Bruno Gramaglia tiene 30 años. Es baterista, músico docente y hasta el 20 de febrero pasado su vida estaba llena de expectativas por lo que iba a venir. Ese era el propósito cuando se embarcó en el crucero Magellan, de la compañía Cruise Maritime Voyages (CMV): hacer música, disfrutar, pero, esencialmente, alcanzar una mejora económica para terminar de abonar alquiler y así compartir alegremente la casa propia junto a su esposa Daniela y su hijo Stèfano que permanecen en Santa Fe.
Pero apenas habían transcurrido unas pocas semanas de iniciado el viaje cuando lo sorprendió, como a todo el mundo, la pandemia declarada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Las decisiones fueron rápidas y -en algunos casos- sorpresivas. Bruno está anclado en el puerto de Tilbury, Londres. Lleva seis meses embarcado, ahora junto a pocos tripulantes y trabajadores de a bordo, y lo peor es que no sabe cuándo podrá regresar al país.
Cuando Multimedios El Litoral logró comunicarse, Bruno dejó que afloraran sus sentimientos por la familia, lejos en la distancia pero muy cerca en el corazón, y consciente que ésta, su odisea, en algún momento alcanzará su final. Por eso, el diálogo es tranquilo, motivador:
-¿Qué te decidió a embarcarte en este periplo?
-Dos motivos. El primero, económico. Soy un hijo del alquiler y quería lograr una diferencia económica que me permita acceder a una vivienda con lo necesario para compartir con mi esposa y nuestro hijo. Pero además aspiraba a vivir una experiencia musical diferente y conocer el mundo.
-¿Alguien te ayudó a decidir hacer el viaje?
-Podría decir que sí. Este viaje es consecuencia de otro anterior en el cual fui observando la posibilidad de encontrar un trabajo similar, como baterista en algún hotel, crucero, etc. Por otro lado, es un tema frecuente en ciertos ámbitos musicales esto de trabajar en cruceros. Sumado a esto, una enorme cantidad de charlas compartidas con mi profesor Hugo García, que ha realizado unos cuantos contratos como baterista en cruceros.
-¿Algo positivo de esta experiencia?
-Lo que no pudo ser, ya fue. Pero he crecido en otros aspectos. Siento que aprendí o redescubrí el valor de lo simple, lo cotidiano. Donde estamos es un puerto de carga de Londres y todo es gris. No hay árboles, no hay colores vivos...
-Pero al menos tenés el mate...
-No me vas a creer. Me quedé sin yerba hace más de un mes (sonríe).
-Pero la experiencia vale...
-Creo que lo más profundo de esta experiencia es el cultivo interior.
-Al menos tendrás conexión con el mundo...
-No tenemos televisión ni computadora. Y el servicio de Internet es pésimo. Si le sumamos la diferencia horaria uno se limita a malgastar el tiempo.
-¿Por qué te dejaron solo en ese lugar?
-Es un poco difícil resumirlo. Mi contrato comenzó en 20 de febrero y el 16 de marzo, con la declaración de la pandemia finalizaron las actividades. Descendieron los pasajeros en el puerto de Tilbury, en Londres, y luego tuvimos una reunión en la cual nos dijeron: “Todos los del departamento de entretenimiento que tienen más de cuatro meses se van para su casa (la mayoría eran de Europa) excepto el sonidista de la India y el baterista de Argentina”.
-Claro, se fueron todos. Me quedé solo, sin jefe ni Cruise Director, ni asistente, ni Band Director, nada. Estaba bastante perdido sin saber qué hacer. Luego me dijeron que esperara de seis a diez semanas, que se solucionaría y retomaríamos las actividades.
-A todos los que quedamos a bordo del barco, ya que no tendríamos actividades, nos reducirían el sueldo a un tercio. Con el paso del tiempo y la situación que se agravaba cada vez más, comenzaron a repatriar a otros miembros quedando cada vez menos gente.
