“Pleno respaldo al Presidente”. El enunciado pertenece al gobernador Omar Perotti y parece obvio en cualquier marco político-institucional, cuando existe coincidencia en el signo partidario de la provincia y el de la administración central. Y máxime en un contexto como el actual, en que los rigores de la pandemia de coronavirus y la necesaria coordinación de esfuerzos y canalización de necesidades no sólo requiere una armonización entre las gestiones por razones operativas, sino también como mensaje estratégico a una sociedad agobiada por la crisis económica, las restricciones de las medidas de control y el agotador espectáculo de las confrontaciones verbales -y gestuales- de la dirigencia.
Pero esto es la Argentina y así se advierte en las declaraciones públicas, los títulos de los medios de comunicación y los análisis de especialistas. Y lo que debería ser una “no noticia” -esa confesión periodística que abarca no pocos contenidos mediáticos-, ve suprimida la partícula negativa, al influjo de la realidad.
No casualmente, otro santafesino, el ministro de Defensa Agustín Rossi, disparó en los últimos días una exhortación a la que le caben las mismas consideraciones: “Nuestro espacio político debe cerrar filas y abroquelarse detrás del liderazgo del presidente”.
Otra obviedad, otra “no noticia”, a la que el contexto otorgó rango ineludiblemente informativo. Porque tanto Perotti (un peronista de centro que desembocó en la coalición de gobierno por ser el que mejor medía electoralmete en la provincia) como Rossi (un kirchnerista “de paladar negro”, que acompañó activamente las gestiones de Néstor y Cristina), al igual que otros dirigentes del Frente de Todos, plantaron cara a lo que fue una andanada de críticas lanzadas contra Alberto Fernández desde lo que se define como la propia trinchera. La misma que desprecia el dialoguismo democrático del que intenta hacer gala el Presidente -sea por convicción o por pragmatismo- y lo tacha de tibieza, cuando no de traición, al amparo de banderas que necesitan construir y alimentar la idea del enemigo para sostenerse. Más allá e incluso por encima de los propios valores democráticos, e incluso éticos, como se ocupó de dejarle en claro el acérrimo Grabois al impenitente De Vido.
No escapa a nadie que, enfrente de todos, hay una disputa por el poder. Que la hubo desde el mismo momento en que Alberto Fernández fue ungido como delfín, y que no admite concesiones a la voluntad popular constitucionalmente expresada, ni vacila ante la magnitud de los desafíos y las calamidades que atraviesa el país, y que al actual mandatario le ha tocado en suerte enfrentar en la primera línea.
No era de esperar que la conciliación con los dirigentes opositores -aunque más no fuese con quienes tienen responsabilidades de gestión- fuese a prosperar mucho más allá de las acuciantes exigencias del momento. Pero sí que, al menos, en las propias filas quedasen temporariamente en suspenso las feroces internas del heterogéneo conglomerado oficialista, aunque más no sea para evitar anudarle la manguera a los bomberos en medio del incendio. Después, la incorregible dinámica del sector político impondrá su lógica, y la puja por espacios en las listas electorales del año que viene campeará inevitablemente en el escenario devastado y aún incierto de la Argentina pos pandemia.
Mientras tanto, que un gobernador oficialista y un integrante del gabinete expresen su respaldo y llamen a encolumnarse tras el Presidente, no debería ser noticia. Pero sí.