Demasiado joven para morir

Se llamaba Kevin Díaz. Tenía solo 16 años y lo suyo no era andar por la vereda del sol. Todo lo contrario.

Desde muy temprano la vida se encargó de enseñarle sus rigores. Fue así como poco a poco se fue alejando de ese mundo cándido de niño, para adentrarse por caminos más que siniestros.

Como buitres al acecho los agentes del mal lo ubicaron y rápidamente lo sumaron a sus filas. Fue el momento en que hizo su primer contacto con el mundo de las drogas y el delito. La parada siguiente fueron los problemas con la ley.

Acorralados por esos peligros su familia intentó tomar distancia. Primero se mudaron de barrio, después a otro. Pero todo quedó en meros intentos. La redención no es cosa fácil.

Fue cuestión de tiempo para que todo vuelva a empezar. En el mismo barrio, con algunos ya viejos conocidos de ruta y otros nuevos que se fueron sumando en el camino.

El previsible capítulo final se consumó la madrugada del 26 de agosto.

Esa noche varios llamados a la central de emergencias 911 dieron cuenta que un joven había sido baleado en la calle. Cuando el operador pidió más precisiones del otro lado alguien le dijo que todo había ocurrido en zona de pasillos, entre calle Vieytes y pasaje Marsengo, esto es, en el límite de los barrios Don Bosco y Belgrano.

Los primeros uniformados que acudieron al lugar se encontraron con un cuadro clásico de violencia urbana. Sobre la calle yacía tendido un muchachito, el que ya no tenía signos vitales.

El infortunado era Kevin. Su cuerpo presentaba cuatro impactos de bala. Uno en la cabeza, otro en pecho y los restantes en sus brazos.

Mientras los agentes intentaba dar con algún testigo, una mujer se acercó hasta ellos. Con la voz quebrada se identificó como la madre del fallecido. Solo alcanzó a decir que momentos antes su hijo se encontraba en la esquina conversando con un amigo, cuando alguien lo atacó a tiros.

Fue lo último que se supo de Kevin.