La artista multidisciplinaria publicó “Raíz”, una obra conceptual en la que dialogan una infinidad de referencias, bajo la guía de Lao Tsé, con una trayectoria artística marcada por el eclecticismo.
Gentileza Nora Lezano La naturaleza me cobija y me da mucha calma , resume la creadora de múltiples universos.
El nombre de las cosas siempre carga con un peso, una presión especial. El primer álbum musical creado por Maia Mónaco parece asumir el afán de continente y, al mismo tiempo, de portal a otros universos. “Raíz”, según la autora, es el alimento, el sustento en el sentido más amplio, la conexión. “Es estar conectada, enraizada, que no es lo mismo que estar estática o plantada. También es lo que está vivo y no se ve, lo que sigue creciendo y lo que sostiene”. De esta forma, lo presenta la artista multifacética que, en su zigzagueante trayectoria marcada por el fuego zodiacal, convoca identidades como la cantante atravesada por Lao Tsé, Medio Mundo Varieté, la rama feminista del MAS y ser la madre de Wos.
Fuego fuego fuego
Astrológicamente hablando, Maia Mónaco es triple fuego: Sol en Aries, Luna en Sagitario y ascendente en Leo. “El fuego tiene eso del inicio, lo que empieza y después de apaga”, reconoce. “Lo que nos cuesta es sostener los procesos. La calma, en mí, es una gran tarea”.
Los primeros años del retorno a la democracia, la llamada “Primavera Democrática”, encontraron a Mónaco repartida entre diversas manifestaciones artísticas y políticas, como la rama feminista del MAS y Medio Mundo Varieté. Respecto a su incursión en la cultura under porteña (que también incluyó la participación como performer en el Parakultural), afirma que “fue una experiencia muy enriquecedora y de mucho crecimiento. Era algo que realmente se necesitaba. Para muchos artistas del under, fue la posibilidad de tener un lugar donde desplegarse con total libertad. Nos decidimos a hacer el espacio como grupo de teatro multitudinario, investigando en lugares donde nos gustaría ir. Donde se pueda ver teatro, escuchar música, tener una galería de arte y quedarse a bailar. Además, fue un enorme despliegue: yo actuaba los fines de semana, barría, atendía la barra, hacía la programación de música y en un momento estaba a cargo de la prensa. Había gente muy joven y proponíamos que entre ellos organicen la seguridad, para no meter policías (con lo que eso significaba en la época). Después, como todo momento de destape, también había oscuridad, descontrol”.
La semilla
“Raíz” es un entramado de diez canciones “muy distintas entre sí, pero que tienen sentido en la totalidad”. Es un universo en sí mismo que se expande en el juego de contrastes. A lo largo de la obra flota la misma sensación, de aura, de que siempre es la primera vez que se canta. De a poquito, Maia toma la responsabilidad de armar libremente el rompecabezas. La consigna en cuanto al tratamiento de la voz era que fuera lo menos deformada posible. “Utilizamos filtros que le dan color a texturas que yo genero. Pero, en la electrónica, es una pincelada algo más homogénea, porque la voz sola es muy cruda. Eso ya lo experimenté y mucha gente queda afuera, porque resulta muy áspero. Me gusta ver qué es lo que comunica lo que genuinamente hago”.
Aquellas palabras que alguna vez escribió Amílcar Greco en torno a Roberto Goyeneche pueden aplicarse perfectamente a Maia Mónaco. “En el mismo grado en que importan la entonación, el color de la voz, pesa en la interpretación cómo se digan las palabras, cómo se muerdan, cómo se marquen los puntos, las comas, los punto y comas, se canten los silencios”. Intérprete de sus propias creaciones, la cantautora encontró otra forma de explotar (y explorarse), un eje cómplice en la confección y el bordado artístico-emocional, en Facu Yalve.
Maia, quien destaca su “enorme talento y gran escucha”, reconstruye el origen de la alianza. “Yo llevaba un demo hecho con otro productor. Cuando lo escuchó, me dijo: ‘¡Wow! ¿Qué es este universo?’. Y me propuso que para el primer encuentro llevara todos los instrumentos de donde salían estos sonidos”. O sea, los cuencos de cristal de cuarzo, los cuencos tibetanos, el arpa de boca, la ocarina grande, la ektara (instrumento de una sola cuerda de la zona de Pakistán), el swar peti (instrumento de la India para hacer mantras), las pezuñas y el tambor de agua (“un receptáculo que arriba tiene una calabaza cortada, al que el agua le hace de caja de resonancia”, de África). “Hice una improvisación de media hora, tocando y cantando. Facu grabó todo. Esa fue la semilla”.
