Cine.ar TV y Cine.ar Play estrenan el jueves 16 de julio el cuarto largometraje de Luis Sampieri, documental que acompaña al arriero Mario Reyes y el ingeniero Jorge Mercado en una tarea a 4.000 metros de altura. El Litoral dialogó con el realizador sobre los desafíos de este esta unidad entre “el hombre, la cosmovisión y el paisaje”.
Gentileza producción Reyes, el caballo y un rayo, un desafío para el ascenso.
“Señales de humo”, el documental dirigido por Luis Sampieri, se estrena el jueves 16 a las 20 en el canal Cine.ar TV (repite el sábado 18 a la misma hora) y el viernes 17 en la plataforma Cine.ar Play (gratis hasta el jueves 23 y con un alquiler de 30 pesos desde el viernes 31). El cuarto largometraje del director tucumano radicado en Salta, después de “Cabecita rubia” (2001); “FIN” (2010) y “La hija” (2015), sigue los pasos del arriero Mario Reyes a una altura de 4.000 metros sobre el nivel del mar: debe conducir a un ingeniero por peligrosos caminos de altura, a lomo de caballo, para que aquel pueda reparar la antena de provee del servicio de Internet a toda la comunidad de Amaicha del Valle.
Antes del estreno, El Litoral se contactó con Sampieri para conocer más sobre la gestación de esta postal de dos hombres y su mundo.
Reencuentro
—¿Cómo surgió la idea de este desafío, y la historia del arriero y el ingeniero?
—Yo viví en Barcelona, cuando volví con mi mujer viví en un pueblito llamado La Mojarra (cerca de Santa María de Catamarca), y se nos cortaba Internet todo el tiempo. Llamábamos a la compañía para preguntar por qué tanto problema para el Internet, y me decían que tenían cambiar permanentemente la antena transmisora, en el cerro El Negrito, como a 5.000 metros; les pregunté cuándo van a ir, “no sé, depende del arriero”. Le pregunté quién era y me dicen: “Un hombre de Ampimpa: Mario Reyes”.
Ahí caí en la cuenta de que era el mismo Mario que hacía 30 años, cuando yo estudiaba fotografía en la Facultad de Artes de Tucumán, me había llevado al mismo lugar a hacer unas fotos. Nos llevó a caballo a mí y un grupo de amigos, en esa época no había caminos, fuimos por cornisa, ahora hay sendas de caballo. Me apuné mucho, me trajo atado a lomos de un caballo durante una noche entera que bajamos; la imagen que tengo es que él me metió en un rancho de una mujer que era medio bruja, no sé qué, y esta mujer me curó con yuyos.
Con todo eso que tenía dije: “Algún día. Voy a filmar acá”. Y pasó el tiempo. A través de esta anécdota (que me quedaba sin Internet permanentemente en mi casa) volví a contactar con él; la casa principal está como a 3.000 metros de altura de un lugar cerca de Ampimpa que se llama Los Cardones. Fui muchas veces a su casa; en esa época vivía la última mujer de él, que se llamaba Estela; tomaba mate con ellos, me quedaba a veces con ellos y con los hijos. Le planteo que quería recrear un poco la subida al cerro con la antena con el ingeniero de la compañía. “Sí, no hay problema”.
Es un documental intervenido: no es que está ficcionado; si bien lo que ellos hacen lo hacen normalmente, está como de alguna forma intervenido: recreada las situaciones. Sí es verdad que la antena que llevamos se utilizó, la compañía necesitaba cambiarla. Utilizamos todo eso para hacer la filmación. Se combinó la época porque hay que subir en determinada época del año, antes de la lluvia, porque es muy peligroso filmar en la alta montaña con los rayos, porque podés morir: la última vez los rayos le mataron dos burros. Fuimos junto antes: en realidad nos agarró una lluvia abajo; se ve una parte que él va a caballo, con unos rayos a lo lejos: en realidad están cerca.
—¿En qué año se hizo el trabajo principal, la previa y el rodaje?
—La previa la empecé a hacer en 2017; el rodaje a fines de 2018, principios de 2019.
Mundo agreste
—¿Qué otros desafíos a nivel se planteaban a la hora de decir “vamos a pensar un rodaje”, en cuanto al equipo?
—Desafíos meteorológicos por sobre todas las cosas, porque como se ve en el documental hay mucho viento, muy fuerte; filmar en esas condiciones agrestes... no es lo mismo filmar en un estudio o en situaciones controladas que hacerlo con viento fuerte, con los equipos, con poca gente: no éramos un equipo muy grande de gente, filmábamos alguna cosa a dos cámaras yo operaba una y el director de fotografía (Mauricio Asial) la otra. Una cosa es ponerle una cámara una actor y otra a una persona que no está casi acostumbrada. Por más que haya hablado con él, que ya lo haya filmado, que me conozca. Imaginate con viento, Puna, frío, son situaciones que se van sumando.
