Con colaboración de Nicolás Peisojovich
“De acuerdo, habrá un problema. Quién es anciano y tiene un problema o discapacidad lo sufrirá más, pero eso no es todo lo que dicen. En China casi se ha ido...”, Jair Bolsonaro Presidente de Brasil
“Bom dia” (“bonnchía” sonaría fonéticamente en un mediocre portugués argentinizado). Cuando pienso en Brasil, sueño con playas y garotas, de sexys contoneos, de fugaces y lascivas miradas gatunas, de bikinis y zungas, de sambas y bossa nova, el país “mais grande do mundo”, nuestro amado - odiado Brasil (amados por todos, odiados por la gracia de sus majestuosas hazañas futbolísticas), amado por su alegría innata, su carnavalesca manera de vivir de fiesta, por la eterna alegría, por sus infinitas playas y por sus trovadores de espontánea musicalidad.
La armonía de su tierra, de su gente y de su música, contrasta con la imbecilidad y la irresponsabilidad de quien detenta el poder de la Nación y atenta contra la salud de su población, embustero de mesiánica actitud, Jair Bolsonaro, que públicamente y con la soberbia que le otorga su facultad momentánea desestimó a diestra (mucha diestra) y siniestra (muy siniestro) la peligrosidad y la alta mortalidad del Coronavirus, pero fue, finalmente, contagiado por la enfermedad que tanto subestimó. ¿Castigo divino?, puede ser, lo que no quita que es divino el castigo, para un tipo que en vez de demostrar empatía con su pueblo, conmiseración con la gente más sensible y expuesta a la enfermedad, se dedicó a bastardear, negar, ningunear y hasta reírse del drama mundial, reírse de su propia sangre, amenazando, siendo descuidado y transgrediendo las normas mínimas de cuidado, poniendo en peligro a su extenso ejército de seguidores fanáticos, a la prensa, a su gabinete y a toda la población... “Yo soy Mesías, pero no hago milagros”, dijo a finales de abril a la prensa ante la pregunta de un periodista por el alto índice de muertes en Brasil. Milagro fue que no se haya contagiado antes. Culpar a la prensa, minimizar el daño, hacer oídos sordos a los consejos de la O.M.S. (Organización Mundial de la Salud), guapear sin tapabocas a pecho inflado, teniendo siempre una posición ante el problema del COVID 19 provocativa y peyorativa. Es casi seguro que este personaje va a sobrevivir al virus, teniendo los medios disponibles para el mejor de los cuidados y para poder sobrellevar su estado de salud como leve indisposición temporal. Pero el daño está hecho, y estoy seguro que tampoco aprenderá su lección, porque en sus genes corre la soberbia y la altanería de saberse por encima de los demás, y una vez curado, se tomará de ejemplo como un cuasi mártir, como el elegido de Dios, como el mesías que cree que es, y exagerará con elocuencia retórica frente a los micrófonos para defenestrar -seguir defenestrando- a aquellos que ven en este “resfriadito” las señales del apocalipsis bíblico. Ni tanto ni tan poco, la sociedad debe entender y proceder ante el riesgo presente e invisible, que solo se visibiliza en los números de los muertos que silenciosamente se suman día a día y van engordando las estadísticas mundiales; el mundo se limpia de viejos, quienes son los más afectados por este mal, la franja etaria que va de los 60 años en adelante es quien abona nuestra tan castigada tierra. ¿Será por eso que los países más capitalizados del mundo fueron los que menos interés prestaron al avance de la enfermedad y que más demoraron en instalar políticas de salud preventivas? Nunca se sabrá. Sí se sabe que nuestro planeta cada cierto tiempo se limpia de la mala humanidad con alguna pestecilla que anda escondida en los rincones, en las ratoneras, en el fétido aire consecuente de la vida mal utilizada y las miserias inutilizadas. Ahí viene la plaga... (No es rock).
Quiméricos momentos se viven en la aldea global, tan fantásticos como los que se viven en el granero de esta gran aldea. Si bien muchos libros y películas abordaron el tema de una crisis total provocada por enfermedades, donde poblaciones enteras en vez de convertirse en engripados en masa se convierten en “zombies” hambrientos de cerebros (esas modas que instala Hollywood), nunca imaginamos que se instalaría con semejante rapidez. Desde nuestra lejana Argentina mirábamos con cierto desdén las noticias que nos llegaban desde otra lejana población llamada Wuhan perteneciente a la ultra lejana China. Cosas de la globalización, a todos, a la ida o a la vuelta, nos termina tocando.
Hoy los viejos, nuestros viejos, están en peligro, mientras la grieta -nuevamente- se vuelve a abrir evidenciando que ni siquiera algo que nos afecta a todos termina uniéndonos, y así andamos, unos caceroleando o a los bocinazos, y otros acatando los designios para combatir o evitar la enfermedad.
Allá, por enero del 2020, Donald Trump, copete blondo al viento, vaticinaba: “Es solo una persona que vino de China y lo tenemos bajo control. Todo va a estar bien”. Como profeta se moriría de hambre...
No puedo evitar escuchar en mi cabeza loca una cancioncita que cantábamos en ronda en nuestra tierna niñez: “en un bosque, de la China, la chinita se perdió...”
Aparentemente hubo un/a chinito/a que se perdió por Central Park, o por los bosques de Palermo, y sonamos todos en este gran pañuelo que llamamos mundo.
La armonía de su tierra, de su gente y de su música, contrasta con la imbecilidad y la irresponsabilidad de quien detenta el poder de la Nación y atenta contra la salud de su población, embustero de mesiánica actitud, que con soberbia que le otorga su facultad desestimó a diestra y siniestra la alta mortalidad del Coronavirus.
¿Castigo divino?, puede ser, lo que no quita que es divino el castigo, para un tipo que en vez de demostrar empatía con su pueblo, conmiseración con la gente más sensible y expuesta a la enfermedad, se dedicó a bastardear, negar, ningunear y hasta reírse del drama mundial, reírse de su propia sangre, descuidando y transgrediendo las normas.