Sentido profundo
El método empezó a delinearse luego de la improvisación primigenia. “Cada instrumento se grabó por separado y, después, se editó con su sonoridad acústica y fue sampleado. Todos los sonidos salieron de lo que generamos ahí, no hay nada tomado de otros lados. Incluso, en los sonidos sampleados, creo que hay algo del sentido profundo que trasciende energéticamente. No es lo mismo samplear mis cuencos que tomar algo que hizo otro”. “Facu se dio cuenta que conmigo no tenía respuestas rápidas”. Desde la apertura desprejuiciada y el asombro, Yalve contribuyó al crecimiento de la semilla. Autodefinida, risa mediante, como “más degenerada” por su cuidado de no encasillarse ni de ir a lugares comunes, Mónaco resalta que el productor musical “se dedicó a abrir su escucha y su sensibilidad al máximo. Le llevé una propuesta completamente distinta a lo que él venía haciendo y sigue haciendo”.
Va y viene
El álbum es como un óleo que representa el interior de Mónaco. Todos los textos, confiesa la creadora, fueron escritos con los pies en la tierra, al lado del río. En esa casa en la isla del Tigre “tenía la sensación de que todo estaba justificado. La vida tiene sentido del solo ser, como el árbol o el río, que va y viene, que está y no está. Hay zonas, especialmente donde mi casita se va, literalmente... es del barro. Y, de pronto, empieza a volver. Es muy contundente esa sensación del movimiento de las mareas y de todo lo que no controlamos. Va y viene, con mucha fuerza y contundencia. La naturaleza me cobija y me da mucha calma. Afuera, está la ciudad. Yo me siento naturaleza”.
Tres videoclips potencian los sentidos de la obra: “Como el junco”, “Río” y “Amanece”. En los primeros dos, hay una referencia muy clara al río. “Amanece”, en cambio, “no habla de nada, no tiene palabras”. Allí fue la labor del director, Peta, la que volvió a asociarlo con la naturaleza y la inmensidad. Alguna vez, entre risas pero no en joda, Yalve le dijo a Maia: “sos épica”. Por esa “especie de Amazonas, súper íntimo, que me conecta directamente”. También hay épica en el recitado que se hace música en “Maravillas”. Cual curadora, la artista armó el texto a partir de distintos poemas de “Tao Te King”. Filosofía oriental y vivencias entre los montes y arroyos de Córdoba se fundieron en un abrazo. “Hay algo de todo eso que se me hace muy tangible, en la creación de la realidad, qué nos creemos de lo que vemos y lo que nos dicen”.
Amplio y puntual
¿Cuánto hay de otros tiempos, de otras vidas, en una obra? ¿Cómo dialogan y se enfrentan pasado, presente y futuro? ¿De qué forma se transfieren y remodelan los consumos culturales en la producción artística? Preguntas que no tienen una respuesta clara. “¿Me das un par de minutos?”, juega Maia antes de desarmarse en un océano de risa.
En un viaje exprés por el tiempo, se puede encontrar la fibra musical en la infancia de la creadora. Estudio Percusión Clásica en el Conservatorio de la Lucila, dictó talleres y compartió 23 años con Alejandro Oliva (director de La Bomba de Tiempo). Uno de sus recuerdos fortalece el vínculo, lo hace re-percutir: “Cuando estaba embarazada de Valentín, tocaba el surdo. Es algo que, para mí, tiene que ver con la raíz”. Valentín no es otro que Wos y, junto a su hermano Manuel, participan del disco. “Como madre y artista, es algo natural y obvio, que también me da muchísima alegría y orgullo. Cuando vivíamos juntos, Manu venía con la guitarra y me pedía que haga unos coros, mientras yo cortaba las cebollas. Tanto Valentín como él, son muy exquisitos con las palabras y tienen mucho de la improvisación. Lo más maravilloso es que siempre les gustó lo que hago y me fueron a ver. Cuando les propuse ser parte, los dos dijeron: ‘¡obvio!”
El arco de referencias que convoca “Raíz” es “muy amplio y, a la vez, muy puntual. Siento todo ese bagaje dentro de este álbum”. Allí se dan cita y se interpelan (¿por qué no?) Kundera, Bergman, Saramago, Tarkovsky, Laurie Anderson, Meredith Monk, Leda Valladares, Vivaldi y Saer, entre tantísimos otros. “Saer es un escritor que amé muchísimo. Mis hijos siempre me dicen que se acuerdan que lloré el día que murió”. Pero, sin dudas, la guía es el “Tao Te King” de Lao Tsé, en la traducción de Richard Wilhelm (quien también tradujo “I Ching”, el “Libro de las Mutaciones”). “Hace años, encontré algo ahí y, en un momento, en cuestiones de la voz y de meditación, había algo muy bueno que me generaba a mí y a la gente. Un punto de conexión. Justamente, Wilhelm traduce ‘tao’ como ‘sentido’. Y yo necesito un sentido interno de las cosas”.