Creo que las cosas suceden: cuanto más preparas es peor. Ellos son baquianos; como decía Atahualpa (Yupanqui) son paisanos, gente que lleva el país adentro. Son gente de pocas palabras; no hay que decirles casi nada, algunos comandos: “Ahora vamos a poner la antena”, y nada más, ellos saben. Todos tenemos un dispositivo interno para hacer un trabajo. Ellos tienen que arriar el caballo o la mula, preparar las ovejas. Mientras ellos hagan su labor hay que dejarlos tranquilos; cuando uno empieza a marearles la perdiz ya no les gusta. Muchas veces, para mi sorpresa, me pedían retomas. “¿Salió bien la situación? ¿Querés que hagamos otra?”.
En la primera versión del guión participaba Mario con los hijos; fui ensayando, preparando, y vi que no había vínculo con la cámara.
—¿Cómo es eso?
—Los hijos se ponían muy nerviosos cuando iba con la cámara (iba a solo, antes de que llegue el equipo), a veces filmaba y a veces no. Con la mujer sí, con los hijos veía que era muy forzado. Filmé con una de las hijas, después no quedó en el montaje. Mario mismo se daba cuenta: “No veo que esto vaya”. “Y bueno, hagamos la película con vos y con el ingeniero, con tu momentos, y vamos viendo”. Así armamos la película con los tiempos... a mí no me gusta llamarlos muertos, es muy despectivo. Estamos acostumbrados a un cine donde creen que pasa algo pero no pasa nada.
Hay poca tendencia a la observación; si uno se va el campo y observa no tiene tiempo de mirar el paisaje, porque quiere caminar hacer cosas. Te puede llevar años mirar un árbol; eso no quiere decir que lo filmés un año.
—Tampoco puede durar un año la película... Es algo intermedio entre el documental de cámara desapercibida y la ficción, permitirles ser protagonistas.
—Tiene un aire de western: esos tipos ahí llevando la antena, que hablan de un yuyo en la montaña; del viento; que se viene la nube. La realidad te lleva por un lado que vos no pensabas. Había planteado un montón de situaciones con ellos dos, y Mario daba la pauta; cuando él habla de que la gente iba a morir ahí al cerro, a esa laguna, en un momento en que estaban tapados por la niebla: “Este lugar es sagrado”.
Es como un western de dos personajes que van llevando algo tecnológico en el lomo de un animal, y de un vínculo no del silencio, sino del tiempo: una concepción del tiempo distinta. Cuando uno hace cine altera un tiempo para transformarlo en cinematográfico. (Andréi) Tarkovski decía que “esculpir el tiempo”, era su gran objetivo en el cine. Más que esculpirlo, Mario y (Jorge) Mercado son dos seres incrustados en ese tiempo en la montaña, con los vientos, con toda esa naturaleza agreste que está ahí.
—El desafío era acoplarse cinematográficamente a los tiempos de ellos también, ¿no?
—El desafío o fue aguantar, que no nos apunemos todos (risas). Son personas que tienen casi 70 años y nos daban vuelta: se suben al caballo, se bajan; nosotros teníamos que hacer un esfuerzo físico importante a la par de ellos.
Síntesis
—¿Cuánto tiempo duró el rodaje?
—El rodaje fueron casi tres semanas, la preparación de casi un año y medio. Como vivía cercar iba una o dos por mes, a veces me quedaba comiendo asado con ellos; fui bastante, de hecho casi rompí una camioneta por ir ahí. El rodaje fue relativamente corto para lo que es la película tres semanas de corrido con fines de semana. Fue bastante duro, no podíamos parar porque se nos venía la lluvia. filmamos sin parar como 15 días, 14 horas sin parar, subiendo y bajando del cerro.
—¿Cómo fue el proceso en el montaje y la postproducción para llegar a la síntesis?
—Podría haber filmado más, pero era como alterar el proyecto. Se dieron las situaciones: filmé los chicos que escriben con las cabras, después en el montaje puse los mensajes de una manera más gráfica. La primera parte del documenta es medio antropológica, de mostrar al personaje: ves unos tipos en una comunidad, hablan de que a una mujer le robaron algo, Mario está ahí oyendo.
Filmé varias situaciones, después en el montaje hice varios armados y con Mario quedé en que posiblemente lo volvía a filmar, pero sentía que iba a manipular mucho el documental. Vi que ya estaba contenido en lo que estaba, saqué muchas situaciones; incluso me saqué a mí: me había filmado con él yendo a buscar un burro para la subida, en una camioneta. Hay muchas voces que confluyen: confluye lo antropológico al principio con esta visión de este pueblo descendiente de indígenas que se reúne; los chicos estos que chatean; un artista que está terminando una obra y bueno, no le puede mandar la foto o encontrarse con el cliente; Mario y el ingeniero.
Despertaban muchas preguntas hacia nosotros, y esas preguntas también estaban dadas por esas voces de la gente que está llamando a ver cuándo le conectan el Internet. Eso fue un trabajo de posproducción, de yo grabar a gente...
—Más actuada...
