“La gente, acá en Santa Fe, te pide el clásico y nada más. Quiere ganarlo para ser el dueño de la ciudad por un año. Por suerte, el último lo pudimos ganar en cancha nuestra”. A la frase, obviamente, lo dice alguien de afuera. El que lo dice es Jonathan Bottinelli. No es “cualquiera”. Es alguien que llegó hace tres años a Santa Fe, convencido por Madelón. “Tenía un proyecto ganador, me sedujo. Yo siempre quiero que me busque un grande, pero aquéllo de Unión me gustó esa vez”, dijo en el programa de Mariano Closs en Buenos Aires. También dijo que le gustaría que lo llame San Lorenzo. Pero ese es otro “cantar”. Se entiende. ¿Qué va a decir en Buenos Aires?. Acá auguró por un nuevo contrato con Unión porque le gustaría quedarse. Ya le dijo que no a Central Córdoba de Santiago del Estero a principios de año. Tuvo una “novelita” el año pasado cuando al principio le dijeron que no iba a seguir y después lo fueron a buscar, en ese mercado de pases que se le hizo eterno a Unión por su eliminación de la Copa de la Superliga, también en la Copa Argentina y en la Sudamericana, la realización de la Copa América y un receso que, en definitiva, dejó parado al equipo por más de tres meses. Aún así, fue menos que ahora. Pero la continuidad o no de Bottinelli no es el tema en cuestión, sino lo que dice respecto del clásico.
El 90 por ciento —o más— de la gente a la que se refiere Bottinelli, es la gente de Unión simplemente por el hecho de que Bottinelli jugó en Unión. De todos modos, se habrá chocado alguna vez con gente de Colón y es muy posible que le hayan dicho lo mismo. O que al menos acepten y compartan el concepto.
En esta ciudad muchas veces se ha dicho que “a la campaña la salvó ganar el clásico”. Es el partido más importante, es el que más se festeja, pero no es el único. No debe ser el objetivo en sí mismo. Ganar el clásico puede “salvar” un año flojo en lo deportivo —como le pasó a Unión en la última Superliga— pero si con eso alcanza, no existe grandeza y se cae decididamente en la mediocridad.
Soy de la ciudad y sé que, en Santa Fe, hay entrenadores y ex jugadores que han perdido un clásico amistoso que luego les costó caro. Alguna vez le pasó al Flaco Zuccarelli cuando jugaba en Colón (1973) y a Jorge Castelli cuando dirigía a Unión (1986). Mario Sciacqua era el técnico de un Colón de gran campaña en el Apertura 2011, compartió el segundo puesto con Racing, Vélez y Belgrano, sacó 31 puntos (6 más que Unión) pero perdió el clásico (los goles de Montero y Rosales en el Centenario) y en el torneo siguiente, a la segunda fecha, lo destituyeron.
El clásico debiera ser lo más importante de lo menos importante en el fútbol. Ganar ese partido y salir arriba del clásico rival debiera provocar eso: la alegría temporaria y justificada. Pero si se piensa sólo en eso, es “chiquitaje”, es mediocridad, es pan y circo para el festejo momentáneo que enriquece muy poco para ser tomado como lo máximo, es conformismo. Y esto, el conformismo, es lo que impide atravesar la puerta de la grandeza. Puerta que, por otro lado, estuvo cerrada con dos vueltas de llave y candado para el fútbol santafesino desde 1940 a la fecha, 80 años exentos de títulos en la máxima categoría.
Bottinelli debiera decir que “la gente en Santa Fe me reclama que le demos un título porque quieren dar una vuelta olímpica y gritar campeón; y mejor todavía si, además, ganamos el clásico”. Cambiar la mentalidad no es fácil, pero hay que empezar a intentarlo. La rivalidad existió, existe y existirá, pero el clásico que hoy se pierde, mañana se puede ganar. No se juega sólo para ganar ese partido. Es el más importante, pero es el único. ¿De qué sirve ganarlo si después la campaña no es buena?, ¡y cuánto serviría ser campeón por más que se pierda justamente ese partido!
Se entiende la pasión y la rivalidad que lleva impregnada el hincha en la piel. Pero es hora de empezar a cambiar y de exigir otra cosa que no sea la de ganar ese partido para que la campaña esté a salvo. Dejar de lado el conformismo y pensar en que hay otras cosas que pueden provocar más alegría que la de ganar un clásico.
“Un año y medio lleno de experiencias positivas, y ahí siempre estuvieron ustedes para alentar. Me despido de este club con el convencimiento de que en todo momento traté de dar el máximo. A mis compañeros, y a toda la hinchada, un abrazo enorme! Vamo’ arriba, vamos tate!” Javier Méndez, la despedida del volante uruguayo en su cuenta de twitter.