Hay un partido de fútbol que nadie juega y todos sufren. El manejo de las cifras de muertos, contagiados y recuperados de coronavirus es una serie que sólo puede indicar más o menos catástrofe, nunca un triunfo. Contra una Peste siempre se pierde.
Resulta cómico, tragicómico, escuchar a colegas originalmente especializados en el espectáculo, el chimento, el vestuario de fútbol, en los entremeses de Legislaturas y Palacios Judiciales, entreverarse con Coronavirus, Peste, códigos genéticos, hisopados, sueros, posibles vacunas y lo peor, estadísticas.
Hay un partido de fútbol que nadie juega y todos sufren. El manejo de las cifras de muertos, contagiados y recuperados de coronavirus es una serie que sólo puede indicar más o menos catástrofe, nunca un triunfo. Contra una Peste siempre se pierde.
Hay, pese a esta certeza, un juego que no puede escapar a la palabra macabro, en el que se empecinan algunos empleados públicos de altísima jerarquía y que se refleja en los medios periodísticos, que reproducimos por la persistencia de un hábito: el partido de fútbol.
Es evidente que poseemos, sin entrar en sicologismos, que poseemos una tendencia a la competencia e ignoro si fue dada, fabricada, si pertenece tan solo a la civilización donde me he criado y si es mucho más amplia que el barrio, la ciudad, la provincia y el Estado.
No sé si se trata de un rollo que desenvuelve el mundo occidental y allí termina y, de ser así, dónde es más fuerte y con qué juegos se desarrolla más la competencia. Qué deportes exacerban y desafían a una sociedad. Qué Colón / Unión o qué Boca / River mantienen la división pasional entre vecinos.
La inmediatez del Siglo XXI serviría, si alguien con ganas se lo propusiese y, además, tuviese el conocimiento suficiente, serviría, digo, el manejo de la ciencia de los algoritmos, la falibilidad, la tendencia histórica y la siquiatría y sociología, para resolver de dónde viene y hasta cuándo nos acompañará esta “competencia” entre parientes. Tendría todos los datos y todos los titulares de los diarios del mundo para saber cuándo es primera plana o información complementaria. Daría un indicio de las pasiones desplegadas.
Durante muchos años “Ciencia y Técnica “ fue una sección poco menos que mínima, apenas utilitaria en los grandes periódicos y los noticieros centrales. La Pandemia puso el tema en primera plana y agrandó la sección, los periodistas de tal sección.
Resulta cómico, tragicómico, escuchar a colegas originalmente especializados en el espectáculo, el chimento del espectáculo, en la comidilla del vestuario de fútbol, en los entremeses de Legislaturas y Palacios Judiciales, entreverarse con Coronavirus, Peste, códigos genéticos, hisopados, sueros, posibles vacunas y lo peor, estadísticas y estadísticas regionales. Con esto volvemos al punto, al peor punto de esta Pandemia: la “competencia”.
Las grandes competencias internacionales han tenido y tienen a personajes como el titular de EE.UU. y el Reino Unido, como a la señora Merkel y el señor Macrón, todos empleados públicos de la máxima jerarquía, del más alto rango, preocupándose por la extensión de sus virilidades en cuanto al modo de enfrentar una pandemia viral que, hasta tanto no tenga vacuna, derrota al más sabio y al más escondido, al más generoso como al más avaro, y al más precavido como al más insolente.
No importó, en ningún escritorio de gestión de la cosa pública, que la ciencia, según se sabe, indicase en todos los casos que no había vacuna ni certezas y por tanto…
Bueno, nada. La pelea continúa y los muertos van a un doble conteo. El del triunfo del coronavirus, el verdaderamente trágico y desesperante, porque no hay vacuna y no hay remedio, solo mínimas prevenciones elementales, de “Higiene y Puericultura” y un conteo mucho más ridículo, más cruel y específico sobre muertos de aquel o de este lado del mar, de aquel o de este lado de la frontera, de aquel o de este lado de la calle.
Sobre las peleas mediáticas, que finalmente traen sus lectores, que traen sus avisos, que sirven para la subsistencia periodística nada puede objetarse ya que, si alguien dice gané porque tengo menos muertos es poco lo que puede ocultarse: la idiotez es visible desde la lejanía. Peor: la soberbia como medalla es un tiro en la sien del equilibrio. Un suicidio de la templanza.
Donde el asunto se complica es en la vecindad. No conozco nada de medicina ni de sicología, epidemiología, infectología y leyes de la física cuántica. Nada. Aún así me atrevo, porque al partido de fútbol nos atrevemos todos, a sostener una alarma.
Si en una zona determinada de Argentina, por razones con tanta injusticia como lejanía, con años y años de malversación de esperanzas, de este y de aquel lado de la calle se juntaron pobres de solemnidad, con abuelos indigentes, padres indigentes e hijos raquíticos, escuálidos y sin futuro agradable no es posible establecer una competencia sobre si, precisamente, de este lado de la calle mueren menos.
La Pandemia no tiene “lados de la calle” y mejor o peor de aquel que de este costado de una avenida. Es un virus. Es una Pandemia. No es un partido de fútbol con la camiseta del barrio.
A veces preguntan porqué de a poco, sin prisa y sin pausa, la sociedad abandona, abandonamos, la información sobre el Coronavirus y las declaraciones de los empleados públicos de la máxima jerarquía, a los que –obvio– les pagamos el sueldo para que nos cuiden.
En esta última semana en Argentina, en el AMBA, el único lugar donde se realizan mediciones de audiencia (Digresión: somos tan “unitarios” que todo el interior de Argentina se rige por mediciones de una empresa que, al parecer con seriedad, revisa, resuelve e informa sobre lo más visto, escuchado y leído en ése sitio, único, central, unitario, en cierta forma dictatorial) algo sucedió que debería asombrarnos. Un programa grabado, sobre un certamen de cocineros amateurs ganó el ratting, la medición de audiencia, a los programas informando de política, prevaricato y asesinatos conectados con la corrupción, a los que daban cuenta de muertos de este o de aquel lado de Avenida General Paz.
“El rosarino Damián Pier Basile fue el ganador de Bake Off Argentina. El joven de esta ciudad se adjudicó la competencia y recibió un premio de 600 mil pesos tras transformarse en gran pastelero. Su contrincante, Samanta, fue descalificada ya que no era 'amateur'".
La información fue una de las más leídas y el programa ganó las mediciones de la noche en que se emitió. Era material grabado en la temporada anterior. En rigor una competencia. Sirve como actitud ejemplar. El universo televisivo se entusiasmó por un certamen de quién hace mejores pasteles y no es otra cosa que lo dicho: competencia. Llevarlo a quién tiene menos infectados de uno u otro lado de una Avenida y, por tanto, resuelve con tratamientos preventivos diferentes para una y otra sociedad, no es bueno ni siquiera para el principio atribuido al barón Pierre de Coubertin (“Lo importante es competir”). La Pandemia no tiene un reglamento similar a los JJOO. Ni lo tendrá. Es otra cosa. Es una peste. Certificada. Una. Una sola.