Rafael Mayo mira pasar la gente, los autos y las palomas con idéntico desdén. Él mismo, parece haber olvidado su dimensión física, su envejecida humanidad.
Los dos pares de ojos, convertidos en un sólo mágico cañón de energía divina, enfocaron en derredor...
Rafael Mayo mira pasar la gente, los autos y las palomas con idéntico desdén. Él mismo, parece haber olvidado su dimensión física, su envejecida humanidad.
Junto a mí en el banco, inmóvil, con la libreta de apuntes amarillenta entre sus manos, observa, escribe, piensa. Escribe.
Promedia el quince de mayo en mi ciudad. Llovizna. Los autos se apiñan en el semáforo con ánimo de dar el gusto a sus conductores y llegar a casa pronto.
Con cada verde la marea multicolor se moviliza; en cuenta regresiva se alborota, hasta el regreso del rojo que vuelve a sosegarla.
Mi compañero desvaría; dice que se trata del ejército de un rey piadoso, que avanza con paso firme frente al verde de la pradera despejada; se alborota con el amarillo de las arenas y termina deteniéndose ante el rojo de la sangre de sus víctimas.
Rafael vuelve a sus escritos.
"El ODIO y el AMOR, pugnan por adueñarse del corazón humano desde el comienzo de la historia. En los primeros tiempos, las cosas estaban claras, cada bando se mostraba tal cual". "El ODIO, atacaba los poblados quemando y saqueando todo a su paso; la vida misma era ultrajada, hombres, mujeres y niños perecían violentados, extremos atroces". "Su poder parecía tan arrollador que poco tardaría en convertir todo en tinieblas".
De entre los autos surge un niño descalzo, tan chiquito que los conductores se sorprenden al ver sólo sus manitos sucias desde las ventanillas en el interior del vehículo. Exhorta por ayuda en metálico o algo.
Ni Rafael ni yo pudimos (ni quisimos) evitar reírnos, ante el gesto de resignación que nos regaló, cuando estacionó en primera línea una camioneta de esas tan enormes que el vidrio del conductor levanta casi dos metros del piso.
"La fortaleza del AMOR radicaba en la paciencia. Sin prisa ni pausa lograba reponerse, a veces desde las cenizas, otras desde los lugares más recónditos e incluso, en ocasiones, desde las mismas filas del mal".
"El ODIO refunfuñaba, creyéndose tan poderoso era inexplicable ser derrotado una y mil veces por un enemigo que aparentaba reponerse a todos los horrores imaginados con una sonrisa esperanzadora".
De pronto Rafael cortó la risa, se puso serio y largó de un saque:
- ¡Mirá lo que es amor!
Yo lo observé sin entender, ya estaba acostumbrado a sus indescifrables comentarios.
-¡Mirá al niño! Insistió.
"El ODIO, entonces, cambió de estrategia, postergó a sus crueles ejércitos y recurrió al EGO, el mejor de sus acólitos, le encomendó que se infiltre en los corazones humanos y le dio un arma tan letal como inefable: LA CODICIA". "Seducidas por el EGO, las personas olvidaron que eran parte del todo y comenzaron a creerse diferentes, únicas, superiores". "Luego intervenía la CODICIA convenciendo a cada quien que necesitaba imperiosamente cosas superfluas y que obteniéndolas lograrían destacar".
Fue un segundo; el pequeño mendigo se tropezó al huir de la señal verde que habilitaba el paso de la tropa mecánica y cayó pesadamente entre el cordón y la calle.
Yo amagué levantarme del banco, pero Rafael me detuvo con su mano firme sobre el hombro.
"En principio el AMOR supuso que esto sería una cruzada pasajera, como la guerra, la muerte y la destrucción, pero con el paso del tiempo comenzó a notar que el EGO había conseguido imponerse y que la CODICIA instalaba falsos ídolos y estaba cerca de lograr sumisión donde los ejércitos del ODIO habían fracasado".
De pronto un auto blanco clavó los frenos con un chillido áspero provocando una cola multiplicada de alaridos de bocinas.
La conductora, una mujer cincuentona con gafas gruesas y aspecto de profesora, abrió la puerta y saltó, sin vacilar, hacia el pequeño, aún en el suelo.
¡Sus ojos! ¡Sus ojos y los del niño! (¿Cómo describirlos con palabras?) hicieron contacto. Se descubrieron en el caos. Se reencontraron en la esencia. ¡Difícil de expresar!
Los dos pares de ojos, convertidos en un sólo mágico cañón de energía divina, enfocaron en derredor. A medida que alcanzaban a la gente, expectante por el incidente, las caras se iban transfigurando. Mil gestos duros se fueron transformando en miradas indulgentes y sonrisas cómplices.
Me miraron también a mí. Escalofrío o sosiego o euforia o algo parecido, mezcla de todo.
Segundos después, sin mediar palabra, la mujer sacudió las ropitas del niño ya incorporado, le dijo algo al oído, subió al coche blanco y se fue con la luz verde.
El niño siguió su rutina. Rafael comenzó a reírse y yo intente seguirlo.
-Energía divina. Es lo que hace que el mundo aún siga funcionando. Me dijo.
"Y entonces el AMOR recurrió a la COMPASIÓN, no le dio armas sofisticadas, sólo una carga extra de paciencia". "De a poco, muy de a poco ha venido consiguiendo rutilantes éxitos, quizás sutiles pero seguros, definitivos".
Antes de desaparecer mi amigo Rafael Mayo, arrancó la hoja de su libreta de apuntes y me la ofreció con un guiño cómplice.
Pensé el episodio durante meses y luego de leer cien veces su apunte, por fin me di cuenta.
"El ODIO y el AMOR, pugnan por adueñarse del corazón humano desde el comienzo de la historia. En los primeros tiempos, las cosas estaban claras, cada bando se mostraba tal cual".
"El EGO había conseguido imponerse y la CODICIA que instalaba falsos ídolos, estaba cerca de lograr sumisión donde los ejércitos del ODIO habían fracasado".