La palabra que se utiliza en el título, le encantaba a Jorge Luis Borges, que solía emplearla con cierta frecuencia. Hoy la usamos nosotros para expresar la atmósfera de confusión que envuelve a nuestro país. No sabemos con certeza dónde estamos parados. El discurso oficial y los hechos consumados se contradicen con una frecuencia de vértigo. El mensaje primero de Alberto Fernández como presidente de la Nación a la Asamblea Legislativa y a la ciudadanía argentina, se ha convertido en pocos meses en letra muerta. Un virus propio, más antiguo y poderoso que el Covid-19, circula entre los argentinos contagiando odios que enferman gravemente al cuerpo social. No se trata de una proteína que busca un receptor para sobrevivir, sino de una toxina antigua con una agobiante sobrecarga ideológica, cuyo efecto es trastornar las conductas y llevar la convivencia al límite de una experiencia agonal.
Al hablar de los laberintos en que estamos atrapados, el presidente refuerza con su discurso la sensación de duda, de confusión, respecto de qué camino tomar para encontrar la salida. La idea de laberinto, que puebla sus mensajes, trasluce su irresolución ante los desafíos que atenazan a la Argentina, aunque al mismo tiempo pide confianza, porque él y su equipo trabajan duro y saben lo que tienen que hacer. Intenta transmitir certeza, pero siembra dudas. Parece convocar al diálogo, pero con sus decisiones concretas, cierra puertas. Dice que el equipo económico trabaja en medidas de estímulo para las exportaciones, habida cuenta de que el Estado necesita divisas con urgencia. Pero se anuncian nuevos impuestos y regulaciones que esterilizan el efecto de los anuncios. El sector más dinámico para conseguir el ingreso de dólares mediante el incremento de las exportaciones es el agroindustrial, que le ha presentado un plan de expansión de las actividades productivas y la generación de empleo.
Pero hace poco se conoció el proyecto de crear una empresa nacional -Hidrovías Sociedad del Estado-, con el propósito "de controlar la concesión del mantenimiento y desarrollar la vía navegable en el río Paraná", iniciativa que introdujo mucho ruido entre productores e industrias exportadoras de granos, harinas proteicas, aceites y biodiesel entre otros bienes, en razón de que el dragado del Paraná a profundidades competitivas ha sido un logro extraordinario para el país. Y punto de partida para la inversión de decenas de miles de millones de dólares en las 19 estructuras portuarias y plantas industrializadoras que se eslabonan desde Timbúes hasta Arroyo Seco y, en conjunto, constituyen el tercer complejo industrial oleaginoso del mundo.
Para abastecerlo de materia prima, la producción ha ampliado notoriamente la superficie sembrada, la calidad de las semillas, las prácticas agronómicas –mediante la incorporación de la agricultura de precisión-, y los volúmenes de cosecha, que han batido sucesivos récords de producción. Todos estos logros, han llevado a multiplicar la inversión en investigaciones científicas y aplicaciones biotecnológicas, y hoy avanzan en distintas direcciones, en trabajos de laboratorio y ensayos a campo, con la vista puesta en un horizonte de creciente producción y mayor productividad.
Por eso, los involucrados en este proceso, reciben perplejos el anuncio de un Estado fallido, que aumentará el gasto público para poner en marcha una empresa que, según las declaraciones oficiales -ante el ya cercano vencimiento del contrato con la empresa belga Jan de Nul-, buscará "dotar de transparencia el proceso de una concesión estratégica para la Argentina." Como es costumbre, los anuncios de este tipo llegan envueltos en altos ideales patrios. La experiencia histórica, entre tanto, aconseja desconfiar. Lo cierto es que se reemplazará lo que, pruebas a la vista, ha generado un incontrastable desarrollo. Y se cambiará una certeza por una incógnita. Justo en este momento.
Los arrestos voluntaristas del gobierno no entusiasman a los actores reales de los sectores que más aportan al financiamiento de un Estado sin músculo, que sólo atina a crear impuestos y reglamentaciones. Costos y rigideces, en suma, que refrenan las actividades productivas genuinas y espantan a eventuales inversores, que hace tiempo han desaparecido de nuestro radar, alejados por incomprensibles políticas públicas en un mundo cada día más competitivo en lo que respecta a la atracción de capitales para el desarrollo.
Además, este anuncio políticamente astuto, complica en su trama a siete provincias argentinas (Formosa, Misiones, Corrientes, Chaco, Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires) al efecto de crear un espejismo federal que no alcanza a disimular la táctica centralista de repartir la responsabilidad política de la creación de la empresa Hidrovías Sociedad del Estado. Su enunciado fundamento exhibe el sustrato ideológico del "Estado presente", cuyas células madre se cultivan en el Instituto Patria.
En cuanto a lo que pueda ocurrir, lo único seguro es que habrá otro aumento del gasto público, constituido por el número de funcionarios y puestos de trabajo que se repartirán en la nueva estructura el poder central y las gobernaciones provinciales. Tal como ocurrirá con la reforma judicial, motorizada por Cristina desde el Senado, que, en caso de prosperar, significará la creación de cientos de cargos -algunos ya calculan un mínimo de mil- con altas remuneraciones y un costo adicional sin financiamiento, que habrá de aumentar el rojo fiscal.
De modo que en el momento en que el gobierno se anota un poroto con la concreción del canje de deuda con los acreedores privados, logro que le brinda oxígeno financiero a un Estado a las boqueadas, como ocurre con los adictos incurables, reincide en contraindicadas prácticas fiscales. El dispendio de los recursos públicos no se frena cuando entra en juego el privilegiado mundo de la política. Que al ajuste lo paguen los asalariados, los jubilados y pensionados, los cuentapropistas, las empresas de diversos tamaños, parcialmente asistidas con dinero emitido sin respaldo. Un clásico. Sólo que esta vez, las cuentas privadas se han quedado sin margen por la sobrecarga impositiva y la objetiva reducción de los mercados a causa del Covid-19.
Entre tanto, el presidente, porteño hasta la médula, entona como esos antiguos cantantes de boleros (su imagen acompaña), melodías federales en oídos cansados de escuchar mentiras. Aunque él, ensimismado, insista con tono grave en medio del escenario: "Yo no miento", olvidando que redes sociales y canales de televisión reproducen a diario numerosas declaraciones en las que sostenía -con la misma máscara actoral- posiciones diametralmente opuestas a las que ahora asume. Por si fuera poco, proclama, como si actuara en un drama de Shakespeare, sus sentimientos culposos por pertenecer a una Buenos Aires opulenta, en línea con la prédica cristinista cuestionadora de la ciudad de Buenos Aires, en el tiempo previo a las elecciones del año pasado. Eso sí, ninguno de los dos deja de vivir en opulentos edificios, públicos y privados, de la opulenta Buenos Aires. Hay razones para la perplejidad.
El dragado del Paraná a profundidades competitivas ha sido un logro extraordinario para el país. Y punto de partida para la inversión de decenas de miles de millones de dólares en las 19 estructuras portuarias y plantas industrializadoras.
Lo cierto es que se reemplazará lo que, pruebas a la vista, ha generado un incontrastable desarrollo. Y se cambiará una certeza por una incógnita. Justo en este momento.