Tomo en préstamo un vocablo técnico de la medicina para aplicarlo a nuestra actual realidad económica y social. El presidente Alberto Fernández, cabeza de un gobierno de científicos, acaba de inventar la criopolítica; es decir, el congelamiento de la sociedad argentina en su punto actual.
El problema es que entramos en esta suerte de hibernación en un espantoso momento. De modo que el recurso nos dejará congelados en la peor de las situaciones. La circunstancia se parece a la de Walt Disney, salvo por un detalle aterrador; él, según la leyenda urbana, dentro de su envase criogénico no tiene idea de lo que ocurre, en tanto que nosotros estamos congelados pero conscientes. Vemos y sentimos lo que nos pasa y lo que ocurre en torno, pero inmovilizados. Me recuerda a una escena de terror en un filme policial, en el que una persona, que ha recibido anestesia para ser operada, escucha, por defecto en la dosis, a los cirujanos planear su asesinato quirúrgico sin que él pueda mover ni una pestaña. La sensación de angustia sofoca a la platea.
Ahora nos pasa algo parecido, pero de manera colectiva. Y, además, no es ficción, sino pura realidad. Es que el gobierno, acosado por los infortunios y las impericias, se encuentra en el peor de los mundos; y nosotros, acollarados a él. En consecuencia, ha resuelto congelar todo, para que nada se mueva, en especial precios y tarifas, pero también jubilaciones y pensiones, que se ajustan por goteo, frente al indómito incremento del dólar que, como se sabe, es el principal precio de la economía nacional. De modo que, pese a que el potro de la inflación está sujetado al palenque gubernamental, no logra impedirse que su desbordante energía se exprese en distintos movimientos tan desesperados como inquietantes.
Frente al pataleo, el presidente ha preferido ajustarle el cabestro al palo, para tratar de inmovilizarlo. Pero la Argentina, como el potro metafórico, necesita que se le afloje la cincha y se le quiten las maneas para que la energía encorsetada se transforme en fuerza útil para producir movimientos positivos. El problema es que el gobierno hace lo contrario, intenta controlar todas las variables, incluido el confinamiento social, para volver a la fase 1, pero no del Covid-19, sino de la segunda posguerra mundial.
Las recetas huelen a naftalina desvaída. La intervención estatal, aferrada a los trabajos teóricos del Instituto Patria, avanza bajo el lema "Más y mejor Estado", pero el Estado está quebrado por la acumulación de décadas de populismo y latrocinio, practicados también por gobiernos neoliberales y militares. Lo demuestra el gasto público fuera de control en las sucesivas administraciones, al que ahora intenta mitigarse con una feroz licuación de las jubilaciones, expresiva de un pensamiento gerontocida en un presidente que en sus últimos discursos no se cansa de exaltar su amor por la vida de los argentinos y las argentinas.
No sabe qué hacer con la realidad, que el año próximo será peor si se acentúan las condiciones ambientales que ya ponen entre signos de interrogación a la cosecha de trigo y proyectan serias dudas sobre el futuro del maíz. La sequía está causando graves daños en distintas regiones del país. Y por si algo faltara, enormes mangas de langostas han aparecido en las provincias del norte, favorecidas en su traslado por vientos boreales que son más persistentes y extensos que los refrescantes hálitos provenientes del sur.
Esta vez, la naturaleza parece darle la espalda a un gobierno cada vez más kirchnerista; y el presidente, pese a las propuestas del sector agroindustrial, hasta ahora también le ha dado la espalda a los productores agropecuarios, que son quienes generan las materias primas para que las industrias le agreguen valor. Alberto se ha fotografiado sonriente con el provocador híper K Ezequiel Guazorra -que alienta la rotura de silobolsas-, y ahora ha hecho otro tanto en Olivos con la familia Moyano, símbolo de la pelea con el campo en 2008. Pero al margen de estas señales inconfundibles, lo grave es el retraso del dólar que reciben los productores y no llega a los 50 pesos (dólar oficial menos retenciones), mientras el denominado blue avanza hacia los 140 pesos. El desajuste es tan evidente como la pérdida de valor de la producción rural, sector que junto a las industrias asociadas es el mayor proveedor de divisas para el país.
De seguir las cosas así, la caída de las cosechas por la sequía y el reducido valor efectivo del dólar para los productores, apretarán los márgenes de rentabilidad en un número próximo a cero, con las potenciales consecuencias que semejante situación puede tener para el financiamiento del Estado y el conjunto de las actividades económicas.
Pero lo que domina la escena nacional es el deseo de venganza de Cristina, suerte de Némesis rediviva, cuyo sordo deseo se proyecta sobre la misma figura presidencial, porque Alberto –su ex jefe de Gabinete- ha sido uno de los críticos que más la ha ofendido. Éste es el drama mayor de la Argentina, porque el colmo de la democracia republicana es que una persona pese en la balanza más que un pueblo entero. Y lo es, porque el presidente, cada día más erosionado dentro de la estructura institucional copada por Cristina y su gente, carece de capacidad de respuesta. Por eso, temeroso, se alinea, se mimetiza en un esfuerzo inútil, con la dureza de Cristina. El hábil lobista de otro tiempo, el armador inteligente de campañas presidenciales, el creador de la transversalidad en el gobierno de Néstor Kirchner, se ve ahora atrapado sin salida. Y pareciera no tenerla, porque la vía escogida por su gobierno acentuará y acelerará su desgaste.
Basta pensar en el inevitable descongelamiento y el estallido de todos los precios y tarifas reprimidos, en el vuelo del dólar y su presión inflacionaria, para asomarse al borde del precipicio en el que él estará parado haciendo equilibrio. La criopolítica fue una mala idea, percepción que de seguro será confirmada por los hechos futuros.
No sería extraño, al respecto, que la llamativa aparición de Eduardo Duhalde diciendo que no habrá elecciones el año próximo y que es probable que se produzca un golpe de Estado, constituya un alerta político de fuerte impacto. Mi interpretación es que puede estar previniendo un intento de golpe institucional dentro del mismo gobierno. Si Alberto cae, asume Cristina, con su ala dura como respaldo. En vez de la convergencia de las principales fuerzas políticas y sectores del trabajo y la producción en un acuerdo para sacar el país adelante, se ensancharía la grieta ya existente, con el peligro cierto de que nos succione a todos a una profundidad y oscuridad difíciles de imaginar.
Estamos congelados pero conscientes. Vemos y sentimos lo que nos pasa y lo que ocurre en torno, pero inmovilizados. Me recuerda a una escena de terror en un filme policial.
El hábil lobista de otro tiempo, el armador inteligente de campañas presidenciales, el creador de la transversalidad en el gobierno de Néstor Kirchner, se ve ahora atrapado sin salida. Y pareciera no tenerla.