No fue un proceso virtuoso. No fue un acierto. Nada de lo que pasó respondió a algo planificado. Unión había perdido la categoría en 2003. El cambio dirigencial (se iniciaba el ciclo de René Citroni al frente del club) trajo de la mano una idea que no funcionó: la de armar un equipo con jugadores curtidos en el ascenso y técnicos como el “Chaucha” Bianco y “Cachín” Blanco con jugadores de experiencia en la categoría, como “Fito” González, Ceferino Díaz, Walter Coyette, el “Tatita” Brown y Hugo Alves, entre muchos otros. La idea era la de armar un equipo conocedor de la categoría en la que Unión volvía a jugar después de siete años (había ascendido con Carlos Trullet en 1996). Al quinto partido se tuvo que ir Bianco, se apostó a alguien que venía de ascender recientemente con Atlético Rafaela (Blanco) y tampoco dio resultado. Se empezaron a ir los jugadores y surgió, espontáneamente, de casualidad, por necesidad y no por convicción, la receta casera. Se armó aquella trilogía integrada por el “Sapo” Oyeras, Marcelo López y Marcelo Yorno, quienes provocaron una verdadera “revolución” catapultando a la Primera a un montón de chicos que venían desde abajo y que hasta ese momento sólo se los conocía por haber integrado, en algunos casos, el equipo de reserva o alternando en primera.
“Algún día me vas a tener que ayudar a tener la cifra exacta de los jugadores que hicimos debutar”, me decía hace unos días Miguel Oyeras. Y la verdad que deber haber sido algo histórico y complicado de imitar para el escaso tiempo que a ellos les tocó dirigir hasta la promoción con Tristán Suárez. Con todo el riesgo que suponía, porque posiblemente no se le iba a achacar el descenso a la tercera categoría a esos técnicos y a esos jugadores, pero tampoco le iban a quitar el “lastre” de encima si se producía el inesperado e histórico deceso. Que no ocurrió, porque primero se le ganó a El Porvenir en esa dramática última fecha en la que Belgrano le dio una mano goleando a Los Andes y mandándolo al descenso; y después, en la definición con Tristán Suárez —equipo de la B Metropolitana— fue 0 a 0 en Buenos Aires y 3 a 0 soberbio y definido en poco más de media hora en un 15 de Abril “hasta la coronilla” de gente que festejó con alivio el simple hecho de haberse mantenido en la B Nacional.
Se la jugaron todos. Basta con repasar aquél equipo y los que ingresaron luego para entender la magnitud de lo conseguido. Ese 10 de abril de 2004, hace 16 años, el equipo formó con Nereo Fernández; Renzo Vera, Marcelo Mosset, Julio Valli; Emanuel Urresti, Leandro Sartor, Cristian Basualdo, Martín Zapata; Sebastián García; César Pereyra y Alexis Weisheim. Todos surgidos de las inferiores del club. Después, entraron Emanuel Torres, Carlos Rufino y Marcos Bolzán, con idéntico origen. Y los goles fueron convertidos por Zapata, Pereyra y Wesheim. Algo histórico e irrepetible, que no fue producto de la convicción o de aferrarse a un proyecto deportivo, sino de la casualidad y la necesidad.
Unión ya había iniciado un ciclo que tuvo sus complicaciones deportivas y económicas. Hubo que esperar 8 años para volver a Primera, sitial que luego no se supo cuidar y que se recuperó nuevamente con Madelón en el 2014. La historia posterior a ese 2014 tuvo algo más de tranquilidad deportiva a partir del acierto de haber ido a buscar a un técnico que sin dudas encontró, en Unión, su lugar en el mundo. Lo devolvió a la máxima categoría y lo clasificó a dos copas internacionales. Tampoco en su momento se lo supo cuidar (divergencias con el presidente lo llevaron a alejarse en 2006). Nueve meses más tarde volvió para recomponer una imagen deportiva que se había deteriorado, con un promedio que empezaba a amenazar. Pero esa es otra historia.
Volviendo a ese hito de 2004, algunos de esos chicos llegaron a mucho, otros a un poco menos y algunos otros no tuvieron la trascendencia que se imaginaban o soñaban. Pero en ese momento, dominados por la juventud y la inexperiencia, sin recorrido y muchos debutando en circunstancias apremiantes y dolorosas para la institución, sacaron a flote a Unión. Muchos de ellos —técnicos incluidos— ni siquiera imaginaban cuando el 11 de agosto de 2003 se iniciaba el camino ganándole a Los Andes en Santa Fe por 2 a 0 con goles de Brown y Zapata, que once meses más tarde iban a tener que afrontar la situación más angustiante de la historia del club.
Como había ocurrido en otros tiempos, los pibes del club fueron tirados a la cancha en circunstancias límites y respondieron. Se lo podría emparentar con el proceso del 96 (técnico y jugadores), aunque en este caso fue más visible y hasta peligroso. Aquella vez había muchísimo para ganar y poco para perder. En esta ocasión, la de hace 16 años, había muchísimo para perder y apenas el consuelo de quedarse en la B Nacional si todo salía bien. Aquella vez, se terminó armando un equipo con fuerte influencia de los jugadores del club pero hubo gente “de afuera” que respaldó y muy bien, como Maciel, Castro, “Pochola” Sánchez, Bezombe o el mismo Garate, que llegó ya formado a la institución. Acá, ninguno de los que habían arrancado estuvieron en esa parte final tan dramática. Se las arreglaron estos chicos y esos entrenadores. Bien tatengues todos.