—Pero les pasó de verdad: amigos en algunos casos, la niña que aparece al final hablando también es hija de un amigo; les pedí que grabarar situaciones reales.
Hay muchas situaciones reales, pero donde hago más anclaje dramático es cuando Mario está solo contando cardones: me parece que eso del hombre con la naturaleza, un hombre contando cardones en el siglo XXI, que si no tenés Internet te morís, ahí está un poco la síntesis.
—La tensión entre la antena y el burro, la montaña la soledad.
—Claro, y un plano muy humano. Veía en el rodaje que Mario cuenta lento: “Uno... dos...”. Le iba a decir algo, “así cuento yo”, me respondió enojado. “Bueno. contá como vos quieras”. Le mostré el trabajo a un amigo que hace cine, y me dijo: “La escena que más me gustó fue la de los cardones”. “¿No la notaste lenta?”. “No, me gustó por eso”.
—Obviamente el paisaje es otro de los puntos fuertes, la presencia del entorno.
—El hombre, la cosmovisión y el paisaje. Los burros están fuera de campo a propósito; salvo en un momento que se ve un burrito, en toda la película se sienten los burros pero están siempre fuera de campo. Muchas veces uno tiene tendencia a mostrar el paisaje; acá. el paisaje nos sobrepasa a todos: a los protagonistas, al director con sus intenciones; esa presencia agreste de esos vientos, esos lugares, más allá de lo paisajístico (que no lo es) está ahí todo el tiempo, en todas sus facetas: está con la lluvia, está con la niebla, está con los vientos.
Vida online
—¿Como vivís esto de que ahora se está estrenando en este formato televisivo y digital? Por esta cuestión de la cuarentena y la pandemia que obligan a reformular el tema de los estrenos.
—Es un poco paradójico, porque esta película está pensada para pantalla grande. Hoy los tiempos de lectura una pantalla grande son muy distintos a una pantalla de ordenador; bueno, teléfono ni hablar: ver una película el teléfono es un crimen.
La verdad no sé decir una respuesta concreta, porque nadie sabe nada del realidad. Creo que es todo muy frágil en todo sentido. Tengo un axioma que me movilizó a hacer la película, qué es “Internet ha matado el ritual” (es medio filosófico, lo tenía para mí). Ir a la sala de cine es un ritual y se está perdiendo, porque la gente... no es que no tiene tiempo: ocupa mucho tiempo en pelotudeces; porque el Internet es un pelotudeo constante. Si estás en visita de un médico antes vos mirabas las caras de las personas (por lo menos a mí me pasaba) y te imaginabas una historia; ahora estás mirando la pantalla un teléfono.
Internet ha desmembrado muchos rituales que teníamos, inclusive reuniones de amigos. ahora yo veo que la gente brinda, se tomó una copa por Zoom. Se ha perdido ese ritual de la comunicación, se ha diluido. La película en cierto sentido muestra eso.
Y bueno, si no queda otra, la película se pasa así. Lo ideal es que los que puedan la proyecten en la pantalla más grande que tengan, o acercarse, y oírla, porque hay un trabajo del sonidista (Martín Litmanovich) muy importante, de mucha fineza.
Pero no me quiero resignar a eso: no me quiero resignar a que el mundo se termine la pantalla de una computadora; me parece un poco triste, y si así fuera apagá y vámonos. Hay una tendencia muy muy peligrosa de hacernos creer de que la alienación, estar enganchado a un aparato, es el destino del ser humano, es triste. En este caso hablemos de un teléfono más que de una pantalla de computadora.
El grado de alienación que ha logrado la industria tecnológica con las redes asociales, porque no son sociales, es impresionante: estás en una reunión, están todos conectados al teléfono. No le damos espacio al ritual: mirar un árbol, hablar con un amigo, hacer el amor, un montón de cosas. Si uno se pone ver los detalles para atrás, creo que el vínculo con Internet ha desvanecido mucho eso.
Ficción intimista
—¿Qué próximos proyectos tenés en carpeta?
—Justo la cuarentena nos detuvo: estaba por filmar una película de ficción que se llama “Piel” que vamos a rodar en Córdoba, cerca de La Falda, en una locación ahí. No tiene nada que ver con “Señales de humo”, todo lo contrario, porque es una historia intimista de un triángulo amoroso, por así decirlo, con un objetivo en concreto qué es la procreación de un niño. Tres personas que confluyen en este espacio con la intención de crear un ser humano.
Es el proyecto que estábamos por empezar a filmar, ya había ido a localizar a Córdoba, había tenido una primera reunión con los posibles protagonistas. Se cayó todo porque se paró por esto. Así que estamos esperando que se reanude la cuestión. Estamos con los productores (uno es de Córdoba, otro es de Buenos Aires, y yo) estamos hablando permanentemente a ver cuándo se puede empezar a filmar. Ya está preparada la película: está localizada, del casting no puedo decir los nombres porque no concretamos, pero está casi en su totalidad. Habría que empezar con los ensayos.