsillo del pantalón y después ni las miro. Voy al lugar es como mágico: sé lo que voy a filmar, qué quiero, qué pedir. No es traumático para la gente labura; es traumático para mí que no me gusta estar con todo en la cabeza, a veces es muy difícil de transmitir lo que tenés en la cabeza. Por lo general todo fluye de una manera muy hermosa. Puedo trabajar muy pocas horas y cuando vuelvo a mi casa saco esos 10 ó 15 minutos, que es una barbaridad, cuando en un rodaje se tardan cinco horas para hacer una toma. Eso no me pasa, no podría hacer cine de esa manera.
Me gusta saber dónde voy, dónde poner la cámara, lo que quiero montar. Después cuando llega el momento del montaje empieza realmente todo ese rompecabezas que fluye de una manera muy interesante, vas poniendo las piezas donde querés. Edito, hago el sonido, la posproducción de sonido e imagen.
Pido pocas cosas, que me hagan música, pero después el resto es artesanalmente hecho por mí. Antes tenía que laburar con gente que me editaba, yo estaba al lado porque no esperaba y me volvía loco. Cuando aprendí a operar me volví mucho más loco, es como un laburo para mí: todos de cinco o seis de la tarde hasta las dos de la mañana estoy editando, es como un sacerdocio.
Pantallas
—En la época entre “Labios de churrasco” y “Peluca y Marisita” hiciste producciones de más equipo y elenco, tuviste mucha exposición como referente del cine independiente; pero quizás desde “La mecha” para acá hiciste un viraje más personal y más austero. ¿Encontraste tu voz definitiva?
—La verdad es que no. Me parece que en el momento en el que yo aparecí no había absolutamente nada, todo vino después. Se empezaba a hablar mucho de ese tipo de cine, “director de culto”. No viajo a festivales, no tomo avión a ningún lado, entonces era muy difícil. Desde que se inventó en el Bafici en el 2000 estuve en todas las ediciones menos en cuatro; llegué a presentar tres películas, lo cerré, lo abrí, gané dos veces como director; noche de culto.
A partir de 2013, con “P3nd3jo5” (que explota todo de nuevo) empiezan mis películas a tener pedidos muy grandes desde afuera. Y el problema es que yo no viajaba. Empezar a convencer a los programadores y directores fue un gran problema, pero lo entendieron y optaron por tener las películas aunque yo no esté. En aquel momento ya decía “hagamos Skype”: en México, en la Biennale (Venecia), en Perú, en Chile. “P3nd3jo5” hizo 50 festivales; después se me hizo un tributo en 2015 en la Biennale con 12 películas, una retrospectiva en la Cineteca (México), en Chile, Venezuela, Montevideo, Italia.
Tienen otro recorrido las películas, y acá se siguen dando en el Bafici, en Mar del Plata; y estreno cuando puedo porque lleva mucho dinero, y la gente con el streaming y los celulares no concurre a ver ese cine. Hay que buscar ciclos y ese tipo de cosas, y tratar de abrir nuevas ventanas.
Justo antes de la cuarentena ya estábamos por estrenar “Corsario” en el Cosmos y en el Malba, y se tuvo que parar todo por este asunto.
—Pero al mismo tiempo estrenaste “Ituzaingó V3rit4” en Qubit, una alternativa de otro cine en plataformas.
—Qubit tiene seis películas mías, También está CineAr, ahora en I-Sat se van a empezar a pasar. Está bien lo de las plataformas, todo muy lindo, pero las películas deben darse en el cine. Hoy un pibe está acostumbrado a ver una película en el celular, y es un suicidio eso. Están acostumbrados a las series, y consumen Netflix, toda la porquería esa; pero no se puede ver en un celular: hay una fotografía, una manera de contar; no es un película pochoclera de persecuciones para que la puedas ver como un entretenimiento. Son de arte, como era (Federico) Fellini, Pasolini, requieren de la belleza de las imágenes: lo ideal es encerrarte en una sala de cine y verlas.
Nos tenemos que ir adaptando a los tiempos. El streaming está muy bien, para que se vea, pero no es el lugar ideal.
—No es sólo una cuestión de pantalla...
—Ahora con la cuarentena explotó lo del cine argentino, las plataformas, liberar películas: todos hemos liberado dos o tres películas para que la gente las pueda ver, entonces hay como 150.000 películas dando vuelta, que las poder ver en cualquier lado. Después no sabés qué es lo que tenés que mirar. O en Instagram, los cantantes uno atrás del otro. Hay tanto que después ya no mirás nada.
—A los dos meses ya se te quemó la cabeza.
—Es demasiado: todos cantan, todos hacen poemas, todos cocinan, todos sacan fotos. Es terrible, pero es una manera que han encontrado que cualquiera cree que lo puede hacer.
Juventudes
—¿Ves tu influencia en realizadores más jóvenes o sentís que están otros lenguajes?
—No. Y aparte no veo cine; no voy al cine, y en las oportunidades que tengo cuando vos al Bafici voy sólo a la función de prensa (me quedo haciendo notas) y al estreno. Después no voy más y no miro una sola película. En los festivales ya no se habla de cine, se habla de plata. No me interesa ese mundo. Me gusta hablar con la gente, que es lo que piden y está muy bien, y no aparezco más.
—Decías que cuando hacés películas con pibes querés meterte en la cabeza y en la mirada de ellos. ¿Cómo se entra en el universo de generaciones que tienen vivencias diferentes a la propia juventud?
—Soy un pibe en el cuerpo de un tipo grande. Habla de una manera que hay gente que me escucha y no cree la edad que tengo (68). Nunca busqué a los pibes, no hice un cine para capturar ese sentir. Los pibes aparecieron porque encontraron un tipo que tenía la misma voz de ellos. Lo puede decir Daniela o quienes han estado en mis talleres: de 120 alumnos, y el 80 % no tiene más de 20 años. Habría que preguntarles a ellos.
Para mí hacer una película sobre pibes no es difícil, porque la adolescencia la hemos vivido todos de la misma manera: lo único que cambia son las épocas y el vocabulario. Todos estos días estoy hablando con pibes de 14, 15, 20 años, porque quiero hacer una película sobre skate cuando termine todo esto; y no tengo ningún problema, hablo el mismo lenguaje. Con un tipo de mi edad me aburro, no tengo muchas cosas para hablar.
Cuando hice “Labios...” ya tenía 37 años, y los que la veían tenían 17. Y cuando era pibito mis amigos eran grandes. Es rara la vida.
Lo que vendrá
—¿En qué estás trabajando ahora, y qué tenés pensado para más adelante?
—Ahora estoy con tres películas que están ahí. Una que está terminada, que se llama “Sinfonía”, que estábamos a punto de mandarla a Europa. Otra que se llama “Princesa”, sobre unos chicos japoneses; es una especie de adaptación de cuentos de (Ryunosuke) Akutagawa. Y otra que tuve que suspenderla mucho antes de que se decrete la cuarentena oficial: se empezaba a hablar, y pensé: “Ya no nos vamos a poder juntar, porque uno toma mate, se abraza”. Tuve la precaución de darme cuenta y ese día dejamos de filmar. Me quedan tres o cuatro planos que seguramente cuando pase todo esto se harán. Pero la estoy editando y trabajando el sonido.
Mientras tanto hago otras cosas: encuentro materiales del 2000, 2000 y pico, que no usé. Ahora quiero hacer algo con unos pibes, los estoy dirigiendo por videollamada, cosas medio raras. Y siempre pienso en hacer cosas; esperemos que esto termine lo antes posible y filmar, que es lo que más extraño. Pero se vienen unas cuantas películas sobre pibes.