-¿Cuánto tiempo pasó para que bajaran del crucero?
-No estábamos autorizados por la pandemia. Así pasamos cuatro meses hasta hace 20 días que realizamos la primer salida de dos horas a un supermercado. Fue maravilloso, nunca esperé con tantas ansias ir al súper...
-¿Y cuál era el comportamiento de los tripulantes?
-Algunos comenzaron a asumir actitudes violentas. Un tripulante de la compañía pero no de este barco, sino de un barco vecino en el muelle, se suicidó. Luego, la gente de la India hizo huelga de hambre y según dijeron, murió uno de un paro cardíaco.
Antes de aceptar el contrato, Gramaglia compartía su música con diversos grupos. Con Juane Voutat y los Aliados (banda que integró desde el 2012) y “comenzábamos a preparar la presentación del tercer disco. También tocando con los chicos de Peregrinos (folclore fusión), la Gypsy Family (Gypsy Swing), Son D’ Tomar (Música Cubana) Back In Trío, Cartón Lleno y para un proyecto de un solista.
-¿Qué gestiones concretaste para poder regresar?. ¿Nadie se interesó en tu situación?
-La compañía nos decía que estaban en tratativas de repatriación, que tuviéramos paciencia. Comenzaron a mandar a la gente en grupo, 130 de la India, 120 de Indonesia, 90 Ucranianos, peruanos, colombianos, serbios. Así fuimos quedando los individuales, uno de Rusia, uno de Uzbekistán, Egipto, Sudáfrica, Myamar, Mauricia, etc.. y yo de Argentina.
-¿Pudiste concretar al menos alguna gestión para regresar a nuestro país?
-No tenían intenciones de enviarme en el único vuelo de repatriación que había desde Londres hacía Argentina. Me dijeron: “Quédate tranqui que tu contrato está aún vigente, si querés , pagate tu pasaje y ándate”, lo cual no me correspondía.
-¿No podías costearte el regreso?
-Para mí era imposible abonar el viaje ya que ningún vuelo era desde Londres y como en este muelle no se puede caminar, tendría que pagar un transfer, luego abonar el vuelo hacia otro país (Holanda o España) y por último pagar el viaje de regreso hacia Argentina. Carísimo.
-Me imagino que todo se fue calmando un poco…
- Para nada, porque el 20 de julio, irónicamente en el Día del Amigo, recibimos la peor noticia: la compañía CMV Cruises presentó quiebra. Lógicamente, no hay plata ni repatriación para nadie.
-¿Podés comunicarte con la familia?
-Gracias a Dios puedo comunicarme con mi esposa e hijo todos los días. También con los amigos. Tengo fe que pronto todo esto terminará. Trato de tomarlo con humor y compartir experiencias con los demás tripulantes.
De músico a ayudante de cocina
-¿Cómo transcurre esta nueva etapa en el crucero?
-Ahora el compromiso es solo moral. No hay contrato ni remuneración; hay que mantener la calma y colaborar. Todos estamos trabajando por el bienestar de los 40 que aún permanecemos a bordo. Mi tarea actual es de ayudante en el comedor. Estoy en proceso de cocinar dulce de leche casero para hacer alfajores santafesinos y compartir con Edwin, mi compañero de Guatemala, el último de habla hispana, y con el resto de la tripulación.
-¿Qué perspectivas tenés de regresar pronto?
-Estamos dialogando con el gremio encargado de los trabajadores de mar. Ellos dicen que pronto se resolverá esta situación porque quien se haga cargo del barco deberá saldar lo adeudado y la repatriación. En cuanto al tiempo no hay noticias, puede ser el mes próximo como en diciembre. En última instancia me iré a la casa de “Santi” Periotti, gran guitarrista santafesino que vive y trabaja aquí en Londres.
-¿Cómo resumirías la experiencia?
-A pesar de todas las pálidas, debo decir que fue (y sigue siendo) una gran experiencia. No todo es negativo; también hubo momentos de alegría y risa compartida.