Pasear por la ciudad, en las horas permitidas, dentro de los días más livianos, los autorizados para pasear, pasando los 100 días de la peste en mi pago, mientras deambulo permite que se acomoden recuerdos que no deberían encimarse, pero se aprietan como racimos y no debería ser así, pero nadie manda sobre la nostalgia y la memoria que, se sabe, elige los olvidos y los tiempos, las velocidades y las ausencias.
El paseo me llevó frente a la Jefatura y una super fotografía de Evita saludando, en el balcón más cercano a calle Balcarce, sobre la mismísima calle Santa Fe.
Evita (María Eva Duarte de Perón) visitó 4 veces a la ciudad de Rosario, son datos exactos. La Capital dice que “en todas siempre estuvo presente el fervor y cariño desbordante de la gente llevando cartitas y ramos de flores”. Mi abuela Josefa Tuells de Alzugaray fue afiliada en esos años, años de “leva” y preparación del voto femenino. Conservo ese carné.
Las fechas: 11 de enero de 1947, 30 de setiembre de 1948, 29 de mayo de 1950 y, finalmente, el 29 de octubre de 1950 para el Quinto Congreso Eucarístico Nacional. De ese Congreso había chapas coloreadas en las casas de quienes ayudaron. Tanto en Rosario como en Santa Fe. La abuela no vino a los actos. Santa Fe era lejana. Fue por allá y de eso también tengo el recuerdo. Cancha de Colon de Santa Fe, Puntapié inicial. Qué mujer tan difícil de encasillar sin usar adjetivos.
Uno le sigue diciendo “La Jefatura” al edificio, en Rosario, ubicado entre Santa Fe y San Lorenzo por dos de sus lados y Dorrego y Moreno por los otros dos. Era la Jefatura de Policía y sede del gobernador martes o jueves, según. La sede oficial en Santa Fe. En el 1985, en un libro de mi autoría, bauticé a la provincia con algo obvio, la provincia bicéfala.
Ahora la Jefatura de Policía está lejos, en Rosario, mientras busco esas fotos de Evita en ese balcón. No están. Memoria pura, traslado de los tiempos, paseo por esa vereda sin saber qué es lo que busco, porque la peste cierra las puertas centrales, las de calle Santa Fe. En Rosario nadie menciona las calles según nomenclador. Una palabra y basta. Como nosotros, que nombramos las cosas según el casillero en la memoria. Mi abuela. La Cancha. La foto. El balcón. Las palabras dicen más que la suma de las letras. Como esto: la peste. Cualquiera sabe que dice muchas más cosas que dos palabras y una suma de siete letras.
La primera vez que entré en la Jefatura, re nominada mucho después como sede de Gobierno Provincial, fue sobre 1949 o 1950, los recuerdos de casualidad que allí están, pero algunas fechas…
Lo cierto es que mi tío, Teodoro Faustino Acosta, el “tío Tino”, hermano de mi viejo, era el Jefe de Policía. Antes eran políticos. El peronismo santafesino nunca fue prolífico en dirigentes y Perón lo solucionaba con intervenciones cada tanto. El Gobernador puso a mi tío en ese cargo. Murió joven mi tío, en 1957.
En esa Jefatura, en sus balcones, desde sus balcones, saludó Evita. Hubo fotos, son historia. Ese es el hecho. Vi unos fenomenales murales, tarea del arquitecto Javier Armentano, durante la última Gobernación santafesina del ingeniero entrerriano, natural de Diamante, Jorge Obeid.
Esas fotos buscaba en este paseo. Estaban en el balcón cercano a la esquina de Santa Fe y Balcarce. Allí se asomó, para saludar (Evita). Un morocho bigotudo, de traje claro, era el hermano de mi viejo.
Daniel Canabal, hombre de la creatividad socialista, apenas terminó el 2007 y Hermes se convirtió en gobernador los retiró. Lástima ¿dónde estarán…? Seguro en algún galpón o sótano de cuadros viejos.
Muchas cosas cambiaron desde entonces, desde aquel balcón. La historia diversa de aquellos paneles fotográficos es otra de las narraciones inconclusas, faltantes, una más de las puertitas abiertas, de las fisuras de un país así, fisurado, desarmado en múltiples fracturas de un cuerpo social que respira, pero al que le duele todo. Eso somos.
La peste es rara. Nos mantiene unidos. Acaso miedo. La inseguridad de revisar las nostalgias y quitarles naftalina. Hablo con parientes lejanos que preguntan sobre recuerdos más lejanos o disparatados. Recordar, en estos casos familiares, es un ejercicio de bondad e indulgencia. En tiempos sin esta furia contenida no se si hubiese hablado con ellos. Como no sé, en realidad si lo sé, sin la peste no hablaría con tantos parientes, ni caminaría por esa calle a esa hora, con el desasosiego de ignorar por donde vendrá el virus a mi respiración.
Las gigantografías con Evita en el balcón… ¿dónde fueron a parar? De encontrarlas me llevaría una a mi casa. Seguro. Pensando en mi abuela. Era afiliada. Le gustaría tenerla. A mi madre no. Dejá de llenar la casa con cosas viejas diría, si estuviese. Mi pareja diría lo mismo. Sobre la memoria no manda ninguna de esas órdenes o sugerencias. En este caso manda una ausencia. Las fotos no están. Las rompieron (presiento). No es un buen presentimiento. Pero…tenemos a quien cargarle la culpa de este cruce de recuerdos: la peste.